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Visita de Pedro B. Palacios a Trenque Lauquen en 1913 |
ALMAFUERTE EL POETA
(CAP 13 Y 14: Detalles de la personalidad de Pedro B. Palacios, por Antonio Herrero)
CAPÍTULO 13:
LA RELIGIÓN DEL HOMBRE
Para la literatura y la filosofía, él hombre ha sido siempre una cosa secundaria y subalterna. Por sobre de él han pesado, abrumadoras y absorbentes, todas las abstracciones. Los artistas han cantado y exaltado a la Naturaleza y la Belleza o a los hechos exteriores. Los filósofos se han extraviado en la discusión de los conceptos absolutos o en la investigación de los orígenes y de las causas finales. Y los teólogos han hecho del hombre un juguete en las manos del Destino, denominado por ellos Dios o Providencia. Tal vez es ésta la causa de que en oposición a los adelantos maravillosos de la mecánica haya el hombre, hasta hoy, permanecido moralmente estacionado. El primero que trató de libertarnos del yugo de la abstracción —ya fuese la de Dios o la de los ideales— fue aquel poeta - filósofo que se llamó Federico Nietzsche. Pero éste, en cambio, llevó demasiado lejos aquella aspiración liberadora, y al suprimir la moral en absoluto hizo al hombre instrumento de sus instintos. Falto, además, de base espiritual para cimentar la vida humana, al abolir la ética, creó a su vez otro ídolo para reemplazar los anteriores, y así nació ese mito del Superhombre que es un nuevo fetiche en cuyas aras pretende continúe sacrificándose la especie humana. Emerson y Carlyle han sido precursores en este movimiento afirmativo de la personalidad, que ha tenido últimamente un impulsor de poderoso aliento en el joven escritor italiano, Giovanni Papini, quien se dirige a la conquista de la divinización humana por medio de la acción, licenciando para ello a la filosofía, como a instrumento inútil. Otro exaltador del hombre y fundador de un ideal de ascensión humana, es el autor de “Andrógino”. José Antich, creador de una redentora concepción social ego-altruísta y de un nuevo arquetipo más alto y más humano que el Superhombre. Pero nadie, jamás, como Almafuerte, ni siquiera entre los antes mencionados, habíase consagrado en absoluto a la elevación y exaltación del alma humana. Para Almafuerte no existe la Naturaleza porque carece de vida propia y de conciencia; el arte es un instrumento para gritar a los hombres la Verdad; los ideales son medios y caminos para superarse y ascender; Dios es la ley moral que rige al universo y cuyo código lleva el hombre escrito en su conciencia; y lo único, por tanto, que constituye una absoluta y suprema realidad es el hombre mismo, que lleva en su alma los cielos y la divinidad. Pero no es al hombre abstracto al que Almafuerte canta y exalta, sino al hombre real, cualquiera que sea su índole y condición, y más aún a los bajos y caídos; a la humana conciencia en cada ser; a las más altas, más locas, más puras y sublimes aspiraciones. Padece su alma una fiebre de amor que le devora, hacia los miserables y los tristes. Mucho más intenso aún que el fervoroso amor místico de Telesa de Jesús por la imagen ideal del Nazareno es el que siente Almafuerte por la chusma irredenta y que ha expresado, entre otros, en los siguientes versos:
“Yo siento por el dolor
de la chusma miserable,
la suprema, la inefable
maternidad del amor.
Yo siento el mismo fervor
del Cordero supersanto,
fervor tan profundo y tanto
que tendrá que vaporarme
y en la miseria regarme
como un diluvio de llanto.”
Pero aunque ama tan locamente al hombre, no le ama ni lo concibe como un hecho consumado, como un ser ya perfecto, sino como una fuerza ascendente que se depura y se transforma, según expresa en “El Misionero”:
“El mejor no eres tú, pálido rastro,
tímida tentativa en la redoma . .
Vas a tu superior, a tu distinto
y ese no te tendrá ni amor ni envidias.
El que vendrá después, el Prometido,
sólo será un cerebro con dos alas.”
Y no sólo desea la elevación del hombre, sino que siente un ansia ardentísima, un ímpetu ferviente hacia lo mejor y por eso fustiga sin piedad a la recua inerte y abomina y reniega del ansia de quietismo:
“Felicidad total : maldito nombre,
consigna del cobarde y del tirano...
