EL LIBRO
Dios creó al hombre a su imagen y semejanza; y para que así fuera, lo hizo creador como Él. La creación del hombre es el Libro; el Libro está hecho a imagen y semejanza del hombre;
el Libro tiene vida; el Libro es un ser.
el Libro tiene vida; el Libro es un ser.
I. DE CASTRO Y SERRANO.
1
Ven a mí, musa querida;
mi lira dame: levanta
y únete a mi voz y canta
la humanidad redimida.
Redimida con la vida;
no con Gólgota ni Cruz,
ni martirios de Jesús;
sino con la fuerza inmensa...
fuerza que bulle y que piensa,
¡con el libro, que es la luz!
2
¡La luz! La luz infinita,
que en sus misterios comprende
el espíritu que asciende,
el átomo que se agita.
A cuya influencia bendita,
a cuyo celeste nombre,
aunque mi palabra asombre,
envuelto en su esencia pura,
baja Dios desde su altura
a divinizar al hombre.
3
La luz: el germen perfecto,
que, cual un sagrado emblema,
ciñe en forma de diadema
la sien del gran Arquitecto...
que alumbra, desde el insecto
que de polvo pareciera,
hasta el sol que reverbera
su luz en iris radiantes,
y forma anillos brillantes
al ir girando en la esfera.
4
¿Y qué es el libro? Es la luz;
es el bien, la redención,
la brújula de Colón,
la palabra de Jesús.
Base y sostén de la Cruz;
las frases de Cormenín,
acentos de Girardín,
las comedias de Moliere,
carcajadas de Voltaire,
consejos de Aimé-Martin.
5
Principio que alienta ufano,
destello del ser divino;
ley eterna del destino
que gobierna al ser humano.
Guía al mortal soberano
en alas de la razón;
quien volando a otra región
contempla a Dios frente a frente
con la pupila y la lente
de Camilo Flammarión.
6
¿Oís una inmensa voz
que va rasgando las nubes
y que escuchan los querubes?
¡Es que está leyendo Dios!
¿Conocéis su libro vos,
orgullosa Humanidad?
Lo estáis mirando en verdad
al brillo del pensamiento:
pero escuchad un momento,
que os lo mostraré: ¡callad!
7
¿Veis esa azulada esfera
do las luces se desbordan,
y de mil colores bordan
los astros en su carrera?
¿Veis la florida pradera
con aves de hermosas plumas,
y vagas, flotantes brumas
que los arbustos oprimen,
y mil arroyos que gimen
con algas, peces y espumas?...
8
¿Miráis los altos volcanes
que, con lava en rojos tumbos,
con sus ecos y retumbos,
remedan los huracanes
en misteriosos afanes?
¿El trueno que sordo muge,
la hinchada tromba que ruge
y los espacios atruena,
y el simoun que arrastra arena
con su poderoso empuje?
9
¿Veis la hirviente catarata
que entre zarzas y entre breñas
azota las duras peñas
con sus espumas de plata?
¿Y que ruge y se desata
en ondas que se evaporan
y los rayos del sol doran,
y en el aire se deslíen
y al ir rodando sonríen
y al evaporarse lloran?
10
¿Miráis en la verde loma,
como símbolo de amores
escondido entre las flores,
el nido de la paloma...
que cuando la aurora asoma
dorando la faz del cielo,
llena de sublime anhelo,
entre callados murmullos,
colma de blandos arrullos
al tiernecito polluelo?...
11
¿Miráis en noche serena
reflejarse en la laguna
la blanca luz de la luna,
de melancolía llena?
¿Veis la nítida azucena?...
¿Escucháis el murmurío,
el eco dulce y sombrío
que modulan confundidas
náyades adormecidas
sobre las linfas del río?
12
¿Veis los cometas radiantes
que van a surcar la esfera
tendiendo su cabellera
de penachos rutilantes,
soles inmensos, errantes,
cuya reluciente llama,
por los espacios derrama
de chispas rojo torrente,
que de los cielos la frente
con sus fulgores inflama?...
