EL CEDRO DE EVANGELINA
El cedro de Evangelina
es el guardián del potrero,
la protege de un enero
en que el astro rey calcina.
Su copa a ella le trina
entre el viento frenesí,
y aunque a él nunca lo vi
todo esto lo sé yo
porque ella me lo contó
cuando sus versos leí.
El cedro de Evangelina
es el orgullo de Funes,
y desde el martes al lunes
peina el cielo en cada esquina.
La torcaza bailarina
se mece con el vaivén,
y el silencio del harén
se exalta con el arrullo
del aire fresco de Cuyo
y la vida en este Edén.
Hay un pino que lo envidia
y está intentando crecer,
cada nuevo amanecer,
él para alcanzarlo lidia.
Pero el cedro se fastidia
cuando su primo lo nombra,
y rodeado de una alfombra
policroma de alelí,
le responde al maniquí:
“Yo soy el rey de la sombra”.
El cedro de Evangelina
nunca está solo en la noche,
pues le canta su berroche
a la estrella que ilumina.
Y ante la tormenta inquina
él seguirá firme, estoico,
nunca el miedo paranoico
le impedirá ser feliz,
porque es honda la raíz
del valiente cedro heroico.
El cedro a la golondrina
le pide ser su consorte,
pero ella viaja hacia el norte,
(lo dicta su hemoglobina).
Con alas de peregrina
lo saluda en sobresalto,
cuando atraviesa el cobalto
nirvana que San Luis tiene...
“¡Volveré el año que viene!
¡Te veré un poco más alto!”
La gloria de Salomón
se magnifica en el cedro,
si hasta hablan con San Pedro
los bronquios de su pulmón.
Él destila bendición
de robusta calidad,
porque es el rey de la edad
desde hace mil primaveras,
¡si hasta el tono en sus maderas
es matiz de eternidad!
© Rubén Sada. 14/10/2020.