ALMAFUERTE EL POETA (CAP 9 Y 10: Detalles de la personalidad de Pedro B. Palacios, por Antonio Herrero)
CAPÍTULO 9
DE LA MUJER Y DEL AMOR
Con motivo de las conferencias que dio Almafuerte en el Odeón, se dijo por un crítico que Almafuerte no amaba a la mujer. Semejante afirmación, más aún que disparate, es una calumnia, una de tantas calumnias con las que se fomentaba el odio del vulgo contra el gran poeta. Lo que Almafuerte no amaba, o mejor aún detestaba, es el sensualismo. Su profundo sentido moral, repudiaba ese bajo sensualismo que es el alma de la poesía moderna, que con el nombre de amor, consagra e idealiza los más bajos instintos sexuales. Odiaba esa poesía corruptora que envenena el alma de las jóvenes generaciones rebajando el ser humano al nivel de la bestia, o más abajo aún, por la exacerbación del sensualismo. El amor, para él, era algo sagrado, supremamente moral, como cumbre y fuente que es de la existencia. Amaba a la mujer más profundamente que ninguno de los literatos actuales. Por eso precisamente no la endiosaba en su aspecto carnal ni la dedicaba vanos galanteos. Pero estaba muy lejos de profesar el ascetismo insensato y farisaico que predicaba Tolstoy en sus últimos tiempos. Adoraba en la mujer lo que tiene de grande, de sagrado y puro; su instinto maternal, su bondad, su ternura, su idealismo y su belleza moral. Y por eso mismo detestaba en ella la hipertrofia sensualista que hoy la caracteriza, y que sobre todo es obra de los hombres, a cuya imagen y semejanza se moldea moralmente la mujer. Tenía Almafuerte un concepto del amor mucho más alto y austero que el expresado por Platón en “El Banquete”. Contestando el poeta la falsa imputación que se le hacía de desamor hacia la mujer, dijo así en la tercera de sus lecturas en el “Odeón”, expresando bellamente su alto criterio moral respecto de la mujer y el concepto que de ella debe tener el hombre. “Es ya de pública voz y fama, que el viejo Almafuerte ni amó ni ama a la mujer; pero el viejo Almafuerte carga con esa cruz como con cualquiera otra — él no las elige, — y hace su jornada sin dar a la calumnia otra respuesta que una vida más ponderada, que un alma mejor, dentro de lo posible. . . ¡ya veces dentro de lo imposible! “Porque amé y amo a la mujer, en lo sano y en lo limpio, la apostrofé cuando me pareció, cuando a mi amor por la mujer le pareció necesario, indispensable, el apóstrofe. El amor masculino que no tiene algo de amor paternal, es un afecto incompleto, porque no llena enteramente sus fines. “Perdonadme aquellos apóstrofes, señoras, si así lo encontráis a bien, si así lo tenéis por digno de vuestra alteza, de vuestra magnanimidad; y aquí tenéis mi cerebro, y he aquí mi lengua que habló y mis manos que escribieron, para que las fulminéis de un solo golpe de vuestra cólera, si ese corazón, como el de las diosas del Olimpo, no sabe perdonar. “Entretanto, permitid que deje constancia, — no en mi defensa, sino en defensa de vuestra majestad de seres humanos — que deje constancia, repito, de que toda filosofía, toda organización social, todo arte, — por más excelso que él sea, — deben concebir y tratar a la mujer como a la compañera insubstituible del hombre, como a la copartícipe de las angustias y los ensueños del hombre, como a la madre del hombre y la madre y la maestra de los hijos del hombre”. En los versos amorosos de Almafuerte no existe rastro siquiera de sensualismo, al cual condena y fulmina en “Vade Retro”. Sus poesías consagradas al amor están todas inflamadas por un fuego ideal en donde arde el más puro sentimiento. Y la única vez que canta a la mujer es en “Cantar de cantares”, en cuyos mágicos versos primorosos hay tal pureza y ternura que parece una oración. Entre el “Cantar” de Almafuerte y el lúbrico y sensualista de Salomón median muchos milenarios de evolución moral. Su concepto del amor_y la mujer está sintéticamente contenido en estas dos décimas de su poesía “En el abismo”:
"Mi hogar, si tuviese hogar,
sería un huerto sellado ;
tan solemne, tan aislado,
como una roca en el mar.
Nido azul, — nido y altar,
—
todo en él, luz y armonía;
pero a la primer falsía...
¡todo en él, espanto y duelo,
como si el alma de Otelo
resplandeciese en la mía.
Yo respeto en la Mujer
a la Madre, nada más
y jamás, nunca jamás,
por su igual me ha de tener.
Virgen roja en el taller,
toga ilustre en los procesos,
verbo mismo en los congresos
y genio mismo en las artes;
pero allí y en todas partes. .
¡ catedrática de besos !"
No considera inferior a la mujer por sus aptitudes y talentos sino por su enfermizo predominio del sensualismo, que hace, en ella, subalternas todas sus facultades. En estos tiempos de feminismo, en que la mujer pretende emanciparse de las condiciones secundarias en que se halla socialmente, debido al concepto primitivo que de ella tiene el hombre, y al abandono en que, moralmente, la deja, es conveniente afirmar que la verdadera emancipación y dignificación de la mujer, consistirá en libertarse del sensualismo para que el hombre vea en ella solamente un ser moral ; la conceptúe una madre, una hermana, una hija y una novia; la venere como a un templo, como a una fuente sagrada de donde debe brotar el porvenir por los siglos de los siglos; y la forje y la moldee convirtiéndola en la imagen de su más alto ideal. Tal es, en síntesis, el concepto que Almafuerte tenía de la mujer y del amor.
