MENÚ DEL DÍA
Yo debí enfrentarme al hambre
en un negro calabozo,
y hoy en mi memoria esbozo
menús de oscura raigambre.
Fui más flaco que un alambre,
beber algo era impreciso,
¡si hasta comía del piso!
Me daban sobrantes, saldos
y a veces me daban caldos,
restos de sopa o de guiso.
Cada día un desafío
de un interminable año,
preso, el tiempo es algo extraño:
un minuto es el hastío.
Eterno fue ese año mío
mientras resistí en el hoyo;de mi mente desenrollo
que hubo días que fue un reto:
comer un plato repleto
de los hígados del pollo.
Exquisito y repugnante
fue ese original menú
que a manera de ragú [1]
me trajeron, con picante.
Un soldado dragoneante
a una hora media incierta,
el cerrojo de mi puerta
destrabó y me entregó el plato,
vi el manjar, cual pobre gato
que come una rata muerta.
Otra cosa no tenía,
más que lo que ellos me daban,
los platos ni los lavaban,
yo mismo “los mantenía”.
Cuando hay hambre no hay tutía,
y la mente se corroe
como un faquir con oboe
que al tocar levanta sierpes,
el hambre es peor que el herpes
que a la carne enferma y roe.
Dura prueba la comida,
mas, me las fui rebuscando,
pero la peor fue cuando
la sed ganó la partida.
Sin un líquido o bebida
por dos días de seguido,
sin agua o mate cocido
para la enjaulada fiera,
la mente se desespera
por un poco de fluido.
Hoy recuerdo esa experiencia
que me tuvo a pan y agua,
como un mazazo en la fragua
y al borde de la demencia.
Pero fiel a mi conciencia
fui pasando el día a día
estoico y con hidalguía
levantándome al caer,
y lo tuve que comer...
¡Era mi “menú del día”!
© Rubén Sada. 27/02/2019.
[1] Ragú. Guiso de carne cortada en pedazos. (Fig, metáfora: Hambre, comida escasa -lunfardo).