2 de marzo de 2014

APÓSTROFES (de Almafuerte) [Al hombre, a la humanidad]

APÓSTROFES 

(Escrito por Almafuerte, al hombre, a la humanidad)

I

    Yo sé bien, que dos razones,
    -Dos tendencias, dos pasiones-
    Se conflictan o se besan,
En el campo de tu pecho, sin cesar:
    El furor de lo apremiante
    Del minuto, del instante,
    Y el fervor de lo intangible
Lo mediato, lo después, lo más allá.
    Como el tallo de la hiedra,
    Que no sube por la piedra
    Solamente con los garfios
De su breve, de su múltiple raíz;
    Porque salva las distancias
    Con las guías de sus ansias
    Con los brotes de sus sueños
Con las alas de su instinto de subir.

II

    Yo sé bien que muchas veces.
    Tú vacilas, tú decreces.
    Por exceso de cualquiera
De las dos aspiraciones de tu ser;
    Pues el hombre verdadero
    Ni es deleite, todo entero,
    Ni es, tampoco, todo fiebre.
Todo anhelos inauditos de ascender...
    Como el tallo de la hiedra.
    Que se dobla y se desmedra.
    Si le faltan en el muro
Circunstancias aparentes de arraigar
    Y el placer y las pasiones
    Serán siempre los arpones
    Con que vayas escalando
La divina, la suprema claridad.

III

    Yo sé bien, que muchas veces,
    Ni aprovechas, ni mereces,
    Los progresos de que gozas.
Magnos, buenos y seguros, desde Adán;
    Pues te invade la locura
    De ostentar tu investidura.
    Cual un sol que no supiese
Nada más que relucir y deslumbrar.
    Pues te colmas del ardiente
    Fanatismo del presente,
    Sin pensar que te ha tocado,
De las épocas humanas, la peor,
    En que todos van vacíos,
    Van inertes y van fríos,
    Como témpanos del polo,
¡Cual burbujas irisadas por el sol!

IV

    Sin mirar, sin haber visto.
    Que ser hombre, ya es ser Cristo;
    Que ser Cristo, ya es ser sabio;
Que ser sabio, ya es ser luz de Jehová;
    Que ser Él, o su destello
    Ya es ser justo, manso y bello;
    Que ser bello, manso y justo.
Ya es ser viva negación de vanidad;
    Que los vanos van vacíos.
    Displicentes y sin bríos,
    Como barcos errabundos
Sin el lastre, sin la carga de la fe;
    Que sin fe, todo se cierra
    Por el aire y por la tierra.
    Cual pupila temerosa
¡Tras el párpado brutal de lo soez!

V

    Sin mirar, sin haber visto,
    Que ya todo estaba listo
    Sendos miles de centurias
Más atrás de tu presencia baladí;
    Que tus raras invenciones
    No son más que proyecciones:
    Los capullos que se abren
¡Y los frutos que se cuajan para ti!
    Peregrino que reposas.
    Por la fuerza de las cosas.
    Donde mismo se desatan
Las guedejas cristalinas del raudal...
    Del raudal apetitoso
    Que ha venido silencioso
    Por los senos de la tierra,
¡Con las ansias inefables de brotar!

VI

    Que tu alma, que tu día,
    Van preñados, todavía.
    Del primer fecundo beso
Del primer fecundo labio creador;
    Y aquel beso fue tan hondo,
    Que ha lanzado al mismo fondo
    De los siglos de los siglos
Su profunda, generosa radiación.
    Pues habrás perdido el nombre,
    Serás ángel, más que hombre,
    Correrás, en un segundo
De una estrella en otra estrella, sin caer,
    Y aquel fúlgido progreso
    Será el hijo de aquel beso.
    Será un punto de las ondas
¡Que aquel ósculo vibró, la primer vez!

