ALMAFUERTE Y SU OBRA POÉTICA
(por Antonio Herrero) BIOGRAFÍA
Y CAPÍTULOS 1 Y 2
DATOS BIOGRÁFICOS
Pedro Bonifacio Palacios Rodríguez nació el 13 de mayo de 1854 en el partido de Matanza, provincia de Buenos Aires; murió el 28 de febrero de 1917 en su casita de La Plata, sita en la calle 66, número 530. Era el quinto hijo de una familia compuesta de siete hermanos, de los cuales sobreviven dos. Su madre, doña Jacinta Rodríguez, murió, todavía muy joven, en 1859. Su padre, D. Vicente Palacios, falleció en 1876 a los 56 años de edad.
La infancia del poeta transcurrió en casa de sus abuelos, donde fue educado por una tía suya soltera, Carolina Palacios, a quien él nombraba madre y como a tal quería. En su artículo "La hora trágica" refiere Almafuerte las impresiones de su infancia y su primera educación, formada por lecturas de la Biblia y biografías de los próceres argentinos. Conforme afirma Emerson, los grandes genios tienen las más cortas biografías. Así la de Almafuerte es toda interior. Su vida estuvo siempre consagrada
a la enseñanza y al periodismo.
Educóse en la escuela del Pilar, sita en la calle Santa Fe, entre Montevideo y Paraná, en Buenos Aires ; y allí mismo empezó su oficio de maestro, que ejerció en aquella escuela durante cinco años, hasta 1875.
En las escuelas de Balvanera fue profesor de dibujo y declamación durante cuatro años. Aficionado al dibujo, en el que descolló, hizo una solicitud en demanda de pensión para estudiar pintura en Europa y le fue denegada.
Desde 1881 a 1887 ejerció el profesorado en Mercedes y Chacabuco. Desde 1887 a 1894, en que fue nombrado maestro de una escuela de Trenque - Lauquen, fue redactor del "Buenos Aires" de La Plata, de "El Oeste" de Mercedes ; fundó "El Progreso" en Chacabuco y redactó "El Pueblo" de La Plata. También fue durante dicha época maestro de escuela en El Salto, donde escribió su primera poesía "Interrogante" que empezó a hacer famoso su pseudónimo de Almafuerte.
Hasta 1896, en que fue declarado cesante—¡por carecer de título, él, que podía dar lecciones a todos los titulados! — ejerció de maestro en Trenque- Lauquen.
En agosto de 1896 se le nombró prosecretario de la Cámara de Diputados de la Provincia, cargo del cual se le despojó a los dos años, quedando el poeta entonces en la miseria, sin más recursos que una jubilación de 45 pesos. Para poder vivir con tan exigua suma, alquiló por 5 pesos un rancho de madera en las afueras de La Plata, acto heroico que le mereció el calificativo de loco.
Entonces atravesó la época más amarga de su existencia. Él, que necesitaba por imperioso impulso moral, socorrer toda miseria que a su puerta llamase, encontrábase privado hasta de lo más indispensable para su propia subsistencia. Abandonáronle sus antiguos admiradores y quedó convertido para las gentes en una especie de ogro maldiciente y misántropo, cuyas palabras eran como dardos penetrantes contra la vileza humana. En tal estado afligente y desolado, víctima de todos y de todo, transcurrió para el poeta una época amarguísima en la que apuró todo el escarnio y toda la barbarie de la injusticia y la estolidez de los humanos.
Al fin lograron unos amigos suyos que el gobierno de la Provincia le concediera una suma por concepto de jubilación con cuyo importe compraron para él la casa que habitaba, que gravó luego con hipoteca para servir a un mal amigo, que lo clavó.
En septiembre de 1913 dio sus lecturas en el Odeón, que si no tuvieron, ni remotamente, el éxito merecido, diéronle cierta aureola de triunfo algo tardío.
