¡OH, QUÉ SABIOS...!
Poetas, melancólicos doctores,
vuestras acres lecciones he escuchado:
—"El amor es un negro serafín,
acerbo sembrador de desengaños;
arroja su maléfica semilla
en los pechos, y riégala con llanto."
—Las rosas— me habéis dicho —no son rosas,
los más hermosos son los tristes cánticos.
Poetas, melancólicos doctores,
si amáis a la mujer y sois amados
¿cómo así os expresáis? Yo adoro a una...
Las horas para mí son relicarios
en donde escondo, mientras ella viene
mis deseos, mis éxtasis sagrados.
Minutos alumbrados por la espera,
sois gemas chispeantes de áureos rayos.
Todo florece, inflámase la brisa,
en el ambiente flotan ritmos lánguidos.
La tierra es verde, verde y pudorosa
como dulce novicia de ojos glaucos.
En lecho de misterios y perfumes
la virgen esperanza se ha arrobado.
Tiempo alado, apresúrate a traérmela.
Convulso corazón, ¿no oyes sus pasos?
Hay que escanciar el vino de tus vides
en la cálida copa de sus labios,
y más tarde morir entre el paréntesis
grácil y milagroso de sus brazos.
¿Y aún diréis, ¡oh, poetas!, que el amor
es un vulgar azote y un mal bárbaro?
¿Que no hay otra verdad sobre la tierra
que la verdad del esqueleto humano?
¿Que sólo hay un bautismo, el del olvido?
¿Que sólo hay una ciencia, la del llanto?
¡Amad! Y en dicha, música y arrullos,
trocaréis vuestros grises desencantos.
¡Amad! Y vuestro pecho, como el mío
se inundará de luz de un mundo mágico.
Mas, oh felicidad, oigo su voz,
se acerca ya... ¿Qué veo? Me ha olvidado.
Va con otro... Y ya no me conoce.
¡Poetas! ¡Oh, qué sabios sois, qué sabios!
Amador Porres