*CINCO MINUTOS EN EL PARAÍSO*
Una brisa le acarició el recuerdo
con la fragancia de los paraísos de la vereda. Faltaban solo “cinco minutos”
para que su pequeña hija saliera del jardín de infantes.
Mientras la esperaba, el joven
padre se bebía todas las flores de su propia niñez debajo de los paraísos de la
cuadra, en correrías a la “escondida” o a la “mancha”, junto a sus vecinitos.
Calmo y en la sombra, este aroma floral lo devolvía a su pequeña infancia...
Un “déjà vu” lo trasladó al mismísimo momento en que se puso a juntar
las pelotitas que expulsan estos perfumados árboles, compitiendo con su
vecinito para ver quién juntaba más en menos tiempo como si fueran “monedas”,
en un pequeña caja fuerte de nylon.
A lo lejos se oía la algarabía de
los niños adentro del jardín, mientras miró el reloj para descubrir que ahora
faltaban “cuatro minutos”. Y volvió a “su” vereda. Ahí estaba Pablito y él lo
consolaba por una quemadura que había sufrido con unos cohetes hacía un mes, en
Navidad. El olor a pólvora quemada del muñeco, todavía estaba fresco en el
asfalto de la calle cortada en la que quemaron al año viejo. Multitudes de
vecinos salían con una copa en la mano a brindar en la calle por un año mejor.
Miró el reloj. Faltaban “tres
minutos”. Volvió “al campito” donde junto a Juancito remontaban barriletes con
cartas para la madre fallecida de su vecinito. Como si ella misma le
respondiera desde lo alto, escuchó a su propia madre llamarlo adentro para
tomar la leche de la merienda. Descolgaron el barrilete y al acercarse a la
puerta de la casa, se respiraba ese dulce olor a cascarilla caliente. Atrás
quedaban el otoño, el viento y el aroma de los paraísos: ahora solo importaba
el gusto a chocolate que impregnaba sus sentidos y los biscuits que remojaba en
él.
Miró de nuevo su muñeca y el
reloj marcaba que faltaban solo “dos minutos” para que su muñequita le gritara
“papá”, con un abrazo efusivo. Mientras pensaba en su hijita, volvió a la
vereda de su paraisal. Había llovido y ese olor a tierra mojada lo hizo viajar
hasta allí. Escondiéndose detrás de un tronco, se patinó en el barro y sangró
su rodilla, pero ¡qué recuerdo gracioso! Aunque del susto, en ese momento
lloraba sin consuelo. Pero su mamá lo escuchó y le puso alcohol y una gasa,
¡para qué! El llanto fue incontrolable. Al recordarlo veinte años después, una
medialuna acostada de nostalgia le dibuja la boca.
El reloj pulsera acusaba de que
llegaba al final del viaje. En un minuto saldría su pequeña hija y él volvería
a su rutina de familia y negocios. Pero en vez de eso, volvió a su infancia al
ver pasar a su lado a la mamá de un chico, sosteniendo un ramo de arvejillas en
la mano, para obsequiarle a la maestra. ¡Arvejillas! ¡Cuánto añoró el perfume
de la enredadera de arvejillas del frente de su casa! Algunas madreselvas y las
magnolias del pasillo, le daban al patio del frente un sabor a infancia nunca
más revivido. Y en el fondo de la casa, una parra de uvas verdes perfumaba el
patio de su niñez...
—¡Dios! Cómo quisiera
volver allá. ¡Qué lindos recuerdos me trajo este olor! Estaría todo mi tiempo
bajo este árbol. Su sombra me hizo encontrar el sol de mi niñez, y volví a
vivir cinco minutos en el paraíso.
© Rubén Sada. 10/04/2021.