Después de estas lecturas dio algunas conferencias en distintos puntos del interior de la República en las cuales fue aclamado con fervoroso entusiasmo, mejorando muy poco, sin embargo, su precaria situación. Y en esa tarea incesante de enseñar y predicar,
joven aún y viril, en la plenitud de su intelecto, sorprendióle la muerte, sin que todavía se hubiese decidido a publicar sus obras, a pesar de tener ese propósito desde hacía largo tiempo, y haberle ya
hecho ofertas en tal sentido algunos editores.
Para aliviar su pobreza, poco antes de morir, acordóle el Congreso una pensión de 200 pesos mensuales, previo un discurso apologético de Oyhanarte y otro del doctor Joaquín V. González, sancionándose por unanimidad en las dos Cámaras del parlamento la glorificación del poeta; primer caso en la Argentina.
CAPÍTULO I: IDEALISMO DEL POETA
La obra entera de Almafuerte constituye un universo, un nuevo universo humano, superior al antiguo y más perfecto, aunque moralmente de origen antiquísimo. Hay en este universo un mundo social donde el hombre se revuelve y lucha, se somete y se humilla o se rebela y asciende, mostrando los resortes íntimos de su alma. Hay también un infierno pavoroso en que traman y meditan sus diabólicos, pérfidos planes, "los satanes, los malditos, los que nacen tenebrosos, los que son y serán larva, los que nunca, nunca en seco ... se podrán regenerar", y cuyo príncipe es el nefando, el "feliz Luzbel hediondo". Y encima de este infierno siniestro y fragoroso, como un cielo seráfico de paz, pero henchido de amor y de dolor, resplandece inmaculado y fulgurante el paraíso de los puros, donde moran los heroicos, los perfectos, los locos de ideal, los sicarios del bien, espíritus soberbios de modestia, gemas incorruptibles de diamante, los que son nebulosas de amor mismo, gotas puras del bien absoluto y también vasos infames del dolor.
Entre el paraíso y el infierno existe el purgatorio, donde trabajan y luchan, agitándose furiosamente como titanes encadenados, con rugidos de fieras enjauladas, los millones de siervos que transforman la tierra, que alimentan la vida, que repujan el globo, cual si fuese una joya ; la dolorosa "chusma sagrada", la informe recua humana prometeica, la innúmera caterva delirante, que por lo mismo que delira es bestia. Al margen del purgatorio, fuera de la evolución universal, progresiva y ascendente ; sumido en sombra y en sopor eternos, como imagen de lo yerto y de lo estéril, se halla el limbo, donde yacen y sueñan como espectros, los nulos y los idiotas, cuyas palabras cayeron a la nada sin nada de la Nada; los cobardes cuya espalda no puede soportar "ni dos haces de trigo" ; los inofensivos y correctos "que aguardan en silencio la implantación de cualquier reforma, para presentarse, después, con el plato en la mano para recibir su parte de pitanza, los canflinfleros del dolor eterno". Misionero y redentor, legislador y profeta de este universo, es el propio Almafuerte, quien después de absolver en su conciencia a todos, pues el más vil . . . es un alma destinada como el propio Jesús a su calvario, emprende la redención de los caídos para lo cual no predica el bien, sino que lo practica él mismo iracundamente, repartiendo su pan a los hambrientos y cediendo su lecho a los míseros ; implorando piedad y misericordia en favor de los débiles, para lo cual se puso "a los pies de tales reyes que no podrían ser ni sus lacayos" ; azotando con su látigo el rostro de los grandes y las espaldas de los siervos para empujarles al más allá; flotando, como un andrajo, en la cruz de los abyectos.
En este universo estallan también las tempestades y florecen risueñas primaveras, brillan como relámpagos las maldiciones y restallan y braman los apóstrofes; sonríen los ideales, cual arcángeles, y brilla por encima, como un cielo, suprema y divina
aurora de bondad.
Tal universo es análogo al de la vida real, pero infinitamente superior ; en el universo humano reina la diosa Naturaleza ; rige Karma, el dios impío de la causa y del efecto. En el de Almafuerte, en cambio, preside toda la vida un ideal de bondad y de ascensión ; hay una ley moral inexorable que obliga a elevarse al hombre, que empuja a la ciega chusma hacia las áureas cumbres de la luz; que señala como cima y como meta el celeste reinado interior, la aparición del hombre moral, la forja atormentada y prometeica de
la sublime segunda naturaleza.
