21 de marzo de 2013

ALMAFUERTE Y SU POESÍA (Cap 3 Y 4: Detalles de la personalidad de Pedro B. Palacios, por Antonio Herrero)

Pedro B. Palacios - Almafuerte
Almafuerte poeta
ALMAFUERTE Y SU OBRA POÉTICA (por Antonio Herrero) CAPÍTULOS 3 Y 4

CAPÍTULO 3
CARÁCTER DE ALMAFUERTE


Cuando vi a Almafuerte por primera vez tuve
una gran sorpresa y me hizo honda impresión. Imaginé
hallar un poeta, un literato, y me encontré con
un hombre. Era un hombre fuerte y vivo, candoroso
y rudo, que daba la impresión de un águila caudal.
Casi todos los hombres actuales no son más que
las sombras de otro tiempo. Están hechos de retazos
de los seres que existieron en las muertas edades.
Les ahoga el convencionalismo y sólo brilla en
ellos una chispa diminuta envuelta entre cenizas. Pero
Almafuerte era un hombre que vivia plenamente
su instinto y su razón. En él no existían residuos
de las vidas anteriores. Era como un manantial originario
de donde brota la fuerza primitiva de la
inmortal naturaleza. Pero tampoco hablaba en él
la naturaleza, sino el pensamiento humano, el fuego
prometeico, la chispa de los dioses. Ardía su corazón
como una hoguera. Era su verbo la palabra
de Dios que brotaba entre humo y llamas. Vivía
en combustión perpetua. Daba impresión de un volcan
transformado en corazón o del mar humanizado
y consciente de sí mismo.

Era, el poeta, recio y bajo, de apostura altiva; cara
redonda y sacerdotal, picada de viruelas; ojillos
grises, inquietos y acerados ; afilada y aguileña la
nariz, a semejanza de la del Dnte; frente redondeada
y tez broncínea, que le daba el aspecto de
los santos de piedra, curtidos por los soles y los
vientos en lo alto de una torre. Hablaba en voz tonante,
violentamente y por estallidos. Su pensamiento
saltaba sobre montañas. Vibraba su alma
siempre a una tensión altísima. Su voz tremaba al
hablar y se agitaban sus labios, sus manos y su
cuerpo como por una interna trepidación.
Jamás permanecía quieto durante diez segundos.
Parecía que rugiesen los leones adentro de su pecho.
Para calmar su inquietud fumaba constantemente.
Cuando se sentía alegre y amable prodigábase en
bondades y atenciones; entregaba todo entero su
corazón señorial, era amable y exquisito con la
férvida ternura de una madre.
Cuando estallaba su indignación rugía como una
fiera y bramaba como una tempestad ; brotaban sus
insultos igual que dardos lanzados con violencia
huracanada . . . Pero apenas pasada la tormenta volvía
a ser apacible y dulce como un niño. Era un alma
desmedida que no cabía entre los hombres.
Incapaz de fingir y contenerse, no reconocía otros
mites su formidable impulsividad que los que le señalaba
su bondad, más formidable aún.
Estas dos cualidades de su espíritu hicieron un
calvario de su vida. Por un lado cosechaba odios y
enemistades, especialmente de aquellos cuya vanidad
hería cruelmente ; y por otro abría su puerta
y entregaba su casa y su lecho y su pan a todas las
miserias que llamaban a su enorme corazón. Su casa
era una agencia de caridad, pero no de caridad
oficial y organizada, sino imprevisora e impulsiva.
Yo recuerdo dos momentos que representan bien
su carácter. Le había ya visitado varias veces y
habíale hablado de Nietzsche, cuyas ideas él detestaba
cordialmente ; fui a verle cierto día, hallándose
él en cama, algo indispuesto; me recibió afablemente,
como siempre ; mas no sé qué palabra
proferí mientras hablábamos que despertó al punto
su cólera; entonces se desató en improperios contra
mí; me enrostró mi admiración por Nietzsche, que
según él demostraba mi egoísmo, y con su tonante
voz apocalíptica me acribilló de injurias y denuestos.
Yo que le veneraba profundamente, no hice
mérito de sus insultos y procuré calmarle con mis
excusas. Pasados los momentos de su ira, se trocó
por completo su carácter y me pedía avergonzado
que olvidara lo ocurrido y perdonase sus violentas
expresiones, rogándome que almorzase en su compañía.
Otro día me obsequió con la lectura de su poesía
"En el abismo". Fué un espectáculo único que
nunca olvidaré. Estábamos los dos solos y el poeta
recitaba cual si se hallase delante de una vasta multitud.
LvO gigantesco de las imágenes y lo sublime
de las ideas se fundian en unidad perfecta con lo
grandioso de la expresión y la intensidad del sentimiento.
Yo, sin poder contenerme, también expresaba
a gritos mi entusiasmo, sin que él se curara
de ello. Parecía transfigurado en un Moisés, legislando
desde el Sinai, circundado de rayos y de truenos.
Sus palabras cobraban realidad y volaba el poeta
en pleno infinito, desvanecidos los limites del espacio
y del tiempo. Yo le seguía arrebatado, en alas
de su genio fulgurante.
Quien hubiera presenciado aquella escena, sin
participar de la emoción que a los dos nos poseía,
nos hubiera imaginado locos.