13
¿Oís el quejido tierno,
del Favonio dulce y blando,
que pasa y va murmurando
en las mañanas de invierno?
¿Oís el idilio eterno
de las auras a la flor,
los trinos del ruiseñor,
el enamorado beso?...
Pues todo eso… todo eso,
es el Libro del Señor.
14
Y era el caos negro, obscuro,
que por doquiera reinaba.
Sólo Dios en lo alto estaba
como un espíritu puro;
y de nieblas denso muro,
que hubiera luz impedía;
mas con celeste ufanía,
su libro inmenso abrió Dios,
y a los ecos de su voz
nació la lumbre del día.
15
Lleno de astros, el espacio
iba, en ondas de dulzura,
a besar la vestidura
del Señor, que en su palacio
de nácar y de topacio,
se recreaba en mirar
de la montaña y el mar
los átomos impalpables
que, en giros interminables,
no cesaban de rodar.
16
E iban las orbes pasando,
y si a Jehová se acercaban,
se inclinaban, se inclinaban,
y los pies le iban besando.
Dios estaba contemplando
sus reverentes caricias,
y dos lágrimas propicias
por sus mejillas corrieron,
y en las páginas cayeron
de aquel libro de delicias.
17
Y de esas lágrimas bellas
brotaron notas hermosas,
y unas se volvieron rosas,
y otras volviéronse estrellas;
y después emergió de ellas
una eterna melodía;
y en aquel supremo día,
fue de Dios en remembranza,
cada acento una alabanza,
cada átomo una armonía.
18
Después, sonriose el Señor;
cerró aquel libro de encanto
y envolviole con el manto
de su divinal amor.
El mundo con su esplendor
siguió rodando y rodando,
y mientras iba girando
con rápido movimiento,
el fuego del pensamiento
al hombre estaba quemando.
19
El hombre, que entre las flores
que el llanto de Dios formara,
en un suspiro brotara
coronado de fulgores;
el hombre, a quien sus amores
diera Dios en aquel día;
el que admirado veía
cómo el rayo serpentea,
el incendio de la idea,
dentro el cerebro sentía.
20
Su existencia al contemplar,
aquel incendio al sufrir,
sintió el corazón latir,
y el hombre empezó a llorar.
Los cielos tornó a mirar
con el alma confundida
y con voz enternecida,
luz pidió al poder divino,
y vio escrito su destino
en el Libro de la Vida.
21
Trabajo, luz, pensamiento.
libertad, razón, amor,
lucha sin igual, valor,
expansión y sentimiento;
esperanza y ardimiento;
lo terreno y lo infinito...
Religión, creencia, mito,
lo comprensible, el arcano...
Tal es el conjunto humano,
y así el hombre lo vio escrito.
22
Allí está... ¡Cómo recrea
el alma y el corazón
la ardiente imaginación
de la bella musa hebrea!
En su interior, pinta y crea
un recio voto que zumba;
un Sinaí que retumba,
una tormenta que crece,
que parece... que parece...
que ya el orbe se derrumba.
23
Mil luces que se derraman,
relámpagos que serpean,
y que, ardiendo, centellean,
mientras huracanes braman;
nubes negras que se inflaman,
onda de aire que palpita:
un pueblo que cae, se agita,
lleno de gran timidez,
y un Dios que entrega a Moisés
una ley en piedra escrita.
24
¡Allí está el libro! De ahí
brotan rayos y centellas,
tan fulgentes como aquellas
que brotara el Sinaí.
Ved lo que está escrito allí:
es raudal de pensamientos,
guía de los sentimientos,
cautiverio del deseo
código del pueblo hebreo,
y son los Diez Mandamientos.
25
Aquí está el libro, mirad,
con un fulgor nunca visto,
y por la boca de Cristo
predica la libertad.
