Está clareando en Comodoro,
ya es primavera en el “nueve”,
alguien bebe whisky sin aforo,
para ahuyentar un sueño leve.
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La noche trae fiera añoranza,
de mujer y de pago lejano,
al oficial que hace balanza,
entre el deber y ser humano.
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Piensa mucho en el prisionero,
que meses lleva en agujero,
y muy terco sostiene su credo,
por ser “testigo”, fiel y certero.
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Objetó arma y uniforme,
rechazó el saberse soldado,
por tenerla por monstruo informe,
negó a la guerra ser llevado.
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Encarcelado por peligroso,
torturado por ser convencido,
aislado por no ser contagioso,
extraño rebelde decidido.
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Además canta todo el día,
incómodo ministro cristiano,
y hasta escribe poesía,
en rollos que oculta su mano.
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Por momentos sabe recelarlo,
oscuro traidor le parece,
en otros llega a admirarlo,
y cree que un alivio merece.
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Gana la disputa el humano,
busca al reo en calabozo,
con soldados de armas en mano,
interrumpe su triste reposo.
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Apuntado a playa conduce,
al preso que ya nada comprende,
frente a la aurora que luce,
sobre mar que lento se enciende.
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De frente al azul infinito,
de espalda al fusil asesino,
el rebelde se cree bendito,
en la hora final del destino.
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Pero esa bala nunca llega,
mientras el astro rey se eleva,
y la duda al reo anega,
el oficial intriga devela.
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“La pausa usted necesitaba,
ver que aún había belleza,
tras esos muros que confinaba,
su ser no exento de grandeza”
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El ministro es todo sollozo,
ora llora libertad perdida,
ora ríe de súbito gozo,
por la esperanza renacida.
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Volverá a su celda el reo,
al inmundo pozo de carencia,
más ya no le sabrá tan feo,
pues solo necesita paciencia.
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Entre locura y esperanza,
un solo instante alcanzaba,
humanidad entre acechanza,
de algun oficial que dudaba.
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Enrique Momigliano
Buenos Aires, 24 de diciembre de 2016
