LA LIBERTAD
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Valiente
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Naborí
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Ojalá tenga la suerte | La Muerte es desconocida |
pocas veces conseguida | maga de tierra o de cielo, |
de que florezca mi vida | que con tijeras de hielo |
para cantarle a la muerte. | corta el hilo de la vida. |
Ella es la mirada fuerte | Ni la más enternecida |
en incontenible acecho; | voz humana la conmueve; |
y como en un marco estrecho | trepa por la vida breve |
la mentira de vivir | como una invisible hiedra, |
y la verdad de morir | con sus oídos de piedra |
se me juntan en el pecho. | y sus entrañas de nieve. |
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Para hablar de las mañanas | Como un alfiler de frío |
y las tardes que se van, | la muerte, callada, viene |
la vida y la muerte están | desde un palacio que tiene |
juntas como dos hermanas. | forma de cráneo vacío. |
Las inquietudes humanas | Viene por un ancho río |
no tienen razón de ser, | de aguas negras y plomizas; |
si aceptamos que nacer | y después que ha vuelto trizas |
es la acción que nos convierte | la vida que le molesta, |
en mas hijos de la muerte | vuelve a su casa, y se acuesta |
que de la propia mujer. | en su cama de cenizas. |
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Los que aceptan que morir | Acaso tal diosa helada, |
es pasar a mejor vida, | más sorda que la sordera, |
que sólo hay carne vencida | es pérfida mensajera |
y no el derecho a vivir, | al servicio de la Nada. |
ésos, con un sonreír | Acaso empuña su espada |
de niños, la muerte esperan; | en donde nadie la ve |
y nunca se consideran | y deja bajo su pie |
íntegramente vencidos, | suicidio, enfermedad, guerra… |
como si extraños fluidos | por devolverle a la Tierra |
de otras vidas recibieran. | lo que de la Tierra fue. |
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Los que niegan la existencia | La muerte es Emperadora |
del eterno “Más Allá”, | que nos impone su estigma, |
y entienden que todo está | y en la noche de su enigma |
del mismo cuerpo en la esencia, | no se vislumbra la aurora. |
ésos, con una impaciencia | no le responde a quien llora |
triste que los desanima, | el dolor de un hijo muerto, |
quieren que el tiempo se exprima, | ni supieron nada cierto |
que dé más de lo que puede; | en torno suyo los sabios.. |
y el tiempo no retrocede | Es como el dedo en los labios |
y les pasa por encima. | de la Esfinge del desierto. |
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La muerte, enorme gigante, | Es para el místico anhelo |
invisible, puesto en pie, | camino de salvación, |
no se siente, no se ve | una breve transición |
y en todo está vigilante. | entre la tierra y el cielo; |
nadie adivina el instante | la necesidad de un vuelo |
de su exacta aparición; | hacia un lejano paraje; |
brota de la confusión, | algo como dar un viaje |
porque se proyecta igual | de una orilla a la otra orilla; |
en la punta de un puñal | una cosa tan sencilla |
que en brazos de una pasión. | como cambiarse de traje. |
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Muere un niño de igual modo | Para los que no han querido |
que morir puede un anciano: | más detalle que la Ciencia, |
en la amplitud de la mano | la muerte es “la consecuencia |
de la muerte, cabe todo. | lógica de haber nacido”. |
hecha sombra, en el recodo | Ante su afán concluido |
de cualquier camino, está; | mito es la celeste Gloria; |
y cuando a buscar se da | mas, si hay alta ejecutoria, |
uno para su rebaño, | hay un modo de quedarnos |
no le interesa el tamaño | vivos, y es el de sembrarnos |
ni hacia qué lugares va. | en el surco de la Historia |
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Por cuanto de radical | El hombre que plenamente |
tiene la muerte, la quiero: | se ha dado a la Humanidad, |
lo mismo quiebra el acero | forjando una sociedad |
como el más simple metal. | de conciencia diferente, |
El orgullo personal | muerto, como una simiente |
en sus garras se hace añicos; | espiga en un monumento; |
y suelta como abanicos | y de pie, en el sentimiento |
sus tentáculos salobres, | del pueblo que nunca olvida, |
sorda al clamor de los pobres, | sigue viviendo la vida |
sorda a la voz de los ricos. | abstracta del pensamiento. |
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Una muerte producida | ¡Paz! Corazones humanos, |
por la vía del suicidio, | hoy que el hombre furibundo |
nos dice cómo el presidio | tiene la muerte del mundo |
deja escapar una vida. | como un juguete en las manos. |
La muerte para el suicida | se envenenan oceanos |
es vía de flor y estrella, | con una bomba homicida |
pues cuando bajo la huella | que puede con su embestida |
del dolor no puede estar, | no dejar en el planeta |
lo hace, pensando encontrar | ni siquiera una silueta |
su liberación en ella. | vaga de lo que es la vida. |
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No siempre la muerte deja | La muerte es casi cariño, |
el dolor de lo perdido, | dulce descanso y consuelo, |
pues cuando muere el olvido | cuando se posa en un pelo |
la alegría se refleja. | que el dolor pintó de armiño. |
Y cuando muere una queja | pero la muerte de un niño |
hay alegría también; | –flor de sonrisa y pureza, |
y cuando yace el desdén | albo soldado que empieza |
hay un entusiasmo igual, | los fragores del combate–, |
porque el sepulcro del mal | tal parece un disparate |
es la cuna para el bien. | cruel de la Naturaleza. |
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La muerte de algo está aquí | Sin embargo, no es tan mala |
presidiendo la velada, | la muerte de manos frías, |
y puesta está su mirada | porque las categorías |
en Valiente o Naborí. | más disímiles iguala… |
Si cae la derrota en mí | Ella no establece escala |
como en un duelo sombrío, | de edad, talento ni suerte… |
esta misma noche al río | Tal vez sería más fuerte |
desilusionado iré | nuestra vida miserable, |
y en su entraña dejaré | si tuviera el invariable |
enterrado un sueño mío. | socialismo de la muerte. |
BIOGRAFÍAS ÁNGEL VALIENTE (ANGELITO) nació el 28 de febrero de 1916, en la zona tabacalera de San Antonio de los Baños, provincia de La Habana. Cursó la enseñanza elemental en una escuela pública de su barrio natal. Interrumpió sus estudios para dedicarse al trabajo en vegas tabacaleras y otros oficios, pero siempre fue un lector incansable, logrando cierta cultura autodidacta. Desde sus ocho años improvisaba décimas. Ya en su juventud había logrado una fama nacional a través de los programas radiales y la televisión. Figura entre los improvisadores cubanos de más arraigo popular. Murió el 21 de enero de 1987, en su pueblo natal. JESÚS ORTA RUIZ (INDIO NABORÍ) nació el 30 de septiembre de 1922 en San Miguel del Padrón, La Habana. Habiendo nacido en el seno de una familia campesina cubana, su punto de partida en la poesía no podía ser otro que la décima. Desde niño empezó a despertar admiración entre sus vecinos con sus improvisaciones. Joven, se desempeñó en varios oficios y se destacó como decimista improvisador, a la vez que se cultivaba para saltar del canto a las letras, cosa que logró con grandes esfuerzos, siendo reconocido hoy entre los más notables poetas de Cuba y habiendo recibido, entre otros, el Premio Nacional de Literatura de 1995. Pero su etapa juvenil de repentista ha dejado tan profundas huellas en el pueblo y en los nuevos cantores decimistas, que todavía se le invoca con emoción en toda competencia de improvisadores. |