VII

    Yo sé bien que vas lanzado.
    Cual un bruto desbocado
    Que las bridas no sujetan,
Y a quien deja el conductor de gobernar,
    Aguardando vigilante,
    Que vencido, jadeante.
    Se desplome, de rodillas.
¡Faz a faz del infinito, el animal!
    Porque Dios, como el auriga
    Cuenta más con tu fatiga
    Que con ese frágil freno.
Que con esa turbia luz de tu razón;
    Y ha sacado del hastío.
    Como al mundo del vacío,
    Los estados más hermosos.
Los destellos más sublimes de tu yo.

VIII

    De tu yo, que rompe y deja,
    Cual un sol que se despeja,
    La prisión de unos sentidos
Que no saben ciertamente lo que ven,
    Y fulgura justiciero,
    Cual un rey sin consejero,
    Cual un soplo todo libre
¡Que no tiene resistencias que vencer!
    Tan lucífero, tan claro
    Como él mismo, cual un faro
    Cuya bomba de colores
Destrozó con su violencia, el huracán;
    Tan profundo, tan vidente,
    Que partiendo del presente,
Desde un polo al otro polo
¡Surcaría, de una vez, la eternidad!

IX

    Juicio libre, juicio puro.
    Matemático, seguro.
    Como rectas ideales
Que cruzaran los abismos de zafir.
    Como van por el vacío
    Sin retardo ni desvío,
    Los pedruscos y los bronces
¡Y el vellón y la pelusa más sutil!
    Misma luz, misma potencia
    Misma vida, misma ciencia
    Misma ley del Universo,
Mismo bien, misma razón, misma verdad,
    Que cayeron fulminados.
    Luminosos, imantados,
    Cual recónditos conjuros.
Por los tiempos de los tiempos, en Adán.

X

    Yo sé bien, que Dios ha puesto,
    Cual un doble muro enhiesto,
    Los zarzales dolorosos
Que flanquean, palmo a palmo, tu carril;
    Que debajo de tu planta,
    Cada día, se levanta,
    Yo no sé, qué senda púa.
Que te impone, que te manda proseguir;
    Que no besa, que no toca,
    Ni tu mano, ni tu boca
    Donde no hallen escondidos
Escorpiones trepitantes de furor;
    Pues la vida del más justo,
    Cual un lecho de Procusto,
    No le deja ni un repliegue.
Ni un minuto bien gozado de pasión.

XI

    Que te sigue la jauría
    Más hambrienta, más bravía,
    Galopándote a los flancos
Por el arduo cuestarriba del deber;
    Que circulas como fiera
    Perseguido por doquiera
    Como el toro que conducen
Con las picas del dolor, al redondel.
    Que te arrastra de las crines
    Un tropel de querubines
    Afanosos, cual hormigas
Que rasuran de sus rosas al rosal,
    Y callados y severos,
    Como van los carceleros,
    Siempre mudos como mudos.
Vigilando su cuadrilla criminal.

XII

    Que cual dos enamorados
    Que platican reclinados
    En los cómodos cojines
De las cómodas butacas del vagón,
    Van soñando dulcemente,
    Mientras marchan rectamente
    Por los rieles invisibles,
Para ellos, como el alma y como Dios.
    Así corre a su destino,
    Proyectando en el camino
    Mil graciosas necedades.
Que jamás entre sus palmas palpará,
    Desde el joven al anciano,
    Desde el rey al artesano.
    Toda entera y verdadera,
La inconsciente, soñadora humanidad.

XIII

    Que es verdad abrumadora
    Que la gran locomotora
    Que conduce todo eso
De la estepa de los siglos, a través,
    En las mismas estaciones,
    A los mismos corazones,
    Fracasados o triunfantes.
Los arroja sin mirar en el andén.
    Pues el mismo pensamiento,
    Y hasta el mismo sentimiento,
    Pueden ser los de un lacayo
Despreciable favorito del Señor...
    O el espíritu sublime
    Que somete, que redime
    La soberbia de las almas
¡Con su noble, su cristiana negación!

