Fotografía: Phil Penman
LA MÁQUINA DE IMPEDIR
y agachó el lomo en su vida,
por ganarse la comida
con coraje y sudor bravo.
Se esforzó a nivel esclavo
con tal de sobrevivir,
hoy se apaga su latir
y ya está sin combustible
enfrentando a lo imposible:
La máquina de impedir.
Esa máquina opresiva
que a todo le pone estorbos,
que lo obliga a tragar sorbos
de dolor, en carne viva.
Cada cráter que él esquiva
desde el cénit al nadir,
es un paso al porvenir
ganado con sacrificio,
pone fuera de servicio
la máquina de impedir.
Pudo vencer artimañas
y enfrentó todos sus miedos,
desenredó mil enredos
y movió muchas montañas.
Se quemaba las pestañas
para a su cráneo nutrir,
y estudiando hasta morir
aprender fue su deleite,
aunque hoy desborde de aceite
la máquina de impedir.
En horizontes de plomo
ve que el semáforo sangra,
y un país que se desangra
tiñe el cielo monocromo.
Latigazos en el lomo
gritan: “¡Deja de existir!”
Pero insiste en resistir
pues no le falta hidalguía,
tiene gran tecnología
la máquina de impedir.
Nubarrones de cinismo
se abalanzan desde el orbe,
ya no hay ley que no le estorbe
y lo empuje hacia el abismo.
Quieren matar su lirismo
y hacer guano del zafir,
pero él lucha por vivir
a pesar de seis decenios,
mientras vence con ingenios
la máquina de impedir.
Aunque es la que más produce
y lacera en forma diaria,
la terrible maquinaria
a ser momia no lo induce.
Madruga el buey. Sale al cruce
y se esfuerza en producir,
con la fe de resurgir
cual ñandú de un simple huevo,
y desactivar de nuevo
la máquina de impedir.
© Rubén Sada. 29/10/2023.