Escuchad: la Humanidad
olvida penas y agravios;
oyen atentos los sabios;
y el mundo absorbe en su seno
sermones del Nazareno,
parábolas de sus labios.
26
Vedle aquí: ¿Quién es aquel
pobre manco desvalido,
de todos desconocido,
pero a su patria tan fiel?
¿Quién es?-digo-. ¿Quién es él?
Y dicen ecos vibrantes
de mil pechos arrogantes,
respondiendo con agrado:
Es el libro disfrazado
de Don Miguel de Cervantes.
27
Aquí nos da una sonrisa
un canto de tierno bardo;
las caricias de Abelardo
con los besos de Eloísa,
Aquí confunde y hechiza,
muestra el amante deseo;
aquí en sublime recreo
sus bellezas admiramos,
y estrechados contemplamos
a Julieta y a Romeo.
28
Nos hace amar y creer;
sus frases al pecho van:
si Pablo y Virginia están
en el alma de Saint-Pierre;
mansiones hace entrever
de encantos y de alegría,
y con la eterna armonía
de la dicha y el consuelo,
nos trae mensajes del cielo
Jorge Isaacs con su María.
29
Resuena clarín guerrero
al par que amoroso idilio,
con el arpa de Virgilio
la épica trompa de Homero.
Aquí nos muestra el sendero
de regiones inefables,
de goces interminables
y regenerando vidas,
las páginas encendidas
surgen de Los Miserables.
30
Ya nos brinda con Renán
una vida de Jesús;
ya nos envuelve en su luz
la palabra de Laurent.
Ya enseña con Pelletán
mil torrentes de verdad,
ya predica la igualdad
y odio al autócrata, al rey,
con las tablas de la ley
de la nueva libertad.
31
Ora golpea la frente
del tirano en forma varia:
ya es rayo, Catilinaria,
hija de un pecho valiente,
Ya con vislumbre fulgente,
elévase en sacro ardor;
ya canta el más puro amor,
o ya por el mundo esparce
poemas de Núñez de Arce,
“Doloras” de Campoamor.
32
El libro es de la razón
áncora pura y divina;
Quousque tándem Catilina
en boca de Cicerón.
Del Eterno emanación,
sol, cuya luz reverbera,
cada página hechicera
nos da con su poderío
los ardores del estío,
los lirios de primavera.
33
El libro es, ¡oh genio humano!
ese torrente de flores
de luces y de colores
del orador gaditano;
es el numen soberano,
es la fantasía hermosa,
nota emanadora, ansiosa,
del poeta que está amando:
Trueba a su esposa narrando
Cuentos de Color de Rosa.
34
El hijo de la tormenta,
aquel que enferma y delira
y pulsa su ardiente lira
cuando la nube revienta:
Byron, cuya alma violenta
sufría angustioso afán,
es el libro, y allá están
los que yo juzgar no puedo;
relámpagos de Manfredo,
tempestades de Don Juan.
35
El ciego que, entristecido,
tiene su gran corazón,
aquel que canta Sión
y El paraíso perdido:
el que escuchó con su oído
la armonía del Edén
y la voz del Sumo Bien,
Milton, que vio a los querubes
con salterios entre nubes,
él es el libro también.
36
Aquel del poema eterno
que lo terrible cantó,
que su inspiración bebió
en las llamas de su Infierno.
(Ante quien yo me prosterno,
rendido, pero anhelante,
con el pecho palpitante),
de palabra que calcina,
es el libro que ilumina
el genio inmortal del Dante.
37
El libro es hoy ese viejo
corazón, joven y ardiente,
que va mostrando en la frente
de lo divino, el reflejo;
que de su alma en el espejo
se retrata lo infinito:
es ese apóstol bendito,
Víctor Hugo, el pensador,
de Hernani, inmortal cantor
y de Guernesey proscrito.
