9 de noviembre de 2018

LA HIJA DEL PINTURERO (un cuento de Rubén Sada)

LA HIJA DEL PINTURERO 

(un cuento de Rubén Sada)


“Pinta tu aldea y pintarás el mundo”. León Tolstoi (1828-1910).

El dueño de la única pinturería del pueblo, atendía su local de ventas junto a su hija, una hermosísima joven que atraía la atención de todos los muchachos del lugar. Su silueta muy provocativa y su impecable cabello eran el marco adorable de su rostro angélico. De voz cual canto de sirena, su melosa forma de seducir con las palabras hacía temblar a los hombres que venían a comprar pintura. Quizás por eso que la pinturería llegó a ser un negocio muy próspero, siempre lleno de “clientes” reclamando ser atendidos por esta bella joven: “la hija del pinturero”.
Pero su padre la celaba, la protegía de todos los ‘aguiluchos’ que la rondaban; por eso ella nunca pudo tener un novio. Él le insistía: ‘No serás carne de ningún buitre. Permanecerás “inmaculada” hasta que yo muera’. Fue tanto su afán por cuidar que ningún mozo se acercara a cortejarla, que un día secretamente llamó a una anciana del pueblo que realizaba prácticas extrañas, y hasta le pagó para que hiciera algo para proteger a su hija.
La anciana hizo un conjuro mediante el cual, cualquiera que besara a la hija del pinturero, se volvería azul. Cualquiera que siquiera se atreviese a tocarla con intenciones pasionales, pasaría a ser un indeseable hombre de piel cerúlea. La malvada anciana garantizó estos tenebrosos resultados.
Una mañana llegó al local un apuesto muchacho que no dejaba de mirar a la damisela vendedora. Ella correspondía las miradas con el deseo hambriento… de ser poseída por él. Es que él le gustó mucho en apariencia. Aún sabiendo que su padre le había prohibido entregarse a un hombre mientras él viviera, ella no pudo dejar de pensar en aquel mozalbete, y entre sonrisas furtivas y atención más que amable, el joven terminó comprando mucha más pintura de la que necesitaba.
Durante las noches siguientes, la hija del pinturero no pudo dormir pensando en su galán.
A los pocos días, el muchacho volvió a la pinturería con la intención de ser atendido por ella, pero esta vez con su rostro y manos teñidas de azul. Cuando ella lo vio, se desilusionó, y lo derivó a su padre para que lo atienda. Al ver a un muchacho de piel azul, el pinturero sospechó que el conjuro de la anciana se cumplía. Y la increpó:
—Tú estuviste anoche con ese desconocido, ¿no? Dime la verdad. Te he prohibido que toques a un hombre... y la señorita, en vez de estar sola en su habitación, ¡está por ahí, besándose con cualquiera!...
—¡No, papá! No estuve con él, ni siquiera lo conozco. Sólo vino a comprar muchas latas de pintura y volvió por más. Es un gran cliente, pero no lo conozco. Créeme, padre…
—¿Cómo quieres que te crea? Sé que anoche te besó, porque eso fue lo que me aseguró la anciana. Que “¡Cualquier tipo que besara a su hija será convertido en un monstruo azul!”
El joven de piel azul llegó a ser el hazmerreír del pueblo mientras por toda la comarca empezó a correr el rumor de que cualquiera que besara a la hija del pinturero se volvería azul.
Pronto este rumor atrajo a la pinturería a más prospectos masculinos para comprar pintura, y de paso “rescatar” alguna información sobre el curioso episodio y conocer a la joven protagonista, quien ya estaba cobrando popularidad. Todos reclamaban ser atendidos por “la hija del pinturero”. La gente del pueblo empezó a pintar sus casas de azul, mientras el pinturero embolsaba más dinero y su negocio prosperaba cada vez más. Unos días después, entraron al negocio unos muchachos de piel azul. Al mirarlos, el pinturero quedó horrorizado.
—¿Y ahora qué me dices, padre? No creerás que estuve besándome con todos ellos, ¿verdad?
—La verdad, no sé qué estará pasando en este pueblo, pero lo averiguaré. —aseguró el padre.
Al cerrar el negocio, el pinturero fue a ver a la anciana. En el camino se cruzó con muchas señoritas de la zona y quedó horrorizado al verlas... todas tenían la piel azul.
El pinturero llegó donde la anciana y le reclamó que en el pueblo había muchos hombres y mujeres azules. Ella le respondió:
—Tú me pagaste por hacer algo y yo lo hice. He cumplido mi parte. Pero en el trato nunca hemos hablado de que mi trabajo fuera para una sola persona, exclusivo para ti. Cuando en el pueblo empezaron a ver que tu pinturería se llenaba de clientes y tú te estabas enriqueciendo, los paisanos me compraron la fórmula y se la vendí a varios más. Además, la piel azul es contagiosa.

Disconforme, el pinturero volvía de regreso a su pinturería y en el trayecto, su piel se fue tiñendo de azul.
©Rubén Sada. 15-01-2013.

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