Pero a pesar de ser verdadero este universo moral, de la línea del hecho va tan distante como la más lejana de las estrellas. Y así ha pasado a millones de kilómetros por encima de las testas de los hombres actuales, sin que estos hayan, siquiera, sospechado la grandiosidad ideal que atesoraba.
La chusma, sin embargo, se ha retorcido de dolor e indignación, flagelada por los latigazos del Profeta; los satanes iracundos, le han inyectado el veneno de sus lenguas ofidias ; los que rigen "cual resaca" los destinos de la chusma le han cubierto con sus babas ponzoñosas y le han crucificado y afrentado en la infamante cruz de la Calumnia. Pero él ha seguido enhiesto, inexorable, hasta el último minuto, predicando su evangelio, azotando a los malvados, escupiendo su desprecio y su furioso anatema sobre las testas malditas de los Príncipes del Mal.
Tal ha sido el milagro que realizó Almafuerte. Sobre una tierra fecunda y promisoria en cuyas cumbres morales ha florecido el más alto idealismo, pero que vióse al fin invadida por la codicia universal ; en el desolante y árido desierto de la civilización presente, hecha de odios y de lucha, de avaricia y de concupiscencia, él por la sola virtud de su alma ubérrima, ha creado un mundo perfecto, regido férreamente por el Bien y el Amor, y cuyo centro y eje es la ley moral.
En este magno universo de Almafuerte no impera el sensualismo, no triunfa la mentira, no halla acogida el odio, ni predomina orgulloso y entronizado el mal; ni prospera la insaciable y vil codicia, como sucede en el mundo de los hombres.
Pero él no ha elaborado una utopía, no ha imaginado un mundo, fantástico, rosado e irreal, como suelen hacer los idealistas ; ha forjado y amasado con sus propias entrañas una vida más alta y un
hombre más perfecto ; ha descendido a los antros más sombríos de la civilización actual y se ha elevado a las cumbres del espíritu humano; y ha dictado su pragmática del bien con la soberbia de un César, el renunciamiento estoico de un cenobita y la fiebre de amor de un Francisco de Asís. Se ha elevado por encima de la Naturaleza, ha domado y subyugado los sentidos; ha borrado con su genio la realidad exterior y ha implantado el reinado del ideal, la dictadura suprema de la "Suma Voluntad de lo Perfecto".
CAPÍTULO II: ALMAFUERTE, O EL GENIO
Almafuerte ha sido una de las más completas, de las más integrales y perfectas encarnaciones del genio que hasta el presente hayan existido. Él mismo nos ha dado en su poesía "En el abismo" o "La canción de un hombre", al describir su propio espíritu, la más alta definición moral del genio. También está descrito magistralmente en su evangélica titulada "Para los que no nacimos genios". Es el genio una potencia formidable que concentra y enfoca en su conciencia todas las fuerzas cósmicas, que posee una potestad enorme de creación; que transforma, descubre y realiza por sí solo
más que toda una raza, más que siglos enteros de labor paciente, más que el esfuerzo continuo de toda la humanidad.
La civilización entera es la obra exclusiva de los genios; ellos trazaron como arquitectos lo que los hombres, después, realizaron torpemente como inexpertos albañiles. Y es que el hombre vulgar — que en mayor o menor, grado lo somos todos los hombres fuera de los genios, — es un esclavo abyecto de la rutina y de la sensualidad ; ama sólo el placer de sus sentidos y se aferra al pasado ciegamente. El genio es, por el contrario, una violenta fuerza moral, una imperiosa voluntad ascendente, una potencia ideológica disparada hacia el futuro.
Existe en la masa humana tal inercia, tan terrible fuerza de gravitación hacia el pasado, que si los genios desaparecieran, y con ellos sus obras, es de temer que el hombre emprendiera el camino de la regresión y volviese a andar de nuevo en cuatro patas.
