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Víctor Cristino Larrosa. Foto real del damnificado, sobreviviente de la yerra humana |
LA YERRA HUMANA
(Relato, del
payador Carlos Molina)
“Víctor Cristino
Larrosa”,
de esta vida es lo que
queda,
el nombre, que es como
un símbolo
una roja herida
abierta.
Víctor Cristino
Larrosa
es un mártir de esta
tierra,
más mártir que el
Nazareno
de la lejana leyenda.
A Jesús le ungió los
pies
el llanto de Magdalena,
y una mano de mujer,
una mano blanca y
tersa
como un leve roce de
alas,
como se sedosa guedeja,
puso un halo de
ternura
en su blanquísima testa.
Víctor Cristino
Larrosa
es hijo de mujer negra
y su piel es del color
oscuro, como la tierra.
Siendo su madre la peona
anduvo como una jerga.
Tiritó en sus noches
largas
con la perrada
pulguienta
que lamían fraternales
las interminables
grietas
de sus pies
acribillados
por la escarcha
cuchillera.
Siendo el gurí de la
peona,
también fue peón a la fuerza,
su sueldo se lo pagaba
la lonja de una azotera.
Él era útil pa' todo,
nunca le hizo cara fea
ni a los trabajos más
fieros,
ni a las más sucias
tareas.
Era pa’ arrear los terneros,
pa’ picar y alcanzar
leña,
pa' los mandaos del
boliche,
pa' pastorear las
ovejas,
pa' aprontar el mate
amargo
con suma delicadeza
y el dulce de la señora
habiendo gente de afuera,
que en las familia
pudientes
es de elegancia una
muestra
“tener a un negrito
chico
haciendo estas
menudencias”.
Pero ¡Ah...! Dice la
patrona,
“tiene también sus
problemas,
porque esta es gente
muy mala,
muy ingrata, muy
perversa,
después que los hace
gente
los educa, los enseña,
¡cochinos! dan con la
pata
por única recompensa.
Víctor Cristino
Larrosa
tan sólo once años
cuenta
y llena sus grandes
ojos
el agua de la tristeza.
Suele sentirse feliz
cuando la tarde
silencia,
entonces viste el crepúsculo
de azul oscuro las
sierras.
Cuando su barril panzón
en el agua limpia y
fresca
le redondea su carita,
carita color de tierra,
juega a que le sonríe
la imagen que allí
contempla
y en sus blanquísimos
dientes
la ternura centellea.
¡Ay! Al peoncito de
Leoncho
negros peligros le
acechan.
Es otoño, tiempo fresco,
cuando la mosca ralea,
el tiempo en que el
estanciero
se decide a hacer la
yerra,
pues siendo el clima
templado
se evita la gusanera,
que casi siempre el
patrón
es celoso con su
hacienda.
Hoy despertó la mañana
en la fronda
barullenta
y una algazara de
pájaros
estalló desde la selva.
Era la vida bullente
sobre la natura
inmensa,
la que incesante
transforma
destruye, construye y
crea.
Ardiendo están los
fogones
que con sus rojizas
lenguas
parecen escupir
chispas
como una lluvia de
estrellas.
Ya empezó la fiesta
bárbara
del músculo y la
destreza,
y en la fragua del
instinto
arden pasiones siniestras.
Como serpientes con
alas
los lazos que
zigzaguean
van describiendo en sus
círculos
un presagio de
tragedia.
Lejos, allá en el
rodeo
muge doliente la
hacienda,
¡Ay! Al peoncito de
Leoncho
negros peligros le
acechan.
El halcón enrosca víboras
en las oscuras
molleras
y al patrón se le ha
ocurrido
hacer distinta la
fiesta
marcando una res
humana...
¡que eso sí sería una
yerra!
¡Ay! Cristino, niño
negro,
implume pichón que
tiemblas
y en tus pobres once añitos
arrebujas tu inocencia.
¡Ay! Que nueve hombres
fornidos
tu pequeño cuerpo
aprietan
y que una marca
candente
se hunde en tu espalda
morena.
¡Ay! Tu carnecita niña
que el fierro brutal
la tuesta.
¡Ay! Que aún sigue tu
martirio,
que allá en la vieja
manguera
te van a atar sobre un
potro
de una salvaje
imponencia
y reatarán tu pequeño
sexo que está en
florescencia.
¡Ay! Ya castraron tu
vida.
¡Ay! Ya segaron tu
estrella.
Galopes contrabandistas
redoblando entre las
sierras,
dicen que Pancho
Cardozo
llega a la estancia
siniestra
cuando están por
culminar
en la fatídica yerra.
Y hay una voracidad
como de fauces
abiertas,
la fosa en que
enterrarían
al mártir flor de
inocencia,
dolor flotando en la
noche
de la anónima
tragedia.
Pero es que Pancho
Cardozo
es hombre de sangre
entera,
y salva a su niño mártir
que hoy anda solo en
la tierra,
como un clamor de
justicia,
como una viva protesta,
frente a la cobardía
humana
que paraliza su lengua
pues las leyes no
castigan
a la canalla opulenta.
Pero ante Pancho
Cardozo
que no es de arriar
con las riendas
huyen las nueve alimañas
por las escarpadas
sierras
con la cobardía en el
traste
donde tendrían la conciencia.
Y sólo Pancho Cardozo
junto a su niño
contempla
el cielo, que sigue
mudo
con profunda indiferencia
y la estúpida frialdad
de las lejanas
estrellas.
Autor: Payador Carlos Molina (Uruguay)
El caso es tristemente real. Más información:
https://sites.google.com/site/cuentossinmaquillaje/victor-cristino-larrosa