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27 de diciembre de 2018

A UN POETA (de Rubén Darío)

A UN POETA

Nada más triste que un titán que llora,
hombre-montaña encadenado a un lirio,
que gime fuerte, que pujante implora:
víctima propia en su fatal martirio.

Hércules loco que a los pies de Onfalia
la clava deja y el luchar rehusa,
héroe que calza femenil sandalia,
vate que olvida a la vibrante musa.

¡Quien desquijaba los robustos leones,
hilando esclavo con la débil rueca;
sin labor, sin empuje, sin acciones;
puños de fierro y áspera muñeca!

No es tal poeta para hollar alfombras
por donde triunfan femeniles danzas:
que vibre rayos para herir las sombras,
que escriba versos que parezcan lanzas.

Relampagueando la soberbia estrofa,
su surco deje de esplendente lumbre,
y el pantano de escándalo y de mofa
que no le vea el águila en su cumbre.

Bravo soldado con su casco de oro
lance el dardo que quema y que desgarra,
que embista rudo como embiste el toro,
que clave firme, como el león, la garra.

Cante valiente y al cantar trabaje;
que ofrezca robles si se juzga monte;
que su idea, el mal rompa y desgaje
como en la selva virgen el bisonte.

Que lo que diga la inspirada boca
suene en el pueblo con palabra extraña;
ruido de oleaje al azotar la roca,
voz de caverna y soplo de montaña.

Deje Sansón de Dalila el regazo;
Dalila engaña y corta los cabellos.
No pierda el fuerte el rayo de su brazo
por ser esclavo de unos ojos bellos.

Rubén Darío. Año 1888.

16 de febrero de 2016

EL LIBRO (23 de abril, día mundial del libro) Décimas homenaje al libro de Rubén Darío


EL LIBRO


Dios creó al hombre a su imagen y semejanza; y para que así fuera, lo hizo creador como Él. La creación del hombre es el Libro; el Libro está hecho a imagen y semejanza del hombre;
el Libro tiene vida; el Libro es un ser.
I. DE CASTRO Y SERRANO.