38
El libro es la inspiración
de Quevedo, picaresca;
la musa caballeresca
de Don Pedro Calderón;
La sublime agitación
que en nuestro pecho nos queda
cuando oímos que remeda
amor y melancolía
la encantadora poesía
de los cantos de Espronceda.
39
El libro de fe nos llena
si en el alma se dilata;
calma el dolor si nos mata,
quita la hiel que envenena;
entusiasma y enajena
al patriota bueno y fiel:
ahora eleva a Parnell,
y sublima y diviniza
a la gran sacerdotisa
del libro, Luisa Michel.
40
El libro es el telescopio
con que se ve el infinito,
y la estrella, el aerolito
y nuestro planeta propio:
Es también el microscopio
que en una mínima gota
nos hace ver cómo flota
un orbe a todos igual,
que es del coro universal,
una bellísima nota.
41
Libro es nuestro corazón
donde se lee el sentimiento,
o en un estremecimiento
o en una palpitación;
donde vaga la emoción,
do está el alma enajenada;
do en arreboles bañada,
y entre nubes de color,
nace una aurora de amor
al rayo de una mirada.
42
Libro es la armoniosa mente
de una beldad de quince años,
do no se leen desengaños,
sino ilusión y ansia ardiente:
Libro es su púdica frente
donde se lee su inocencia;
do lleno de complacencia
un querubín encendido,
leyéndole está al oído
el libro de la existencia.
43
El libro es fuerza, es valor,
es poder, es alimento;
antorcha del pensamiento
y manantial del amor.
El libro es llama, es ardor,
es sublimidad, consuelo,
fuente de vigor y celo,
que en sí condensa y encierra
lo que hay de grande en la tierra,
lo que hay de hermoso en el cielo.
44
Y libro es esa balumba
de sombras tras la cual vamos;
libro en el cual deletreamos
misereres de la tumba:
donde el huracán no zumba
de las pasiones humanas,
y ruedan las glorias vanas
en cenizas convertidas.
y las gracias y las vidas
de las grandezas mundanas.
45
¡El libro!... ¡El libro! ¡Qué bellas
que son sus frases ardientes!
Caen sobre nuestras frentes
como lluvias de centellas.
Transforman al hombre ellas,
y su esencia bendecida
eleva la alma dormida,
sembrando con mano fuerte
en el caos de la muerte
la agitación de la vida.
46
El libro males destierra;
da al espíritu solaz,
y derramando la paz
va destruyendo la guerra
que nos confunde y aterra:
él nos pinta en lontananza
albas de dulce bonanza
que nos llenan de consuelo,
y nos muestra allá en el cielo
el iris de la esperanza.
47
Cuando (triste alguna vez
el alma, sombría y muda,
el abismo de la duda
mira que se abre a sus pies,
del libro la brillantez
la felicidad le labra.
y hace que un cielo se abra,
y la razón antes muerta
se conmueve y se despierta
al trueno de la palabra.
48
Y el cosmos intelectual
con aliento tan profundo,
forma un mundo y otro mundo
en el ser universal:
brilla la vida moral,
llena de inmenso vigor;
y a su celeste fulgor
que el mismo Dios le ha otorgado,
se ve al hombre transformado
en su divino Tabor.
49
El hombre, si soberano
un himno al Eterno entona,
con centellas se corona
y tiene el rayo en la mano.
El hombre, del océano
domina la amplia extensión;
y guiado por su razón,
taumaturgo divinal,
de espuma, perla y coral
un edén forma a Colón.
50
El hombre tiene en verdad
por su mensajera, luego,
esa serpiente de fuego
llamada electricidad.
Con pujante actividad
y dejando atrás a Eolo,
cruza en alas de ella solo
la extensión que le separa,
desde la arena del Sahara,
hasta los hielos del Polo.
51
El libro, ¡bendito sea!...,
pues con afán inaudito,
vuela por el infinito
con las alas de la idea;
el libro que vida crea,
pan de las inteligencias,
luminar de las conciencias,
y que hoy está en todas partes,
sublimando con las artes,
redimiendo con las ciencias.