¡La perfección en sí del cuadrumano
tal vez hubiese suprimido al hombre!”
Y cual palanca suprema de la vida, canta al dolor y al esfuerzo en estrofas magistrales:
“Dolor, santo dolor: sol iracundo
que a las almas estólidas caldea,
que tortura las fibras de lo inmundo
hasta que se hacen leña y se hacen tea.
Padre de lo mejor, amo del mundo,
generador supremo de la idea,
draga de remoción, llama expiatoria,
que convierte las pústulas en gloria
Odio por lo tranquilo y uniforme,
y ansia de otro nivel y de otro aspecto;
fiebre de perfección en lo deforme,
y hambre de super-luz en lo perfecto.
Soberbias de Luzbel; vacío enorme
en el alma sombría del insecto...
Eso requiere Dios para sus planes
angustias de Satán... ¡Somos Satanes!”
No hay en toda la obra de Almafuerte una sola palabra que no esté consagrada a la educación, a la enseñanza moral, al mejoramiento de los hombres. Sus ideas no pueden encerrarse en ningún molde ni dogma; si alguna calificación se le puede aplicar es la de integralista: él aceptaba todas las ideas, todos los principios, con tal de que sirvieran para elevar y fortalecer el alma humana. A lo que aspiraba él es a que el hombre fuera un ser integral, en posesión de todas sus facultades, dueño y señor de sí mismo, capaz de concebir y practicar la más alta ley moral y en constante evolución hacia lo más puro y perfecto. Almafuerte ha fundado con su obra la religión del Hombre, que substituirá en el porvenir a las religiones ya agotadas de los dioses; y cuando empiecen sus ideas a trascender al alma popular y a penetrar en la conciencia humana, sobre el fundamento inquebrantable de su idealismo, se levantará una nueva humanidad más perfecta y consciente que la antigua e iniciadora de una civilización moral, en reemplazo de la externa que ahora existe. La influencia futura de Almafuerte está bien expresada por Guyau en el párrafo siguiente de su obra “El arte desde el punto de vista sociológico”: “En último análisis, el genio y su medio nos dan el espectáculo de tres sociedades ligadas por una relación de mutua dependencia : 1°) la sociedad real preexistente, que condiciona y en parte suscita al genio; 2°) la sociedad idealmente modificada que concibe el genio mismo, el mundo de voluntades, de pasiones, de inteligencias que crea en su espíritu y que es una especulación sobre lo posible; 3°) la formación consecutiva de una sociedad nueva, la de los admiradores del genio, que realizan más o menos, en sí mismos, por imitación su innovación. Es un fenómeno análogo a los hechos astronómicos de atracción, que crean en el seno de un gran sistema un sistema particular, un nuevo centro de gravitación”.
CAPÍTULO 14:
ALMAFUERTE COMO ARTISTA
Cuando se habla de Almafuerte suele ensalzarse en él al pensador y al filósofo, no siempre comprendido y aun atribuyéndole un valor muy subalterno; y sobre todo se pondera del poeta el carácter indomable y el espíritu heroico que luchó tan tenazmente por la justicia y el bien; pero en cambio se le considera un artista mediocre. ¿Cuál es el fundamento de este juicio? ¿Es verdadero y justo? En la época moderna ha descendido el concepto esencial de la poesía. Se juzga generalmente que el poeta es un cantor canoro, un creador de belleza, un músico del sonido y la palabra y un colorista del verbo. Es el criterio que ha impuesto el modernismo decadente. No queremos lapidar a éste como hacen los clasicistas, los fanáticos admiradores de los moldes caducos. Pero tampoco aceptamos las mezquinas conclusiones de los modernos juglares. Estas ideas del decadentismo han sido sintetizadas por el más representativo de esa escuela, el aristocrático y paradógico Oscar Wilde; y pueden ser concretadas en las siguientes afirmaciones tomadas de su ensayo “El crítico como artista”. “Discernir la belleza de una cosa es el punto más alto a que puede llegarse. Un sentido del color es más importante en el desarrollo del individuo que un sentido de lo justo y de lo injusto. La estética es más alta que la ética. El arte es inmoral. El artista verdadero es el que procede no del sentimiento a la forma, sino de la forma al pensamiento, a la pasión. “De tiempo en tiempo gritan ciertas gentes contra algún encantador poeta y artista porque “no tiene nada que