1
Ven a mí, musa querida;
mi lira dame: levanta
y únete a mi voz y canta
la humanidad redimida.
Redimida con la vida;
no con Gólgota ni Cruz,
ni martirios de Jesús;
sino con la fuerza inmensa...
fuerza que bulle y que piensa,
¡con el libro, que es la luz!
2
¡La luz! La luz infinita,
que en sus misterios comprende
el espíritu que asciende,
el átomo que se agita.
A cuya influencia bendita,
a cuyo celeste nombre,
aunque mi palabra asombre,
envuelto en su esencia pura,
baja Dios desde su altura
a divinizar al hombre. 
3
La luz: el germen perfecto,
que, cual un sagrado emblema,
ciñe en forma de diadema
la sien del gran Arquitecto...
que alumbra, desde el insecto
que de polvo pareciera,
hasta el sol que reverbera
su luz en iris radiantes,
y forma anillos brillantes
al ir girando en la esfera.
4
¿Y qué es el libro? Es la luz;
es el bien, la redención,
la brújula de Colón,
la palabra de Jesús.
Base y sostén de la Cruz; 
las frases de Cormenín, 
acentos de Girardín, 
las comedias de Moliere,  
carcajadas de Voltaire,  
consejos de Aimé-Martin. 
5
Principio que alienta ufano,
destello del ser divino;
ley eterna del destino
que gobierna al ser humano.
Guía al mortal soberano
en alas de la razón;
quien volando a otra región
contempla a Dios frente a frente
con la pupila y la lente
de Camilo Flammarión. 
6
¿Oís una inmensa voz
que va rasgando las nubes
y que escuchan los querubes?
¡Es que está leyendo Dios!
¿Conocéis su libro vos,
orgullosa Humanidad?
Lo estáis mirando en verdad
al brillo del pensamiento:
pero escuchad un momento,
que os lo mostraré: ¡callad!
7
¿Veis esa azulada esfera
do las luces se desbordan,
y de mil colores bordan
los astros en su carrera?
¿Veis la florida pradera
con aves de hermosas plumas,
y vagas, flotantes brumas
que los arbustos oprimen,
y mil arroyos que gimen
con algas, peces y espumas?...
8
¿Miráis los altos volcanes
que, con lava en rojos tumbos,
con sus ecos y retumbos,
remedan los huracanes
en misteriosos afanes?
¿El trueno que sordo muge,
la hinchada tromba que ruge
y los espacios atruena,
y el simoun que arrastra arena 
con su poderoso empuje?
9
¿Veis la hirviente catarata
que entre zarzas y entre breñas
azota las duras peñas
con sus espumas de plata?
¿Y que ruge y se desata
en ondas que se evaporan
y los rayos del sol doran,
y en el aire se deslíen
y al ir rodando sonríen
y al evaporarse lloran?
10
¿Miráis en la verde loma,
como símbolo de amores
escondido entre las flores,
el nido de la paloma...
que cuando la aurora asoma
dorando la faz del cielo,
llena de sublime anhelo,
entre callados murmullos,
colma de blandos arrullos
al tiernecito polluelo?...
11
¿Miráis en noche serena
reflejarse en la laguna
la blanca luz de la luna,
de melancolía llena?
¿Veis la nítida azucena?...
¿Escucháis el murmurío,
el eco dulce y sombrío
que modulan confundidas
náyades adormecidas
sobre las linfas del río?
12
¿Veis los cometas radiantes
que van a surcar la esfera
tendiendo su cabellera
de penachos rutilantes,
soles inmensos, errantes,
cuya reluciente llama,
por los espacios derrama
de chispas rojo torrente,
que de los cielos la frente
con sus fulgores inflama?...
13
¿Oís el quejido tierno,
del Favonio  dulce y blando, 
que pasa y va murmurando
en las mañanas de invierno?
¿Oís el idilio eterno
de las auras a la flor,
los trinos del ruiseñor,
el enamorado beso?...
Pues todo eso… todo eso,
es el Libro del Señor. 
14
Y era el caos negro, obscuro,
que por doquiera reinaba.
Sólo Dios en lo alto estaba
como un espíritu puro;
y de nieblas denso muro,
que hubiera luz impedía;
mas con celeste ufanía,
su libro inmenso abrió Dios,
y a los ecos de su voz
nació la lumbre del día.
15
Lleno de astros, el espacio
iba, en ondas de dulzura,
a besar la vestidura
del Señor, que en su palacio
de nácar y de topacio,
se recreaba en mirar
de la montaña y el mar
los átomos impalpables
que, en giros interminables,
no cesaban de rodar.
16
E iban las orbes pasando,
y si a Jehová  se acercaban,
se inclinaban, se inclinaban,
y los pies le iban besando.
Dios estaba contemplando