52
¡El libro! ¡Celeste lumbre,
de la Humanidad amparo!
¡Radioso, divino faro
que guía a la muchedumbre!...
El libro... ¡elevada cumbre!...
de la verdad! Mas, ¡qué digo!,
el libro que yo bendigo
con entusiasmo profundo,
tiene ante la faz del mundo
un implacable enemigo.
53
¿Sabéis quién es? Allá está...
Su trono se bambolea
porque el soplo de la idea
su trono derribará.
¿Sabéis quién es? ¡Vedle allá
sobre el alto Vaticano!
¡Contempladle!... Genio insano,
apaga todo destello,
con una estola en el cuello
y el Syllabus en la mano.
54
¡Jesús! Jesús! Tú soñaste
fundar una Religión
de amor y de bendición
cuando tu ley predicaste...
Nazareno, ¿no pensaste
que tu moral, tus creencias,
que alumbraron las conciencias,
expirarán? Yo contemplo
que hoy es ¡nada más! tu templo
un gran taller de indulgencias.
55
Lugar do, con rudo acento
y por voluntad suprema,
el libro... el libro se quema
y se mata el pensamiento;
lugar do con ardimiento
se predica la orfandad;
do es nada la caridad;
do farsas y tradiciones
fulminan excomuniones
a la santa libertad.
56
Maldicen al libro, sí,
con un criminal deseo..
¿Dónde estuvo Galileo
para retractarse? ¡Allí!...
¡Cristo, Cristo!... Ya de ti
se burla esta gente extraña,
su corazón vierte saña,
venden reliquias y bulas,
y ya las frases son nulas
del Sermón de la Montaña.
57
La sandalia de oro y seda
del Papa besa, humillado,
el príncipe, el potentado;
pues al pobre se le veda.
Se va el Bien, el Mal se queda,
todos se hincan de rodillas,
y entre tantas maravillas,
olvida el Papa en su enjambre
los lazzaroni que han hambre,
del Tíber en las orillas.
58
Mas oíd: ya se desploma
ese edificio del Mal.
Una conmoción social
hace estremecerse a Roma.
Ya nuevo empuje se toma;
una era de luz empieza,
y en vez de mirar la espesa
niebla que estaba reinando,
vemos que está palpitando
la Revolución Francesa.
59
¡Oh Juventud..., Juventud!
Tengo fe para seguirte;
que de algo pueden servirte
tas cuerdas de mi laúd.
¡Abajo la beatitud!
¡Abajo la aristocracia!
¡Abajo la teocracia!...
Por todas partes resuena,
de dulce cadencia llena,
la voz de la democracia.
60
Mirad las humanas listas...
En ellas hay a millares,
nihilistas para los Czares;
para los Papas, nihilistas.
Voceros propagandistas
de progresos liberales,
que van destruyendo males,
cumpliendo un sacro deber,
pues lodo no quieren ver
en las pilas bautismales.
61
El libro enciende y recrea:
al humano ha levantado,
y al espíritu ha enseñado
la religión de la idea,
haciendo que palpe y vea
un paraíso celestial,
do nunca se allega el Mal,
ni atormentadora, inquieta,
jamás se oye una trompeta
que llame al juicio final.
62
¡Cuántas glorias en el mundo,
que llenan de admiración!
Las glorias de Maratón,
las de Atila y Segismundo,
las del César furibundo
que con su lanza destroza,
y la gloria luminosa
de Bacon, Darwin, Romero,
de Malebranche y Lutero,
de Chateaubriand y Spinoza.
63
Ronco retumba el cañón:
se estremece un continente,
y alza, orgulloso, su frente
y su espada, Napoleón.
Vuela su altivo bridón;
su crin encrespan las brisas...
Vencedor, danle sonrisas
y laureles y memorias.
¿Y sus glorias?... ¡Ah, sus glorias,
son de humo, sangre y ceniza!
