Valiente |
Naborí
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Libertad,
palabra de oro |
¿Libertad? La libertad |
con
sabor a sangre pura, |
no tolera la estrechez: |
y en la
conciencia madura |
anchura quieren el pez, |
de los
pueblos, un tesoro. |
el ave y la humanidad. |
En los
hombres sin decoro |
Quiere el ave inmensidad |
prospera
la indignidad |
azul para desplegarse; |
porque
sin la voluntad |
puede el pez, al limitarse |
de los
corazones bravos, |
fuera del mar, perecer, |
de un
semillero de esclavos |
y los hombres quieren ser |
no brota
la libertad. |
libres para no asfixiarse. |
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Dijo el
Apóstol ayer |
La libertad defendida |
con su
palabra uniforme: |
hasta el esfuerzo imposible, |
"La
libertad es la enorme |
no es más que el imprescindible |
tiranía
del deber." |
oxígeno de la vida. |
Para ser
libre hay que ser |
Cuando en tierra sometida |
hombre
de inmensas virtudes, |
nos asfixia la opresión, |
porque
las ineptitudes |
para la respiración |
son
fábricas de cadenas, |
necesaria del vivir, |
extorsionando
las venas |
un mártir déjase abrir |
de las
grandes multitudes. |
un hueco en el corazón. |
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Libertad,
prerrogativa |
Libertad, el indio Hatuey |
del
espíritu elevado, |
–rosa de llamas rojizas– |
que
lleva en lo más sagrado |
te consagró sus cenizas |
su parte
interpretativa. |
en el altar siboney. |
En la
acción suplicativa |
Crueles soldados del Rey |
no está
su realización; |
incendian al indio bravo, |
y hay en
toda mediación |
y el héroe con taparrabo |
un
propósito pigmeo, |
sonríe, muere contento… |
como
señaló Maceo |
El humo libre en el viento |
en el
Pacto del Zanjón. |
siempre es más que un hombre
esclavo. |
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A mí no
me gusta ver |
El ejemplo es el quetzal |
ni a un
pájaro en jaula de oro, |
herido de Guatemala: |
donde el
canto más sonoro |
enjaulado, pliega el ala |
un
sollozo puede ser. |
en silencio funeral. |
La
obsesión mía es romper |
Rechaza, en huelga mortal, |
la
jaula, y decirle: “¡Al monte! |
los alimentos vitales |
Date a
volar, y disponte |
que le dan las criminales |
a ser
libre, sin más cruz |
manos que lo han encerrado… |
en las
alas que la luz |
Pueblo digno, encadenado, |
para ver
el horizonte.” |
muere como los quetzales. |
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Cuando
el pueblo americano |
Jorge Washington, tu espada |
bajo el
predominio inglés, |
digna de la loa homérica, |
tenía
grillos en los pies |
fue en las tinieblas de América |
y una
traba en cada mano. |
primer rayo de alborada. |
Junto a
Washington –su hermano |
Inglaterra desangrada |
de
luchas–, Lincoln se alzó: |
se va por el oceano, |
a los
suyos liberó, |
y cuando es punto lejano |
hasta
que por manos fuertes |
de lejana embarcación, |
la más
triste de las muertes |
brilla otra constelación |
en el
camino encontró. |
bajo el cielo americano. |
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Del
mundo que anda y progresa |
Francia, tu Revolución |
para un
rumbo más feliz, |
te enderezó las rodillas |
es una
enorme raíz |
y lavó viejas mancillas |
la
Revolución Francesa. |
como un sangriento jabón. |
Danton,
con palabra gruesa, |
Tu faro de redención |
fustigó
la iniquidad, |
alumbró a la humanidad, |
y en su
inmedible ansiedad, |
desde aquella tempestad |
aquel
cíclope del verbo, |
de liberador arrojo… |
cogió al
siervo y vistió al siervo |
¡Jamás un traje tan rojo |
con alas
de libertad. |
se puso la Libertad! |
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Dessalines
–según dijera |
Toussaint de betún y acero |
en sus
versos Naborí– |
con alma de claro día, |
fue del
corazón de Haití |
en la espalda te dolía |
base,
mástil y bandera. |
el látigo del negrero; |
Como si
tenido hubiera |
y el dolor te hizo guerrero |
águilas
en cada mano, |
–vórtice de la inquietud–, |
puso un
vuelo en cada hermano |
para que una multitud |
y un
resorte en cada cosa, |
de hombres en silencio largo, |
para
conquistar la hermosa |
despertara del letargo |
libertad
del pueblo haitiano. |
zombie de la esclavitud. |
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Palacios,
el orador |
Bolívar de acero y miel, |
de la
Argentina que ardía, |
yo tiemblo cuando te evoco: |
en la
palabra tenía |
Capitán del Orinoco |
un puño
libertador: |
con los Andes por cuartel. |
El
recuerdo de su amor |
Los cascos de tu corcel |
por su
patria, predomina |
iban soltando centellas, |
y a la
Historia le camina |
y no dejando ni huellas |
a pasos
de paladín, |
de siervos y de tiranos, |
como lo
hace San Martín |
te salían de las manos |
entre
Chile y Argentina. |
pueblos libres como estrellas. |
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Donde
hay esclavos, no hay gloria: |
Libertad, tú haces leones |
los
esclavos en cuestión |
de la paloma y el galgo: |
no son
una patria: son |
así volvió el cura Hidalgo |
la
vergüenza de la Historia. |
arengas sus oraciones… |
Eso
prendió en la memoria |
Por sucumbir en gestiones |
del
Titán –sol y jinete– |
de liberación humana, |
hasta
que en San Pedro, al fuete |
linda enseña mejicana, |
de la
batalla cayó |
dulce bandera de gloria, |
y Cuba
se le encendió |
en el mástil de la Historia |
en el
filo del machete. |
flotando está su sotana. |
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El
primer sacrificado |
¡Oh, Martí, la dignidad |
por la
humana redención |
tuvo tal grandeza en ti, |
debía
tener un panteón |
que basta decir Martí |
en cada
espíritu honrado. |
para entender Libertad! |
Él cayó
crucificado |
No has visto tu voluntad |
para que
le mundo avanzara, |
realizada todavía; |
y
aquellos que él libertara |
pero confía, confía, |
yendo al
Calvario y la Cruz, |
que, tras las sombras corsarias, |
ciegos
para tanta luz |
limpias manos proletarias |
le han
escupido la cara.
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están haciendo tu día.
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