sus reverentes caricias,
y dos lágrimas propicias
por sus mejillas corrieron,
y en las páginas cayeron
de aquel libro de delicias.
17
Y de esas lágrimas bellas
brotaron notas hermosas,
y unas se volvieron rosas,
y otras volviéronse estrellas;
y después emergió de ellas
una eterna melodía;
y en aquel supremo día,
fue de Dios en remembranza,
cada acento una alabanza,
cada átomo una armonía.
18
Después, sonriose el Señor;
cerró aquel libro de encanto
y envolviole con el manto
de su divinal amor.
El mundo con su esplendor
siguió rodando y rodando,
y mientras iba girando
con rápido movimiento,
el fuego del pensamiento
al hombre estaba quemando.
19
El hombre, que entre las flores
que el llanto de Dios formara,
en un suspiro brotara
coronado de fulgores;
el hombre, a quien sus amores
diera Dios en aquel día;
el que admirado veía
cómo el rayo serpentea,
el incendio de la idea,
dentro el cerebro sentía.
20
Su existencia al contemplar,
aquel incendio al sufrir,
sintió el corazón latir,
y el hombre empezó a llorar.
Los cielos tornó a mirar
con el alma confundida
y con voz enternecida,
luz pidió al poder divino,
y vio escrito su destino
en el Libro de la Vida.
21
Trabajo, luz, pensamiento.
libertad, razón, amor,
lucha sin igual, valor,
expansión y sentimiento;
esperanza y ardimiento;
lo terreno y lo infinito...
Religión, creencia, mito,
lo comprensible, el arcano...
Tal es el conjunto humano,
y así el hombre lo vio escrito.
22
Allí está... ¡Cómo recrea
el alma y el corazón
la ardiente imaginación
de la bella musa hebrea!
En su interior, pinta y crea
un recio voto que zumba;
un Sinaí que retumba,
una tormenta que crece,
que parece... que parece...
que ya el orbe se derrumba.
23
Mil luces que se derraman,
relámpagos que serpean,
y que, ardiendo, centellean,
mientras huracanes braman;
nubes negras que se inflaman,
onda de aire que palpita:
un pueblo que cae, se agita,
lleno de gran timidez,
y un Dios que entrega a Moisés
una ley en piedra escrita.
24
¡Allí está el libro! De ahí
brotan rayos y centellas,
tan fulgentes como aquellas
que brotara el Sinaí.
Ved lo que está escrito allí:
es raudal de pensamientos,
guía de los sentimientos,
cautiverio del deseo
código del pueblo hebreo,
y son los Diez Mandamientos.
25
Aquí está el libro, mirad,
con un fulgor nunca visto,
y por la boca de Cristo
predica la libertad.
Escuchad: la Humanidad
olvida penas y agravios;
oyen atentos los sabios;
y el mundo absorbe en su seno
sermones del Nazareno,
parábolas de sus labios.
26
Vedle aquí: ¿Quién es aquel
pobre manco desvalido, 
de todos desconocido,
pero a su patria tan fiel?
¿Quién es?-digo-. ¿Quién es él?
Y dicen ecos vibrantes
de mil pechos arrogantes,
respondiendo con agrado:
Es el libro disfrazado 
de Don Miguel de Cervantes.
27
Aquí nos da una sonrisa
un canto de tierno bardo;
las caricias de Abelardo
con los besos de Eloísa, 
Aquí confunde y hechiza,
muestra el amante deseo;
aquí en sublime recreo
sus bellezas admiramos,
y estrechados contemplamos
a Julieta y a Romeo.  
28
Nos hace amar y creer;
sus frases al pecho van:
si Pablo y Virginia están
en el alma de Saint-Pierre;  
mansiones hace entrever
de encantos y de alegría,
y con la eterna armonía
de la dicha y el consuelo,
nos trae mensajes del cielo
Jorge Isaacs con su María.   
29
Resuena clarín guerrero
al par que amoroso idilio,
con el arpa de Virgilio 
la épica trompa de Homero. 
Aquí nos muestra el sendero
de regiones inefables,
de goces interminables
y regenerando vidas,
las páginas encendidas
surgen de Los Miserables. 
30
Ya nos brinda con Renán  
una vida de Jesús;
ya nos envuelve en su luz
la palabra de Laurent.  
Ya enseña con Pelletán  
mil torrentes de verdad,
ya predica la igualdad
y odio al autócrata, al rey,
con las tablas de la ley
de la nueva libertad.
31
Ora golpea la frente
del tirano en forma varia:
ya es rayo, Catilinaria,  
hija de un pecho valiente,
Ya con vislumbre fulgente,
elévase en sacro ardor;
ya canta el más puro amor,
o ya por el mundo esparce
poemas de Núñez de Arce,  