64
Entre amarguras y penas,
encarcelado, oprimido,
arrojado a un negro olvido
y cargado de cadenas...
Sintiendo fluir en sus venas
de sentimiento oleadas,
con ideas levantadas
del genio por el delirio,
en un perpetuo martirio
Camoens escribe Os Lusiadas.
65
¡Qué diferencia se advierte!
¡Qué polos tan encontrados!
Unos laureles ganados
con desolación y muerte...
Y otros con el alma fuerte,
con un corazón que late
del sufrimiento al embate,
y sin sentirse arrastrado
por el impulso agitado
del huracán del combate.
66
Aquél vence con la espada;
este con el libro vence;
este hace que el hombre piense...;
aquél, al hombre anonada.
Y a la pobre alma angustiada,
en un caos la derrumba,
cuando su bronce retumba,
con elocuencia sombría:
éste brinda una armonía,
aquél entreabre una tumba.
67
Yo al libro siempre he de amar;
siempre su voz he de oír,
pues me ha enseñado a sentir
y me ha inducido a cantar.
A su fulgente irradiar
se ha formado mi conciencia,
y ha visto mi inteligencia,
muda, absorta, confundida,
en el cielo de la vida,
relámpagos de la Ciencia.
68
El libro tiene cantares,
y murmurios y sonrisas,
y quejas de blandas brisas,
cadencias de azules mares;
de los verdes olivares,
los melódicos rumores;
y esas palabras de amores
que dicen en tonos suaves
las palmeras a las aves
y las aves a las flores.
69
Hubo un alma prodigiosa,
que pensaba y que sentía
y que lo eterno veía
con mirada portentosa:
tendió su mano afanosa;
grabó en madera... ¿Qué inventa?...
La Humanidad está atenta:
de aquel pedazo de pino
brotó, radiante y divino,
el genio audaz de la Imprenta.
70
Y el libro entonces tiene alas
para volar más de prisa,
y nos encanta y hechiza
vestido de hermosas galas:
tiene bellezas, y dalas
al mundo con su poder;
y ahora, volveos a ver...
Los bardos todos le cantan,
y mil estatuas levantan
al inmortal Gutenberg.
71
Mas es en vano cantar;
es muy grande mi flaqueza
y del libro la belleza
yo no podré retratar...
Pero siento chispear
en mi cerebro algo intenso,
por lo cual conozco y pienso
y por eso al libro canto;
porque amo todo lo santo,
porque amo todo lo inmenso.
72
Un día el sol se ocultaba
entre nubes de topacio;
los confines del espacio
con sus reflejos doraba;
lo recuerdo; niño, estaba
ese cuadro contemplando...;
mi corazón palpitando
sentía, pues iba viendo
el astro que se iba hundiendo...,
la niebla que iba avanzando.
73
Era un libro en que leía,
entre algo tenue que juega,
cómo la noche se llega,
y cómo se muere el día,
cuando una vaga armonía
llegó entre el viento a mi oído;
y en vago éxtasis rendido,
cerró sus ojos mi alma,
y en una tranquila calma
yo me quede adormecido.
74
Y allá entre sueños vi yo
que un ángel bajó del cielo,
y que al descender al suelo
en la frente me besó;
después mi pecho tocó,
y allí afectos soberanos
depositó, mil arcanos
que a comprender no he llegado;
y aquel espíritu alado
puso un arpa entre mis manos.
75
Entonces yo le pedí
que en mi pecho se anidara,
que jamás me abandonara,
que estuviese junto a mí.
Mover los labios le vi
y luego me dijo: «Escucha;
entra al campo de la lucha,
pero calma tu ansia loca.
La vida es poca, muy poca,
y la desventura es mucha.
76
» ¡Ha puesto la mano mía,
para que entres en el mundo
de tu ser, en lo profundo,
el germen de la poesía!...
¡Ay de ti si llega el día
en que pierdas todo, todo!...