CAPÍTULO 4

SU VIDA HEROICA

La lucha es la esencia misma de la existencia. El
heroísmo es fuerza moral que desborda por encima
de la lucha y se sobrepone al riesgo, al dolor y aun
a la muerte. En la fase primitiva de los pueblos, la
lucha que predomina es la guerrera, la competencia
salvaje por el mutuo exterminio. Al avanzar las civilizaciones
aparece la lucha civil y el esfuerzo de
los hombres por someter la Naturaleza. En la última
etapa de la evolución, los hombres, asociados
entre si, lucharán únicamente contra sus propios defectos
y contra las fuerzas naturales. Y tal acción
requiere, también, el heroísmo y aún el más puro
heroísmo. Este heroísmo civil, que no había sido
cantado hasta Carlyle, es el que en toda su vida desplegó
Almafuerte. Y esa es la más alta clase de heroísmo
: porque exige energías mil veces más potentes
que el heroísm.o guerrero; porque es un heroísmo
silencioso, solitario y sin testigos ; porque reclama
una voluntad indomable y formidable ; porque
es la lucha de un hombre contra todas las fatalidades
conjuradas de la naturaleza y la sociedad;
porque produce la vida mientras el heroismo guerrero
da la muerte. Y en este obscuro heroismo
también se juega la vida ; y no tan sólo la vida, sino
lo que vale más : la estimación de los demás hombres
y aun la sanción o reprobación de la propia
conciencia atormentada, corroída de dudas y dolores.
La existencia de Almafuerte fué una continua
guerra civil; vivió enseñando y luchando con la fiebre
combativa de un conquistador ; mas no ya como
Sarmiento contra enemigos externos, fáciles de
vencer y someter, aun cuando también para ello se
requieran titánicas energías, sino contra fuerzas invisibles
e implacables: las pasiones inferiores, la
ignorancia moral, la maldad, la vileza, la estupidez y el odio.
Y contra tales terribles enemigos nunca poseyó
otras armas que su palabra, su pluma, su carácter
indomable y su árida pobreza.
El primer irreductible combatiente que necesitó
vencer, fue su propia alma cesárea y su corazón leonino.
Porque Almafuerte tenía médula napoleónica.
Había nacido para dominar, para dirigir las multitudes.
Para ser caudillo y guía de los pueblos. Pero
tenía alma de niño. Era incapaz de fingir. No sabía
ni quería doblegar su reg,io espíritu. Era un volcán
de sinceridad. No podía acallar su genio durante dos
minutos. En su fiera alma explosiva no había un átomo
siquiera de Tartufo, que es la fuerza indispen
sable para dominar los pueblos, sobre todo desde las
alturas trágicas en que se cernía su inteligencia.
Muchas veces Satanás se presentaría ante él, como
ante Jesús en otros tiempos, ofreciéndole la fama
y el dominio de las cosas deseables de la tierra.
Pero él rechazó siempre la diabólica oferta, que
en su espíritu sólo equivalía a los treinta dineros
que Judas recibió por vender a su Maestro.
Y así aceptó heroicamente la pobreza y el desprecio,
el olvido y la calumnia, para vivir plenamente
la totalidad radiante de su sólida razón y su
rígida conciencia.
Así conservó el derecho de arrojar sobre los hombres
las más trágicas verdades y los más duros apóstrofes;
de poner por tendencia y por costumbre su
saliva en las montañas. Así pudo conservar hasta
el último minuto la prístina, inmaculada, virginidad
de su espíritu.
Y no sólo rechazó las glorias mundanales para
guardar incontaminada la pureza de su enorme corazón
de santo, sino que tampoco se vendió por el
precio tentador de los sentidos.
Sócrates, al morir calumniando a la .vida, según
demuestra la fábula del gallo, era un alma carcomida
por un escepticismo sensualista, bajo el cual
se escondía, probablemente, su amor inconfesado a
los sentidos.
Almafuerte, al contrario, conservaba aún en la
hora de su muerte, la fe cándida y potente de los
niños en la vida y en el bien, a pesar de su cósmica
experiencia.
Y ello es porque jamás había claudicado ante el
dolor ni ante el placer.
Para convencerse de ello, basta leer y meditar su
poesía "Vade retro". Decid si existe en la literatura
un concepto semejante que no haya sido inspirado
por dogma alguno, sino por un sentido estricto
de moral.
La vida de Almafuerte está tejida de férvido heroísmo:
clamoroso y rugiente, de protesta airada, o
ignorado y silencioso, de sacrificio austero; y siempre
envuelto en el manto de la más absoluta soledad.
De ello es ejemplo "La sombra de la Patria", su
participación en algunas de las revoluciones cívicas
del radicalismo, y su defensa de ellas, que refiere
él mismo : "Vencida la Revolución del Parque, me
puse de parte de ella, no por romanticismo político,
sino porque la sentí una fuerza, una aspiración
del fondo, una tentativa hacia lo mejor".
Y expone así esta faz de su vida luchadora
"Vine a La Plata donde dirigí y redacté yo solo,
durante cerca de dos años, el diario "El Pueblo",
que había fundado D. Roque Caravajal.
"Lo que dije en aquel diario, escrito está en él.
y todavía estoy aquí después de quince años, para
declararme su autor responsable. Pero sépase que
puse en aquella violentísima hoja, como más tarde
en "La Provincia", toda la sinceridad y buenas
intenciones de que es capaz mi alma, que le entregué
mi reputación y mi cerebro, todos los días y a
todas las horas del día; que no saqué de ella provecho
pecuniario ni provecho político, sino una enorme
cosecha de odios y de envidias; que en sus columnas
hice vibrar el civismo de la juventud al diapasón
de lo sublime; que nunca jamás aquella página
cantó laudatorias serviles a los prohombres y
caudillos de mi partido; "y que no agredí, ni una so-
la vez con mi pluma, a ninguno que no estuviese en
condiciones de contestarme el mismo día con una
onza de plomo en mitad del pecho".
Algunas de las "evangélicas" que publicó Almafuerte
en el periódico a que hace referencia, contenían
violentísimas injurias y acusaciones tremendas,
todas harto fundadas, pero que nadie más que él
se atreviera a expresar tan descarnadamente, contra
los hombres más poderosos y encumbrados de aquel
tiempo, por su funesta y despótica actuación política.
Esa lucha implacable contra toda injusticia y despotismo
la sostuvo Almafuerte toda su vida sin
apoyarse en pedestal alguno, sin ampararse en ningún
partido, pues sólo perteneció al radicalismo en
los momentos más graves y adversos para éste.
Almafuerte 
siempre luchó solo. No se afilió a ninguna
religión o secta, ni siquiera la fundó."