“Doloras” de Campoamor.  
32
El libro es de la razón
áncora pura y divina;
Quousque tándem Catilina  
en boca de Cicerón.  
Del Eterno emanación,
sol, cuya luz reverbera,
cada página hechicera
nos da con su poderío
los ardores del estío,
los lirios de primavera.
33
El libro es, ¡oh genio humano!
ese torrente de flores
de luces y de colores
del orador gaditano;
es el numen soberano,
es la fantasía hermosa,
nota emanadora, ansiosa,
del poeta que está amando:
Trueba a su esposa narrando  
Cuentos de Color de Rosa.
34
El hijo de la tormenta,
aquel que enferma y delira
y pulsa su ardiente lira
cuando la nube revienta:
Byron,  cuya alma violenta 
sufría angustioso afán,
es el libro, y allá están
los que yo juzgar no puedo;
relámpagos de Manfredo,  
tempestades de Don Juan.  
35
El ciego que, entristecido,
tiene su gran corazón,
aquel que canta Sión 
y El paraíso perdido:
el que escuchó con su oído
la armonía del Edén
y la voz del Sumo Bien,  
Milton,  que vio a los querubes  
con salterios entre nubes,
él es el libro también.
36
Aquel del poema eterno
que lo terrible cantó,
que su inspiración bebió
en las llamas de su Infierno.
(Ante quien yo me prosterno,
rendido, pero anhelante,
con el pecho palpitante),
de palabra que calcina,
es el libro que ilumina
el genio inmortal del Dante.  
37
El libro es hoy ese viejo
corazón, joven y ardiente,
que va mostrando en la frente
de lo divino, el reflejo;
que de su alma en el espejo
se retrata lo infinito:
es ese apóstol bendito,
Víctor Hugo, el pensador,  
de Hernani, inmortal cantor  
y de Guernesey proscrito.  
38
El libro es la inspiración
de Quevedo,  picaresca;  
la musa caballeresca
de Don Pedro Calderón;  
La sublime agitación
que en nuestro pecho nos queda
cuando oímos que remeda
amor y melancolía
la encantadora poesía
de los cantos de Espronceda.  
39
El libro de fe nos llena
si en el alma se dilata;
calma el dolor si nos mata,
quita la hiel que envenena;
entusiasma y enajena
al patriota bueno y fiel:
ahora eleva a Parnell,  
y sublima y diviniza
a la gran sacerdotisa
del libro, Luisa Michel.  
40
El libro es el telescopio
con que se ve el infinito,
y la estrella, el aerolito
y nuestro planeta propio:
Es también el microscopio
que en una mínima gota
nos hace ver cómo flota
un orbe a todos igual,
que es del coro universal,
una bellísima nota.
41
Libro es nuestro corazón
donde se lee el sentimiento,
o en un estremecimiento
o en una palpitación;
donde vaga la emoción,
do está el alma enajenada;
do en arreboles bañada,
y entre nubes de color,
nace una aurora de amor
al rayo de una mirada.
42
Libro es la armoniosa mente
de una beldad de quince años,
do no se leen desengaños,
sino ilusión y ansia ardiente:
Libro es su púdica frente
donde se lee su inocencia;
do lleno de complacencia
un querubín encendido,
leyéndole está al oído
el libro de la existencia.
43
El libro es fuerza, es valor,
es poder, es alimento;
antorcha del pensamiento
y manantial del amor.
El libro es llama, es ardor,
es sublimidad, consuelo,
fuente de vigor y celo,
que en sí condensa y encierra
lo que hay de grande en la tierra,
lo que hay de hermoso en el cielo.
44
Y libro es esa balumba 
de sombras tras la cual vamos;
libro en el cual deletreamos
misereres de la tumba:
donde el huracán no zumba
de las pasiones humanas,
y ruedan las glorias vanas
en cenizas convertidas.
y las gracias y las vidas
de las grandezas mundanas.
45
¡El libro!... ¡El libro! ¡Qué bellas
que son sus frases ardientes!
Caen sobre nuestras frentes
como lluvias de centellas.
Transforman al hombre ellas,
y su esencia bendecida
eleva la alma dormida,
sembrando con mano fuerte
en el caos de la muerte
la agitación de la vida.
46
El libro males destierra;
da al espíritu solaz,
y derramando la paz
va destruyendo la guerra
que nos confunde y aterra:
él nos pinta en lontananza
albas de dulce bonanza
que nos llenan de consuelo,
y nos muestra allá en el cielo
el iris de la esperanza.
47
Cuando (triste alguna vez
el alma, sombría y muda,
el abismo de la duda
mira que se abre a sus pies,