CAPÍTULO 10
PESIMISMO Y OPTIMISMO
Si se juzga pesimismo la visión descarnada y cruel de la vida, no hay genio verdadero que no sea pesimista. La aparente placidez del mismo Goethe, y la risa burlona de Cervantes, no son más que una máscara bajo la cual apenas ocultan su honda desolación. Amargos y pesimistas fueron Byron y Dante, Leopardi y Edgardo Poe, Baudelaire y Laforgue, Federico Nietzsche y Schopenhaüer. Este último, sin embargo, llevó demasiado lejos el pesimismo pues llegó a convertirlo en un sistema. La beata placidez y el cándido optimismo son propios solamente de inconscientes. El genio tiene un concepto cruelísimo de la vida; ve que toda la existencia se compone de contradicción y de crueldad; sabe que la vida humana es una lucha implacable de la voluntad y del pensamiento contra las fuerzas adversas de la ciega y feroz fatalidad. Comprende que en el hombre se libra una batalla permanente del ángel contra la bestia y con frecuencia es ésta la triunfante. Desde las altas cimas de su ideal contempla el genio la vida como pudiese observar el naturalista una colonia de insectos. Para él la sociedad es un hormiguero. Ve y abarca el conjunto de la lucha y de los locos afanes, pero sin mezclarse en ellos más que para sufrir con el dolor de los homúnculos. Al comparar con sus ideales el espectáculo de la vida, le parece ésta un infierno. Nadie ha sentido de un modo tan desgarrador como Almafuerte este contraste. Con. un altísimo ideal moral, en absoluto desconocido por su siglo; ajeno a todas las luchas y ambiciones que preocupan y absorben a los humanos, él habita entre los hombres como entre sombras, convertido en sombra él mismo, unido a la existencia solamente por los lazos inmortales del amor y del dolor. El penetra en los pliegues más recónditos de todas las existencias y descubre las vilezas que anidan en cada pecho; ve flotar y envolverle la injusticia y el mal, y triunfar la mentira y el crimen. Baja a los más sombríos antros del infierno social, y se identifica con las más abyectas almas y se siente responsable de los más crueles destinos. Así centellea la ira en sus estrofas, restallantes cual látigos. Rugen enfurecidos sus dolores, como tigres hambrientos en casi todas sus poesías, especialmente en “Incontrastable” y “Trémolo”, en “Vigilias Amargas”, “Mancha de tinta” y “El Misionero”. Apuró hasta las heces la copa del dolor y descendió a las regiones más sombrías del corazón del hombre. Su concepto del mal hállase contenido en estos versos Los hijos de la Sombra y del Prostíbulo, Miente la Compasión, no se redimen, Nacieron con el síntoma del crimen Y el fervor inefable del Patíbulo 1 ^ Y el Mal es mal; lo mísero, lo inmundo. Lo formado de pústulas y lamas Debe rodar al centro de las llamas Para salvar de su contacto al mundo. Tal es el pesimismo de Almafuerte que no es más que la vasta y profunda comprensión de la existencia, la enunciación de la ley kármica. Pero su espíritu no se estanca en este pesimismo; no le abruma la montaña del Dolor. Con sus robustos hombros de Atlante carga sobre sus espaldas ese espantable fardo bajo el cual otro cualquiera perecería. El lo lleva, sin embargo, casi alegremente. Y todavía le resta fuerza bastante para profesar un hondo y potente optimismo. Tiene una ciega fe en el porvenir; en la fuerza evolutiva y ascendente del espíritu humano. Dijérase que posee los hilos providenciales y conoce el fin último a que se dirigen los hechos y sufrimientos de los hombres. Por eso les azota despiadadamente para que triunfen de los instintos y conquisten la soberanía de su ser moral. Y su optimismo es tan grande que recoge y absuelve a los más viles y proclama la inocencia de los reprobos, estimulando a todos los seres a dominar e imponerse sobre sus propios destinos, y a no perder jamás la fe en las propias fuerzas:
"Si te postran diez veces, te levantas,
otras diez, otras cien, otras quinientas.
No han de ser tus caídas tan violentas,
ni tampoco, por ley, han de ser tantas."
...
"Obsesión casi asnal, para ser fuerte,
nada más necesita la criatura,
y en cualquier infeliz se me figura
que se rompen las garras de la suerte.
¡Todos los incurables tienen cura
cinco minutos antes de la muerte!"
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OTROS CAPÍTULOS PUBLICADOS:
CAPÍTULO 1: Datos biográficos de Almafuerte - Idealismo del poeta Pedro B. Palacios.
CAPÍTULO 2: Almafuerte o el genio.
CAPÍTULO 3: Carácter de Almafuerte.
CAPÍTULO 4: Su vida heroica.
CAPÍTULO 5: Almafuerte y los poetas.
CAPÍTULO 6: El poeta de la chusma y del dolor.
CAPÍTULO 7: El poeta del hombre.
CAPÍTULO 8: Filosofía de Almafuerte.
CAPÍTULO 12: La moral de Almafuerte.
EL POEMA " APÓSTROFE " DE ALMAFUERTE ¿ES EXCESIVO? Juicio del Dr. Francisco A. Barroetaveña
APÓSTROFE - de Pedro Bonifacio Palacios (Almafuerte)