XIV

    Que hay un tic en cada vida.
    Que la entrega sometida
    Como res indiscutible
Del misterio, del destino, del azar;
    Y fracasan, o prosperan
    Quieran ellas o no quieran,
    A los golpes o los besos
¡De la misma incognoscible voluntad!
    Que bordamos afanosos
    Arabescos prodigiosos
    En la púrpura sagrada
Del ingenio, del deseo y la ilusión,
    Mientras van insospechables
    Cien demonios formidables
    Trabajando en el secreto.
De aquel mismo generoso corazón.

XV

    Que ninguno hasta el presente
    Se ha escrutado con la lente
    De la sola razón pura,
Bien adentro, bien al fondo de su ser;
    Que no hay sol y no hay bacterio
    Que no vayan al misterio.
    Cual un médium insensible
Que no tiene la conciencia de quién es;
    Ni hay discurso, ni hay idea,
    Por olímpica que sea
    La molécula purpúrea
De la sangre de genial que los creó,
    Que repitan dos segundos
    Los acentos tremebundos
    De la misma verdad misma
Que resuena en lo recóndito del yo.

XVI

    Yo sé bien que vas seguro
    Dentro mismo del oscuro,
    Viejo cauce, lecho enorme.
Sendo abismo, largo túnel en que vas,
    Como río entre ribazos
    Como niño entre los brazos
    Que lo mecen, que lo llevan
Donde ansía la ternura maternal;
    Que, tal vez, sonríe tierno.
    Sin enojos, el Eterno,
    Cuando ruges y protestas
Con el torpe razonar de Lucifer,
    Que no siente la armonía
    Del dolor y la alegría,
    Del deber y del derecho.
De la santa libertad y de la ley.

XVII

    Pues sabrás que Dios es bueno
    Como el mismo pan moreno,
    Que los pobres de la tierra
Santifican con su llanto y su sudor;
    Y más manso, todavía
    Que la propia luz del día
    Que se vuelca y distribuye,
Sin negar al más infame, su fulgor:
    Y es en vano que te mofes
    De sus leyes y apostrofes
    Con apóstrofes geniales,
Su existencia, su poder y su bondad;
    Porque nada le conmueve,
    Y en su blanca faz de nieve
    No sublevan tus injurias,
Ni una ráfaga de cólera, jamás.

XVIII

    Que más lejos de los astros,
    Donde ya no quedan rastros
    De la lógica del cosmos,
Misma lógica misérrima del ser;
    Más allá de donde ahito
    De rodar, el infinito
    Se prosterna y enrarece,
¡Todavía poderoso, manda Él!
    Y por más que vas huyendo
    De su código estupendo
    Por miríadas de centurias,
Cual un hijo que se fuga del hogar...
    Como el pez en el acuario,
    Y en su celda, el visionario,
    Y en sus órbitas las orbes,
Del alcance de sus manos, no saldrás.

XIX

    Y yo sé, perfectamente,
    Que mi verba, que mi mente,
    Que mi trágica persona,
Que mi débil, hiperbólico clamor,
    Para ti, será tan vano,
    Como el rasgo de un insano,
    Que al salir acometiese,
Con sus gritos enigmáticos, al sol;
    Para ti, será lo mismo,
    Que oponer al cataclismo.
    Catapultas de sarcasmos
Y sollozos y protestas de mujer,
    Y a los ecos clamorosos
    De los mares tumultuosos,
    Con rescriptos y con varas.
¡El silencio de las tumbas, imponer!

XX

    Que del modo que las gotas
    Van cayendo como notas,
    De repliegues en repliegues,
Por los pétalos rizados de la flor,
    Sin sentir, las infelices,
    Que reflejan los matices
    De las hojas que recorren
Como perlas temblorosas de sudor.
    Sin noción, las pobrecitas,
    de las fuerzas infinitas
    Que tu ser originaron
En los senos del jazmín o del clavel,
    Sin saber, las degradadas,
    Al rodar, electrizadas
    Como lágrimas furtivas.
Dónde mismo, su cristal, han de romper.

