A unos encajes
Oh, los encajes traidores
que entreveo, turbadores,
cuando besan tu divino
cuerpo que provoca ardores
en mi ánimo adivino.
Oh, los encajes traidores.
En su tibia transparencia
-olas rizadas de espumas-
se concilian la turgencia
de la forma, y la cadencia
misteriosa de la bruma.
En su tibia transparencia.
El ver tantos vericuetos,
el cruzar tantos paisajes
y mirar tantos celajes
profesores de secretos
han hecho de tus encajes.
El ver tantos vericuetos.
Ay, quién consiguiera,
quién,
coger flores de ese edén
y doctorar los sentidos
en esa ciencia del bien
que ondea de tus vestidos.
Ay, quién consiguiera,
quién.
Tu fina carne conoce
la armonía de salterio,
que en su dulce cautiverio
va murmujeando el roce
de tus sedas de misterio.
Tu fina carne conoce.
Ni el susurro de las
frondas,
ni el idioma de las ondas
sabrían glosar el leve
bisbiseo de las blondas
hechas de azucena y nieve...
Ni el susurro de las
frondas.
¡Qué palpitantes tersuras
ilustran tus vestiduras!
¡Qué modelados perfiles!
¡Qué deleitosas blanduras
de nidos y de pensiles!
¡Qué palpitantes tersuras!
Y si en ti todo es, mujer,
un íntimo florecer
de gloriosas maravillas,
¿cómo podrían caber
en estas pobres quintillas?
Y si en ti todo es mujer.
Amador Porres