13 de abril de 2021

CINCO MINUTOS EN EL PARAÍSO (Un cuento de Rubén Sada)

 


*CINCO MINUTOS EN EL PARAÍSO*

 

Una brisa le acarició el recuerdo con la fragancia de los paraísos de la vereda. Faltaban solo “cinco minutos” para que su pequeña hija saliera del jardín de infantes.

Mientras la esperaba, el joven padre se bebía todas las flores de su propia niñez debajo de los paraísos de la cuadra, en correrías a la “escondida” o a la “mancha”, junto a sus vecinitos. Calmo y en la sombra, este aroma floral lo devolvía a su pequeña infancia...

Un “déjà vu” lo trasladó al mismísimo momento en que se puso a juntar las pelotitas que expulsan estos perfumados árboles, compitiendo con su vecinito para ver quién juntaba más en menos tiempo como si fueran “monedas”, en un pequeña caja fuerte de nylon.

A lo lejos se oía la algarabía de los niños adentro del jardín, mientras miró el reloj para descubrir que ahora faltaban “cuatro minutos”. Y volvió a “su” vereda. Ahí estaba Pablito y él lo consolaba por una quemadura que había sufrido con unos cohetes hacía un mes, en Navidad. El olor a pólvora quemada del muñeco, todavía estaba fresco en el asfalto de la calle cortada en la que quemaron al año viejo. Multitudes de vecinos salían con una copa en la mano a brindar en la calle por un año mejor.

Miró el reloj. Faltaban “tres minutos”. Volvió “al campito” donde junto a Juancito remontaban barriletes con cartas para la madre fallecida de su vecinito. Como si ella misma le respondiera desde lo alto, escuchó a su propia madre llamarlo adentro para tomar la leche de la merienda. Descolgaron el barrilete y al acercarse a la puerta de la casa, se respiraba ese dulce olor a cascarilla caliente. Atrás quedaban el otoño, el viento y el aroma de los paraísos: ahora solo importaba el gusto a chocolate que impregnaba sus sentidos y los biscuits que remojaba en él.

Miró de nuevo su muñeca y el reloj marcaba que faltaban solo “dos minutos” para que su muñequita le gritara “papá”, con un abrazo efusivo. Mientras pensaba en su hijita, volvió a la vereda de su paraisal. Había llovido y ese olor a tierra mojada lo hizo viajar hasta allí. Escondiéndose detrás de un tronco, se patinó en el barro y sangró su rodilla, pero ¡qué recuerdo gracioso! Aunque del susto, en ese momento lloraba sin consuelo. Pero su mamá lo escuchó y le puso alcohol y una gasa, ¡para qué! El llanto fue incontrolable. Al recordarlo veinte años después, una medialuna acostada de nostalgia le dibuja la boca.

El reloj pulsera acusaba de que llegaba al final del viaje. En un minuto saldría su pequeña hija y él volvería a su rutina de familia y negocios. Pero en vez de eso, volvió a su infancia al ver pasar a su lado a la mamá de un chico, sosteniendo un ramo de arvejillas en la mano, para obsequiarle a la maestra. ¡Arvejillas! ¡Cuánto añoró el perfume de la enredadera de arvejillas del frente de su casa! Algunas madreselvas y las magnolias del pasillo, le daban al patio del frente un sabor a infancia nunca más revivido. Y en el fondo de la casa, una parra de uvas verdes perfumaba el patio de su niñez...

  —¡Dios! Cómo quisiera volver allá. ¡Qué lindos recuerdos me trajo este olor! Estaría todo mi tiempo bajo este árbol. Su sombra me hizo encontrar el sol de mi niñez, y volví a vivir cinco minutos en el paraíso.

© Rubén Sada. 10/04/2021.


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