XXI

    Así pongo vacilante,
    Sobre cada consonante,
    Las ideas que me brotan,
Ni lo sé, ni lo sabré, para qué fin;
    Así va, fugaz y terso.
    Reflejando cada verso
    Las bellezas o las sombras
De los días que lo vieron, al surgir;
    Así marcha mi discurso.
    Sin pensar en el concurso
    De las hondas energías
Que lo exprimen en mi seno, sin dolor;
    Así vibra mi elocuencia
    Sin la mínima conciencia
    De los círculos postreros
Donde tenga que cesar su vibración.

XXII

    Pues, cual busca el arroyuelo
    Sollozante, sin consuelo
    Sucesivos desniveles
Sometido por la ley de su nivel,
    Así voy, como el arroyo
    De un apoyo en otro apoyo
    De declives en declives
¡Sin poder y sin querer y sin saber!
    Y lo mismo que las olas
    No se yerguen por sí solas
    Ni disponen sus orientes
Con su ronco, su perpetuo resonar,
    Mis arranques inauditos,
    Y mis quejas, y mis gritos,
    Nada explican, nada pueden,
Como el eco más insólito del mar.

XXIII

    Mas tal vez, por eso mismo,
    Se desborda mi heroísmo,
    De las ánforas secretas
Donde yace prisionero su licor,
    Cual un vino delicado,
    Neciamente abandonado
    Por la incuria de los hombres
En el fondo de mi triste corazón.
    Como aquellos manantiales,
    Que detrás de los zarzales,
    En el seno de las rocas,
Purifican y retienen su cristal;
    Como todos los nacidos
    Para ser escarnecidos.
    Cuando suenan los clarines
De cualquier evolución providencial.

XXIV

    Y tal vez por eso mismo,
    Restallante de lirismo
    Lo fatal y lo imposible
Me deleita contrariar y resolver:
    Cual un ángel del Averno,
    Partidario del Eterno,
    Que a los réprobos absortos
Predicase las bellezas del Edén;
    Cual un punto de la esfera,
    Que ser punto no quisiera,
    Y en la cumbre de los soles
Resolviese proclamar su rebelión;
    Cual un ente miserable
    Que soñando lo inefable.
    Desde el fondo de la sombra.
¡Suspirase por su cruz de redentor!

XXV

    Y delante de la furia
    Con que rueda tu centuria
    Como tropa de bisontes
Poseída del delirio de migrar,
    Cual innúmera majada
    Perseguida y azotada
    Por las lluvias invernales,
Que la llevan sin saber a donde va.
    Como férvido torrente
    Que a la faz de la pendiente
    Se desploma fragoroso
Sin más ley que la maldita de caer:
    Yo, la brizna sin historia,
    Vil sobrante, vil escoria,
    me levanto formidable,
¡Me propongo fulminar tu estolidez!

XXVI

    Sí vacía, sí pomposa,
    Sí ruin, sí delictuosa,
    Sí maligna, sí cobarde,
Sí proterva, sí bestial humanidad:
    Pon la faz arrebolada
    Más abajo de la nada,
    Más abajo, todavía,
Pues te voy a maldecir y apostrofar;
    Soy tu padre, tu poeta,
    Tu maestro, tu profeta,
    Tu señor indiscutible,
¡Tu verdugo sin entrañas y tu juez!
    No me asustas : te domino,
    Te someto, te fascino
    Con la luz esplendorosa.
¡Con el hierro incandescente de la fe!


Autor: Pedro Bonifacio Palacios (Almafuerte)


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APÓSTROFE: Ret. Figura que consiste en cortar de pronto el hilo del discurso o la narración, ya para dirigir la palabra con vehemencia
en segunda persona a una o varias presentes o ausentes, vivas o muertas, a seres animados o a cosas inanimadas, ya para dirigírsela a sí mismo en iguales términos.

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APÓSTROFE - de Pedro Bonifacio Palacios (Almafuerte)

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