decir” para usar su estúpida frase. Pero si tiene algo que decir lo dirá probablemente y el resultado será tedioso. Justamente porque no tiene ningún nuevo mensaje es por lo que puede hacer una obra bella. Tomará de la forma su inspiración, de la forma únicamente como lo hará todo artista verdadero. Una pasión real lo arruinaría. Toda mala poesía procede de sentimientos genuinos. La ciencia y el arte están fuera del alcance y de la esfera de la moral. La moral reside, pues, en la más baja y menos intelectual de las esferas”. No hay duda que Almafuerte sería un poeta secundario, anodino y hasta fastidioso, desprovisto de arte y de belleza, si se le juzga con el criterio de este príncipe de los estetas, de este héroe del dandismo. Si no se le supone a la existencia objeto moral alguno, si la finalidad exclusiva de la vida es el placer, entonces es innegable lo que Wilde afirma. Es lo mismo que en otro orden expresa Manuel Machado: “No hay placer en los amores, No hay amor en el placer.” Pero adoptar por criterio y por medida la norma del placer, equivaldría al derrumbamiento de la vida social y a la disolución progresiva y absoluta de todos los fundamentos de la existencia. He aquí el porqué constituye la poesía de Almafuerte una piedra de toque para los espíritus. Son enemigos de ella todos los estetas, todos los decadentes, los juglares, los bufones de todos los tiranos, los lacayos espirituales, los combinadores de “cocinitas literarias”, los pedantes pontificadores, los amoralistas, los inútiles para el progreso, los partidarios del placer a toda costa, “los canflinfleros del dolor eterno” ; y son admiradores de su obra, todas las almas sinceras y apasionadas, los amantes del bien y del progreso, los rebeldes conscientes y los libres, los peregrinos de rutas ideales, los hijos de la lucha y del dolor, los forjadores intrépidos de una nueva humanidad. Aquel campeón del arte por el arte a quien nos hemos referido. Osear Wilde, el idiólatra del placer y la belleza, fué a purgar en una cárcel las consecuencias de su concepto inmoral del arte y de la vida. Y entonces, solamente, se reveló a su espíritu el aspecto más profundo de la existencia, que antes se hallaba oculto para él bajo el manto sombrío del dolor. Y hostigado por el látigo implacable de este maestro cruel, escribió sus páginas más bellas y trascendentales, impregnadas de tristeza, de dulzura y bondad y animadas por el soplo de una moral muy pura, aun cuando siguiera él repudiando este concepto. Mas dejemos a los decadentes y opongamos a su voz meliflua el verbo potente y cálido de Víctor Hugo. He aquí el alto concepto viril y humano que tenía de la poesía aquel gran lírico que reunió en sí la dulzura de Horacio y de Verlaine y la iracundia fulminadora de los profetas bíblicos: “Existen dos clases de poetas: el poeta de la inspiración y el poeta de la lógica; pero existe también un tercer poeta, compuesto de ambos, que corrige, completa y resume ambos en una entidad más alta. Es decir, dos grandes figuras en una. Este tercer poeta es el más grande. Tiene la inspiración por cuanto obedece a su impulso, mas tiene la lógica por cuanto cumple el deber. El primero escribe “El cántico de los cánticos”, el segundo “El Levítico”, el tercero “Los Salmos y Las Profecías”. El primero es Horacio, el segundo Lucano, el tercero Juvenal. Y en otro sentido el primero es Píndaro, el segundo Hesíodo y el tercero Homero. “No pierde la belleza por ser buena. ¿Acaso el león es menos hermoso que el tigre por tener la facultad de enternecerse? Las quijadas que se abren para dejar el cachorro al abrigo de la madre ¿afean en algo la majestad de las melenas? ¿Desaparece el verbo inmenso del rugido porque la horrible boca que lo produce haya acariciado y lamido a Androcles? El genio que no acudiera a prestar socorro, sería deforme. Ser grande y no amar, es ser monstruoso. ¡ Sí, si ! ¡ Amemos ! . . . “Ser útil es no más que ser útil, ser bello es no más que ser bello ; pero ser útil y bello es ser sublime. Esto es lo que son San Pablo en el siglo I, Tácito y Juvenal en el II, el Dante en el XIII, Shakespeare en el XVI y Milton y Moliere en el XVII”. Y refiriéndose a Juvenal, cuya ira vengadora y justiciera fue superada por Almafuerte, que