UNA CANCIÓN
En el son de una canción
se derrama la armonía
igual que la luz del día
ilumina el corazón.
Se destila del pulmón
la lágrima del amante
igual que la de un infante
que quiere cumplir sus sueños
que aunque parezcan pequeños
son lo eterno en un instante.
Moriré en la soledad
si acaba tu canción dulce
ya no tendré quién me impulse
para explorar la verdad.
Solo veré oscuridad
sin tu luz, tu resplandor,
sin tu destino cantor
se asfixia mi sentimiento,
y en la sequía del viento
puede marchitar mi flor.
No calles nunca, cantante
de esta bella melodía,
te necesito este día
como el latido al amante.
Haz de mi canto triunfante
espejos de luna llena,
que me endulcen la colmena
con tu armonía y tu voz,
pondrá la música Dios
y tú el canto de sirena.
Haz evaporar mi pena
y que el llanto que me oprime
por el dolor del que gime
se retire de la escena.
Si en enojo el cielo truena
con las tormentas canallas,
derrama sol en mis playas
y haz de tu canto mi guía,
pues esta ciudad tan fría
se morirá, si te callas.
Es tu voz el dulce encanto
y tu ritmo en armonía,
lo que alumbra a la sombría
noche de desierto y llanto.
Pones luz al cruento manto
cuando el son desde tu pecho
va ascendiendo al sol, derecho
como a la pared, las hiedras,
¡si hasta un camino de piedras
tiene estrellas como techo!
No cejes nunca, cantante,
que el poder de la razón
no obnubile la ilusión
que tú tienes por delante.
Seré de tu voz, amante,
y de tus labios, custodio,
venciendo al canto del odio
con un canto de justicia,
mi aprecio será caricia
y te mantendrá en el podio.
© Rubén Sada. 26/11/2021.
Escritura creativa hecha con la colaboración de Susana Ruggiero, Horacio Zarauz y Delia Arjona.