Porque el genio, es como un cóndor, que sólo habita las cumbres, que otea desde las cimas los vastos horizontes, que señala a los hombres las rutas ideales y hostiga a la recua inerte para que salga del pantano y ascienda a las alturas. Es el genio una síntesis; en él se encuentran y funden cual los colores del iris en el rayo de sol, los instintos más contradictorios y los más locos anhelos; y Almafuerte es una síntesis de síntesis, es una acumulación de humanidades; en él se reconcentran y depuran los productos de todas las civilizaciones con un ansia formidable de superación.
Y el genio de Almafuerte es de la más pura casta, de la aristocracia más excelsa; es un genio del Bien y de la Moral; fue aún más esencialmente moralista que Buda y que Jesús, quienes, sobre todo, eran dos grandes iniciados en la ciencia de la evolución y la ascensión espiritual, dos aristócratas interiores, uno de la inteligencia y el otro del espíritu.
Almafuerte ha sido un moralista puro. Ha puesto a la moral por encima de Dios y del destino, por encima de los orbes y de la Fatalidad. Ha hecho de la moral un cetro humano y la exclusiva potencia divinizadora. Ha hecho también, de ella, un yugo y una cruz para los malvados y los déspotas. Mas la moral de Almafuerte no es la moral histórica, ni convencional ; no es la moral del pasado, no es la moral del rebaño ni la del individualista; es una pura esencia de moral ascendente en que se funden los más supremos intereses del hombre con los de la humanidad. Almafuerte no abdicó jamás, no aceptó ni sancionó ningún error ; no transigió, como Jesús, con la vieja ley mosaica, con el bárbaro código judío. No transigió siquiera con el propio Jesús, de quien afirma:
"Cuando el Hijo de Dios, el inefable,
perdonó desde el Gólgota al perverso . .
¡puso sobre la faz del Universo
la más horrible injuria imaginable!
El perdón es la mácula de cieno
puesta sobre la clámide de un nombre...
¡Porque tengo amarguras ya soy hombre;
y porque soy un hombre, ya soy bueno."
El autor de "El Misionero" era una fuerza natural, virginal y espontánea, fatal y fulgurante ; era como un meteoro, como un bólido, como un sistema solar; pero era, al mismo tiempo, razón pura, conciencia luminosa, inexorable ley moral que conducía, como la escala de Jacob, desde los más oscuros antros del alma humana hasta el esplendor radiante del hombre-dios.
Y la genialidad, en definitiva, no es más que ley moral; de la obra del genio sólo queda el sentido moral que ha impuesto al mundo; la belleza es transitoria, como la fuerza; no son más que vehículos y envolturas de la ley moral; y cuando no son esto, no son nada.
Es en vano que Oscar Wilde, el genialoide, nos diga que la moral no le interesa; en sus obras, sin embargo, late un soplo ideal de bondad y de justicia, y las más grandes de todas las escritas por él son aquellas en que brilla más profundo el sentido moral: "La balada de la cárcel de Reading" y "De Profundis". No obstante su exquisitez, Verlaine se marchitará, como una flor, por no existir en él más que expresión y forma; y "Las flores del mal" le sobrevivirán porque aunque los miopes cerebrales no quieran reconocerlo hay en ellas un sano y elevado sentido moralista, un espíritu austero y religioso de individualización y de estoicismo.