no era como aquel un ironista, sino un apostrofador Júpiterino, agrega Víctor Hugo: “Insistamos de nuevo en Juvenal. Pocos poetas han sido tan insultados, tan combatidos y tan calumniados como él. La calumnia contra Juvenal fue creada a tan largo plazo que todavía dura. Una pluma la deja y otra la toma. Los grandes aborrecedores del mal son aborrecidos por todos los aduladores de la fuerza y del éxito. ¿Queréis saber quiénes son los que tratan de obscurecer la gloria de los grandes seres que toman a su cargo el castigo y la venganza? Pues son la turba de serviles sofistas, los escritores que se arrancan la piel con la rozadura de los collares, los historiógrafos matones, los escoliastas bien retribuidos, los cortesanos y los sectarios. Gruñen alrededor de las águilas. No hacen con gusto justicia a los justicieros, y consiguen irritar a los señores e indignar a los lacayos. La indignación de la bajeza existe”. Almafuerte ha sido un poeta de la índole de Homero y de Juvenal, pero de más elevados ideales. Homero fue el cantor de la epopeya griega y Almafuerte ha cantado la epopeya interior del hombre actual. Juvenal fustigaba los vicios exteriores de su patria, y Almafuerte azota la maldad y la estolidez internas de todos los humanos. Pero además anuncia y practica una moral más alta y un ideal de ascensión y de perfeccionamiento. A quien se asemeja más su índole, es al gigantesco Esquilo, en la creación de su Prometeo. Por eso no es él artista ni poeta en el concepto inferior y usual de la palabra. Encarna en grado máximo el poeta ideal, tal como Víctor Hugo lo imagina y define en su obra sobre William Shakespeare, cuya lectura recomendamos a todos los detractores de Almafuerte, sobre todo si lo son sinceramente por no haber comprendido la magnitud de su obra. Para Almafuerte es el arte sólo un vehículo; es el arco con que arroja la flecha envenenada de sus apostrofes, o la envoltura sutil y vaporosa que engalana y embellece su gran pureza moral en el “Cantar de cantares”, o el bronce en que vacía y moldea su espíritu en “El Misionero” y en “La canción de un hombre”. Pero siempre su arte es adecuado al pensamiento que expresa. Hay una fusión perfecta en sus poesías entre la forma y el fondo. Una y otro están fundidos en unidad ideal. No hay una sola palabra que resulte forzada, ni verso ni ritmo alguno disonantes. Tiene esa rotundidez articulada y vibrante que es la característica del genio. Parece que sus versos estuvieran esculpidos y grabados. en duras piedras y solemnes bronces. Almafuerte, ante todo, es un sintético. Todos sus conceptos y poesías son grandes bloques de síntesis. Todo “El único y su propiedad”, en lo que tiene de fundamental y verdadero, está, sin que él lo haya leído, expresado en su poesía “Mancha de tinta”. La teoría de Schopenhaüer sobre la vida hállase contenida y superada en el “Jesús”. En “El misionero” y “La inmortal” están acumuladas en una magna síntesis las más altas teorías del idealismo humano. Y según afirma Emerson todo gran artista lo ha sido por la síntesis. La forma y la expresión que da a su verso Almafuerte es perfectamente clásica. Sin embargo no se atiene a los moldes ni a los ritmos consagrados, ni a las palabras arcaicas. Incorpora a su lenguaje términos populares y modismos criollos. Es que él habla un idioma natural y espontáneo, no respeta ni acata los límites estrechos del academicismo. En el prólogo a “Alemania contra el mundo” ha expuesto genialmente su criterio sobre el arte, fulminando a los literatoides, femeniles tejedores de frágiles encajes con palabras bonitas. El ritmo de su poesía es siempre rotundo y resonante como un batir de yunques, como un martilleo de forja, como un redoble marcial. Es, sin embargo, a veces, musical y cristalino, como en las “Milongas”; religioso y solemne, cual música sagrada en “Confíteor Deo”, “Gimió cien veces” y en el rugiente y doloroso “Trémolo”; o restallante y zigzagueante, como látigo y centella, en el magnífico “Apóstrofe”. Esta última poesía, sobre todo, que ha despertado la ira y la indignación de los mediocres (I) por las palabras violentas y apasionadas que contiene y la forma original en que está escrita, es la más bella que, como forma poética y contenido ideológico y