¡En que con terrible modo
cantes el Mal, la Mentira,
y las cuerdas de tu lira
las arrastres por el lodo!
77
» ¡Ay de ti si un eco vano,
una levísima nota,
del fondo de tu alma brota
para ensalzar al tirano!
¡Ay, si con deseo insano
se mueve tu corazón!
¡Ay, si del dardo el baldón
tú mismo, ingrato, te clavas,
y en tus acentos alabas
al monstruo de la ambición!
78
» Allí tienes campo extenso
en la gran Naturaleza,
que con hermosa riqueza
te ofrece un numen inmenso;
en grupo variado y denso,
te presenta astros, torrentes,
arbustos, aves y fuentes,
perlas, corales y espumas,
ecos, mariposas, brumas,
y albas puras y fulgentes.
79
» Mas si el imperio del Mal,
con su tremenda expresión,
atacara a la razón,
al progreso liberal...
Si con goce criminal,
lleno de hiel y de saña,
a la muchedumbre engaña,
con su misterio y su pompa,
entonces, suena la trompa
y lánzate a la campaña. »
80
Dijo el ángel, y voló,
y al cruzar por los espacios,
una lluvia de topacios
sobre el mundo derramó.
Mil sones escuché yo,
ecos lejanos y vagos
como de ondinas de lagos;
armonías melancólicas,
cual de cítaras eólicas
del céfiro a los halagos.
81
Eco dulce y misterioso
que llegaba hasta mi oído,
tan tierno como un gemido,
tan triste como un sollozo.
Yo creo que ese armonioso
conjunto de notas sumas,
resonó entre ondas y brumas,
cuando divina, hechicera,
Venus radiante saliera
del seno de las espumas.
82
Entonces de temor lleno
al cielo volví a mirar,
cuando escuché el retumbar,
en lo alto, de un ronco trueno;
vi de una nube en el seno,
un libro abierto... Leí,
y decía el libro así:
« Sigue en la vida mi lumbre,
que yo soy la eterna cumbre
y el universo está en mí. »
83
Desde ese día, al libro amo,
y su gran poder bendigo,
y su lumbre es la que sigo,
y su imperio es el que aclamo:
allá en mis dudas le llamo,
y con su inmensa grandeza,
me muestra cómo progresa,
cómo bulle y cómo flota
la llama eterna que brota
Dios en la Naturaleza.
84
Dios, cuya luz bienhechora
palpita, refleja y arde,
en las nubes de la tarde
y en las perlas de la aurora;
en la linfa bullidora,
en la silvestre azucena,
en cada grano de arena,
en cada nota sublime,
en cada ambiente que gime,
y en cada rayo que truena.
85
Dios, que se advierte en el rubio
plumero de las espigas,
en las ásperas ortigas
y en el estival efluvio;
en las llamas del Vesubio,
en las flores purpurinas,
en las gotas opalinas,
en las rugientes cascadas,
y entre las plumas nevadas
de las gaviotas marinas.
86
Dios, que vaga en los aromas,
y que vuela en los murmullos,
y que halaga en los arrullos
de las torcaces palomas;
en el césped de las lomas,
en la claridad del día...
Dios, vida, ser, y armonía
de toda la creación.
¡Ah, no encuentra una expresión
digna de Él el arpa mía!
87
Y tú, pusiste, Señor,
para recordar tu nombre
el libro a la faz del hombre,
vestido con tu esplendor;
Hosanna a Ti, Dios creador;
Dios sin triángulo, Dios Uno,
que no eres Siva ni Juno;
Dios que me gozo en amarte...,
que nunca llega a tocarte
ni a comprenderte ninguno.
88
¡Hosanna al Libro! Porque él
destruye, a la faz del siglo,
el dogma, ese gran vestiglo,
esa torre de Babel.
¡Hosanna al corazón fiel,
a la idea liberal,
pues en su carro triunfal
cruza ufana la razón,
tronchando, por la extensión
del mundo, el árbol del mal!...