La moral y el idealismo de Almafuerte son mucho más reales y vitales que los de los genios anteriores; no es como el Dante estático y ortodoxo, sino dinámico y libérrimo; no es, tampoco, un soñador, como los forjadores de utopías y los predicadores de religiones, desde Jesús y Platón hasta Swedenborg y Ahtich, que es el más realista de ellos. Con razón se sonreía Emerson de estos olímpicos inmortales que dialogan entre sí a través de los tiempos, en un idioma desconocido para los hombres, cual orates ilustres. Estos genios han imaginado que todos los hombres eran de su pasta. Hablan como si hubiese uniformidad en la evolución humana. Desconocen, por error magnánimo, la tremenda
diferencia de evolución que hay de unos hombres a otros. Parece que no se hayan enterado de que ellos se adelantan en millares de años a su propio siglo, de que han nacido póstumos, como dijo Nietzsche, y que todavía el hombre de las cavernas convive y se codea con el superhombre y aun con frecuencia dispone de sus destinos. Pero Almafuerte no se equivoca: ha bajado a los antros más horrendos de la proterva conciencia humana; él contempla y reconoce las realidades más pavorosas; no cierra los ojos voluntariamente ante el abismo que le separa del inferhombre; pero salva esta distancia con su trágico amor ilimitado hacia la chusma, a la cual, no obstante, asesta los más duros trallazos de su alma.
El afirma iracunda y bravamente:
"Los hijos de la Sombra y el Prostíbulo
miente la Compasión, no se redimen".
Llama al pueblo a quien adora, y por quien se sacrifica, recua inmensa, chusma ruin, rey enfermo, vil canalla. Y al hablar de la cruz, la muestra como el signo que besan y besan las hordas que pasan. En "Apóstrofes" impreca airadamente a toda la humanidad con acentos tan rudos y violentos como no existen en toda la poesía universal, según demuestra la siguiente estrofa con que termina aquella poesía:
"Sí vacía, sí pomposa.
Sí ruin, sí delictuosa,
Sí maligna, sí cobarde,
Sí proterva, sí bestial humanidad.
Pon la faz arrebolada
Más abajo de la nada,
Más abajo, todavía,
Pues te voy a maldecir y apostrofar.
Soy tu padre, tu poeta,
Tu maestro, tu profeta.
Tu señor indiscutible,
Tu verdugo sin entrañas y tu juez.
No me asustas : te domino,
Te someto, te fascino
Con la luz esplendorosa.
Con el hierro incandescente de la fe".
Este aspecto realista y viril suyo que espanta y horroriza a los estetas adamados, es una de las más altas cualidades de su genio y lo eleva por encima de los más grandes poetas conocidos.
Continuará....
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NOTA FINAL:
Es fundamental el presente estudio de Herrero sobre la escuela moral del poeta. Nos dice : "El sentido moral es el solo centro y eje alrededor del cual gira toda la obra de Almafuerte . . . Porque Almafuerte nunca escribió por pasatiempo, ni con fines lucrativos, ni en calidad de artista. Escribía solamente cuando le apremiaba la necesidad interior de expresar una ley moral, de revelar un problema, un hecho del espíritu. Así, toda su obra es sólida y definitiva, de un máximo valor ideológico. Cada poesía representa un aspecto culminante de la evolución interna, de la evolución moral ; y cada evangélica (hay 200) es conjunto de sintéticas, originales y profundas enseñanzas.
Su obra es dogmática, afirmativa y rotunda ; pero no es pontifical ni circunscrita. Él no cierra los límites del horizonte humano, sino los ensancha y los aleja"... "Es, por el contrario (la suya), una moral afirmativa, áspera y bravía como el mal, y fragante y delicada cual la inocencia y el bien".
Luego el noble amigo, discípulo y admirador del gran poeta, presenta en varias páginas una bellísima ordenación de las mejores evangélicas de Almafuerte, con forma impecable, claridad diáfana, y elevación moral incomparable. Se siente el lector en medio de un oasis de la vida, atraído por pensamientos de Marco Aurelio, por máximas de Buda, por moralejas del Nazareno, por fórmulas de vida sana, feliz y vigorosa, entre perfumes, armonías y manjares encantadores, que ascienden la personalidad humana a la virtud, a la perfección, al bien y a la luz. Si esas doscientas evangélicas de Almafuerte constituyen su tesoro de moralista, la selección y ordenamiento que presenta Herrero, son el cofre maravilloso que las contiene, adornado de pedrería resplandeciente. Aquí el discípulo está al nivel del maestro coloso, y es un gran honor para el ilustrado biógrafo.