moral, existe en la literatura castellana. (A pesar de que el señor Rafael Alberto Arrieta la considere tan defectuosa, y el señor Alberto Mendióroz juzgue que ni merece el nombre de poesía). Libre de toda rima y de métrica uniformidad, sin más elemento poético que el ritmo, la acentuación trisilábica sobre la cual está compuesta, y que le da un vigor y agilidad marcial, y una solemnidad imprecatoria y un Ímpetu iracundo que tal vez no podría alcanzarse en ningún otro idioma y que con seguridad no podría haber expresado ningún otro poeta, constituye el ejemplo más típico y más alto de poesía libre; y conserva a la vez los caracteres esenciales del verso tanto o más que la poesía más armoniosa. Recorre allí el poeta todas las formas y matices del sentimiento: ora impreca indignado, apostrofa, maldice y fulmina; ora se apiada y conmueve y gime enternecido; ora canta melodioso como un arpa y se lamenta nostálgico ante la horrenda desolación, o hace estallar su desprecio formidable sobre este mundo efímero; y termina sepultando en los infiernos para eternamente y en la sola compañía de Satán, al autor del espantable, universal fratricidio. Ningún otro poeta que Almafuerte ha podido escribir una poesía que por su arte y su sentimiento y su violencia intensísima haya estado a la altura de la infernal tragedia presente, abarcando y superando por sublimidad moral, el espectáculo horrendo, apocalíptico y repugnante del salvajismo desenfrenado y triunfador. Pero ese ímpetu, esa furia, la energía colosal que representa y que late y refulge de igual modo en todas las poesías fundamentales de Almafuerte —en el magnifico “Dios te salve”, en la vasta “Inmortal”, en el gigantesco “Misionero”, en “La sombra de la patria”— es algo que ofende profundamente a los pobres literatos academicistas, eunucos del sentimiento, a las insignes y oscuras medianías, que ofician de pontífices sacramentales y que según es fama, han llegado en su ridículo heroísmo de analfabetos espirituales, y en su calidad de catedráticos, a “suspender” a sus alumnos por citar a Almafuerte en los exámenes, o por considerarle un gran poeta. Para tales señores representantes de la literatura oficial vamos a reproducir — ya que no admiten ellos otra autoridad que la de los nombres consagrados —este párrafo de Víctor Hugo, en el cual hallarán sintetizadas sus objeciones contra Almafuerte, y donde tal vez se sientan aludidos: “Los genios, los espíritus como Esquilo, como Isaías, como Juvenal, como el Dante y como Shakespeare, son seres imperativos, tumultuosos, violentos, furiosos, extremados, jinetes en caballos alados, seres “exagerados”, que “pasan de raya”, proponiéndose un fin propio, que “exceden los límites”, caminando a pasos, que, por lo grandes, son escandalosos, saltando bruscamente de una idea a otra, y del polo Norte al polo Sur, recorriendo el cielo en un momento, poco clementes con los que tienen cortos alientos, agitados por todos los vientos del espacio, y al mismo tiempo seguros en los saltos que dan sobre el abismo, indóciles con los Aristarcos, refractarios a la retórica oficial, ásperos con los literatos asmáticos, rebeldes a la higiene académica, y seres, en suma, que prefieren la espuma del Pegaso a la leche de burra. Los bravos pedantes son tan bondadosos, que les tienen lástima. La ascensión provoca la idea de caída. Los paralíticos piadosos tienen compasión de Shakespeare. ¡Está loco! ¡Sube demasiado alto! La muchedumbre de pedantes se atonta y se incomoda; Esquilo y el Dante obligan a cerrar los ojos a estos críticos. ¡Esquilo está perdido! ¡El Dante va a caer ! Remóntase un dios y estas gentes exclaman : “¡Que te rompes la crisma!”
(I) Véase una nota al final del número extraordinario de la revista "Nosotros" consagrado en homenaje a Rubén Darío, con motivo de su muerte. Y en cuanto al concepto que tienen de Almafuerte los críticos de "Nosotros", léanse los artículos zoilescos de Roberto F. Giusti, ese campeón insigne de la mediocridad pontificante. Es de notar que "Nosotros" publicó un extraordinario a la muerte de Darío y otro a la de Rodó, y cuando murió Almafuerte sólo le consagraron un artículo en el que
juzgaban su obra despectivamente.
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