Pretendí ser el único, el más solo,
El que no se apoyase en vida alguna,
Y estoy como un expósito sin cuna
Bajo la noche frígida del polo."


Y esto no por egoísmo, ni por misantropía o torremarfilismo,
sino porque su prédica y su acción
se dirigían a toda la humanidad, venían desde una
cumbre inexplorada y no podían limitarse en ningún cerco.
El tenía por escenario la tierra entera ; su público
eran todos los humanos; su época la eternidad,
y su doctrina el esfuerzo ascendente del espíritu.
Era un héroe del Bien, un loco del Ideal y un
Quijote del Ensueño.
Mas no del vano ensueño del Arte y la Belleza,
sino del sacro ideal de la Bondad y el Amor;
del que llevó a Cristo a la Cruz y a Francisco de
Asís a la Miseria y al Dolor.
Pero estos tenían su dios, que les prometía la recompensa
y les alentaba al sacrificio; y Almafuerte,
en cambio, luchaba contra ese mismo Dios, arrojándole
a la cara, como un dardo, la acusación de crueldad.
Es, pues, este heroísmo el más solitario, el más
abnegado y puro, el más santo y generoso, el más
altivo y austero.
El señalaba, por tanto, la aparición del superhombre
y anunciaba para un próximo futuro la realización
de la sagrada, la perfecta superior humanidad.

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