Se cruzaron impacientes como una cuerda invisible, más que un atisbo sensible hicieron brillar los dientes. Se establecieron mil puentes y no entendieron razones, se unieron dos corazones intercambiando miradas, y bailaron sus pisadas *entre notas de acordeones.*
Vienen gorriones lozanos a sosegarse en mi pecho, vienen ramitos de helecho y me acarician las manos. Mil perfumes artesanos me llegan hasta el hocico, transportan el vaho rico de tu magna poesía… ¡Todo eso me lo envía el aire de tu abanico!
Vienen tenues mariposas a coquetear en mi piel, viene el dulzor de la miel de tus miradas hermosas. Larga un perfume de rosas y envía el trinar de un pico, con cantos que no me explico pues destellan mil bengalas, cuando hacen vaivén las alas del aire de tu abanico.
Me transportan a un jardín donde un bello pavo real trae el viento angelical de tu aliento bailarín. Los efluvios del jazmín vienen y lo certifico, con tu elixir me medico respirando en este predio un céfiro que es remedio: ¡El aire de tu abanico!
Cuando agitas tu pantalla me transportas tu latir, y el aura viene a nutrir el deseo que en mí estalla. Vos sos mi mayor medalla y por vos me sacrifico, por favor, te lo suplico, dejame estar junto a vos, dame el hálito de Dios: ¡El aire de tu abanico!
MI PRIMERA MAESTRA: MI MAMÁ (Sextilla pareada heptasílaba de pie quebrado)
—I— Mi primera maestra era joven y diestra: ¡mi mamá! Me llevaba del brazo, y aprendí en su regazo a estudiar. Cada número nuevo que aprendí, yo le debo como el pan. Mi primera maestra era tierna, era diestra: ¡mi mamá! —II— Fue su mano mi escuela y pintaba en la tela un clavel. Un cantero en mi mente floreció de repente al leer. Me enseñó consonantes y vocales brillantes de cristal. Con verbal acrobacia aprendí a decir gracias y a versear. —III— Mi maestra primera procuró que aprendiera a escribir. Dibujando un abrazo, cada letra en un trazo de rubí. Cuando me equivocaba con paciencia borraba mi desliz. Y en el surco de un verso fue su pétalo terso un jardín. —IV— Cada tarde en la mesa su enseñanza fue impresa por doquier. Y al entrar al colegio tuve el gran privilegio de saber. Cuan profunda se labra la primera palabra del vivir. Del idioma materno yo seguí siendo eterno aprendiz.
—V— Pero un día el diploma su volar de paloma me entregó. Y al quedarme dormido, su plumaje del nido se voló. Su enseñanza es la huella que ha endulzado mi estrella de maná. Mi primera maestra era sabia, era diestra, ¡mi mamá!