A LAS TRES DE LA MAÑANA
I
Por el barrio caminando
que vio mis años correr
en la esquina me paré
y allí me quedé pensando.
Un pucho se iba apagando
en mis labios despacito
y allá a lo lejos el pito
de la ronda me decía
que andaba la policía
bien alerta al primer grito.
II
Recostao en el buzón
las manos en los bolsillos
oía el canto de un grillo
serenatero y burlón,
como pidiendo perdón
a la calma interrumpida
las campanadas perdidas
de un reloj dieron las tres
y un perro vago la sed
en un charco vio atendida.
III
Un curda trastabillando
pasó quién sabe hacia dónde,
un gallo al otro responde
allá a lo lejos cantando.
La luna como deseando
dormir se acuesta cansada
broncando con la parada
que hace un rato se perdió
pasa chivo un jugador
que palpitó una clavada.
IV
Del boliche de la esquina
ya todos se han alejado
y el gallego apresurado
bajó pronto las cortinas.
Cacarearon las gallinas
detrás de un tapial cercano
señal que alguno las manos
metió pa' tirarse un lance
y lo sacara del trance
el producto de ese afano.
V
Pasa luego un colectivo
llevando a los rezagados
que por haber trasnochado
sacan patente de vivos.
Mostrando su porte altivo
sigue el auto de un bacán,
el pucho me dio señal
que ya se había apagado
y arrojándolo a un costado
dejé a mi mente soñar.
VI
Los ojos entrecerré
y vi a mi madrecita
santa y pura viejecita
que es manantial de mi fe.
Cuando sin padre quedé
ella fue todo en mi hogar
si aún la escucho gritar
cuando cosas de criaturas
hacíamos travesuras
para oírla rezongar.
VII
Fue mi primer pensamiento
para esa madre, mi vieja,
que nunca jamás se aleja
de mí, tan solo un momento.
Como ráfaga de viento
los recuerdos me golpearon
y mis ideas volaron
hacia otros tiempos lejanos
cuando sus límpidas manos
mis tiernas horas guiaron.
VIII
Me vi purrete en la calle
echada hacia atrás la gorra
gritando: ¡bolita porra!
a quien guste y a quien raye.
Y pa' que el pulso no faye
lo aligeraba en la tierra,
hoy que el mundo me hizo guerra
yo soy la bolita, pienso,
que en el hoyo del suspenso
sus ilusiones encierra.
IX
La rayuela, la escondida,
el vigilante y ladrón,
y el grito de: ¡ojo el botón!
que nos daba la corrida.
Hoy que juego al rango y mida
con la suerte ingrata y cruel
quisiera volver a ser
aquel pibe vagabundo
que no sabía que el mundo
era amargo cual la hiel.
X
En una pieza cualquiera
se cabreó un despertador
pidiendo al laburador
que dejara la catrera.
Y así chapé la vereda,
me fui silbando entre dientes,
para seguir la corriente
de este mundo que es pa' mí
el derrotero sin fin
donde se arrastra la gente.
Juan Arrestía (El poeta nochero, de Quilmes)