27 de septiembre de 2015

LA BÚSQUEDA (Cuento de Rubén Sada)








LA BÚSQUEDA


Aquella madrugada se levantó decidido a ir en la búsqueda. Los sueños que lo habían atormentado y no lo dejaban dormir, seguramente tendrían su explicación y él quería encontrarla.

Aún con lagañas en los ojos, salió presuroso, caminando en dirección al bosque. Sabía de la existencia de este lugar, pero nunca se había animado a entrar, por las muchas historias tenebrosas que circulaban. Pero él ya se sentía "grande", maduro, como para entrar y conocer la verdad.

Caminó entre la penumbra, iluminado sólo por el último tizón de pila de una vieja linterna. Un silencio sepulcral le aseguraba que nadie podría hacerle daño. Únicamente oía sus propios pasos en el crujir de las hojas secas que alfombraban el suelo.

Clavado en el tronco de cada ciprés, había un cartel con el nombre del difunto. Cada uno había sido plantado para nutrirse de un ser humano cuya última voluntad fue ser sepultado allí. Esa fue durante muchos siglos la costumbre del pueblo: pervivir luego de la muerte en una especie arbórea y que la savia de cada hierba de la floresta fuera absorbida de la propia sangre de los ancestros, abonado con la carne descompuesta de los cuerpos, un reverdecido bosque.

Se estaban despegando sus ojos y comenzaba a leer, ahora más consciente, cada uno de los letreros clavados en cada árbol. Buscaba su mismo apellido. Cada cartel había sido una vida. Cada leyenda contaba en apenas unas palabras, una historia, revelando que allí debajo yacía un ser, otrora de carne, que seguramente había cedido algún legado en su paso por este mundo.

Ya estaba amaneciendo y el canto de los pájaros crecía al mismo tiempo que su inquietud por llegar a la verdad. La impaciencia comenzó a apoderarse de sus pasos, a medida que los apuraba. Recorrió cada centímetro del bosque. Casi todos los cipreses eran parecidos; sólo se diferenciaban por el nombre y apellido de sus respectivos letreros; pero, atención, una rama seca lo hizo trastabillar y descubrir un ciprés más alto que los demás. Lo vio. Sí, allí estaba su objetivo. Era él. Ahora sí estaba seguro. 

Al acercarse, levantó la vista hacia la inmensidad de su copa. Este era "su" árbol, un ciprés gigante, el más grande de todo el “bosque cementerio”.

Al pie del mismo, empequeñecido por su majestuosidad, él comprendió cuán grande había sido él: "su abuelo".





CONCURSO: "EL HOMBRE O LA MUJER DE MIS SUEÑOS".




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