89
¡Hosanna al Libro!... Ese ser
que muestra, con su irradiar,
la libertad de pensar,
la libertad de creer;
que canoniza a Voltaire,
al par que al apóstol Juan,
Vicente de Paúl, Renán,
y maldice en voz de vida
aquella hoguera encendida
por Domingo de Guzmán.
90
¡Hosanna al Libro, que es luz,
que es bien y que es redención;
que es brújula de Colón
y palabras de Jesús;
base y sostén de la cruz,
las frases de Cormenín,
acentos de Girandín,
las comedias de Moliere.
carcajadas de Voltaire,
consejos de Aimé-Martín!
91
¡Hosanna al Libro! Que el mundo
se envuelva en su luz radiante,
y él le dé fuerza constante
para su aliento fecundo!...
Que en un abismo profundo
se precipite el error,
y que del Libro al fulgor,
conozca la Humanidad
que ha de leer la verdad
en el Libro del Señor.
92
¡Hosanna al Libro! El poeta
temple su lira y le cante,
y que con él abrillante
su imaginación inquieta.
Que se convierta en profeta
y mire lo por venir,
y allá en el cielo lucir
vea del saber la estrella,
con su candorosa huella
de nácar, oro y zafir.
93
¡Hosanna al Libro!... Que aclame
el Universo su esencia,
que triunfe la inteligencia
y que en su fuego se inflame.
Que el error vencido, brame,
y se revuelque en el lodo;
y que con diverso modo
la verdad a Dios se eleve,
y el germen de vida lleve
al hombre, al átomo, a todo.
94
¡Hosanna al Libro!... Que Dios,
con su poder soberano,
le bendiga con su mano,
le alimente con su voz;
que fuego ardiente y precoz
a la iniquidad consuma,
que del no ser en la bruma,
siempre el dogma se confunda,
y que su imperio se hunda
como se pierde una espuma.
95
¡Hosanna al Libro!... Que empieza
el alba pura a lucir,
y sus flores a esparcir
su perfume y su pureza.
Cae rodando la cabeza
del monstruo del fanatismo,
que con sangriento cinismo
lleva, para hacer el mal,
por estandarte un puñal
y por capa el cristianismo.
96
¡Juventud, que dais al viento
voces de unión y reforma,
que lleváis por sacra norma
las leyes del pensamiento!
¡Juventud, que con aliento,
en fraternal sociedad,
hoy ante la Humanidad
trabajas, luchas, combinas,
por implantar las doctrinas
de la santa Libertad!
97
¡Juventud, que al dulce beso
del arcángel de la idea,
miras que relampaguea
el Sinaí del progreso!
¡Juventud, que en justo exceso
aplicas hierro candente
al basilisco furente
de añeja preocupación,
se alumbra tu Septentrión,
pues sale el sol del Poniente!...
98
Mira; ya cunde la oleada,
el pueblo siente su empuje,
y aunque el genio del mal ruge,
ya sus rugidos son nada.
Se estremece y se anonada
al verse sin su riqueza,
sin corona en la cabeza,
al oír conciertos divinos
de modernos girondinos
que cantan La Marsellesa.
99
Esto hace el Libro: lo grande,
lo eternal y lo sublime,
lo que a la razón redime,
lo que el sentimiento expande.
¡Oh Dios! Deja te demande
aliento de tu poder
para que en mi humilde ser
pueda la palabra eterna,
que el Universo gobierna,
en tu gran Libro leer.
100
¡Basta ya, musa querida!
¡Ya bastante me alentaste,
y unida a mi voz cantaste
la Humanidad redimida!
¡Redimida con la vida,
no con Gólgota ni Cruz,
ni martirios de Jesús...,
sino con la fuerza inmensa,
fuerza que vibra y que piensa!
¡Con el Libro, que es la Luz!
Rubén Darío (01 de enero de 1882)