del libro la brillantez
la felicidad le labra.
y hace que un cielo se abra,
y la razón antes muerta
se conmueve y se despierta
al trueno de la palabra.
48
Y el cosmos intelectual
con aliento tan profundo,
forma un mundo y otro mundo
en el ser universal:
brilla la vida moral,
llena de inmenso vigor;
y a su celeste fulgor
que el mismo Dios le ha otorgado,
se ve al hombre transformado
en su divino Tabor.  
49
El hombre, si soberano
un himno al Eterno entona,
con centellas se corona
y tiene el rayo en la mano.
El hombre, del océano
domina la amplia extensión;
y guiado por su razón,
taumaturgo  divinal,
de espuma, perla y coral
un edén forma a Colón.
50
El hombre tiene en verdad
por su mensajera, luego,
esa serpiente de fuego
llamada electricidad.
Con pujante actividad
y dejando atrás a Eolo,  
cruza en alas de ella solo
la extensión que le separa,
desde la arena del Sahara,
hasta los hielos del Polo.
51
El libro, ¡bendito sea!...,
pues con afán inaudito,
vuela por el infinito
con las alas de la idea;
el libro que vida crea,
pan de las inteligencias,
luminar de las conciencias,
y que hoy está en todas partes,
sublimando con las artes,
redimiendo con las ciencias.
52
¡El libro! ¡Celeste lumbre,
de la Humanidad amparo!
¡Radioso, divino faro
que guía a la muchedumbre!...
El libro... ¡elevada cumbre!...
de la verdad! Mas, ¡qué digo!,
el libro que yo bendigo
con entusiasmo profundo,
tiene ante la faz del mundo
un implacable enemigo.
53
¿Sabéis quién es? Allá está...
Su trono se bambolea
porque el soplo de la idea
su trono derribará.
¿Sabéis quién es? ¡Vedle allá
sobre el alto Vaticano!
¡Contempladle!... Genio insano,
apaga todo destello,
con una estola en el cuello
y el Syllabus  en la mano.
54
¡Jesús! Jesús! Tú soñaste
fundar una Religión
de amor y de bendición
cuando tu ley predicaste...
Nazareno, ¿no pensaste
que tu moral, tus creencias,
que alumbraron las conciencias,
expirarán? Yo contemplo
que hoy es ¡nada más! tu templo
un gran taller de indulgencias.
55
Lugar do, con rudo acento
y por voluntad suprema,
el libro... el libro se quema
y se mata el pensamiento;
lugar do con ardimiento
se predica la orfandad;
do es nada la caridad;
do farsas y tradiciones
fulminan excomuniones
a la santa libertad.
56
Maldicen al libro, sí,
con un criminal deseo..
¿Dónde estuvo Galileo  
para retractarse? ¡Allí!...
¡Cristo, Cristo!... Ya de ti
se burla esta gente extraña,
su corazón vierte saña,
venden reliquias y bulas,
y ya las frases son nulas
del Sermón de la Montaña.
57
La sandalia de oro y seda
del Papa besa, humillado,
el príncipe, el potentado;
pues al pobre se le veda.
Se va el Bien, el Mal se queda,
todos se hincan de rodillas,
y entre tantas maravillas,
olvida el Papa en su enjambre
los lazzaroni que han hambre,  
del Tíber  en las orillas.
58
Mas oíd: ya se desploma
ese edificio del Mal.
Una conmoción social
hace estremecerse a Roma.
Ya nuevo empuje se toma;
una era de luz empieza,
y en vez de mirar la espesa
niebla que estaba reinando,
vemos que está palpitando
la Revolución Francesa. 
59
¡Oh Juventud..., Juventud!
Tengo fe para seguirte;
que de algo pueden servirte
tas cuerdas de mi laúd.
¡Abajo la beatitud!
¡Abajo la aristocracia!
¡Abajo la teocracia!...
Por todas partes resuena,
de dulce cadencia llena,
la voz de la democracia.
60
Mirad las humanas listas...
En ellas hay a millares,
nihilistas  para los Czares;  
para los Papas, nihilistas.
Voceros propagandistas
de progresos liberales,
que van destruyendo males,
cumpliendo un sacro deber,
pues lodo no quieren ver
en las pilas bautismales.
61
El libro enciende y recrea:
al humano ha levantado,
y al espíritu ha enseñado
la religión de la idea,
haciendo que palpe y vea
un paraíso celestial,
do nunca se allega el Mal,
ni atormentadora, inquieta,
jamás se oye una trompeta
que llame al juicio final.
62
¡Cuántas glorias en el mundo,
que llenan de admiración!
Las glorias de Maratón,  
las de Atila  y Segismundo,  
las del César  furibundo
que con su lanza destroza,
y la gloria luminosa
de Bacon,  Darwin,  Romero, 
de Malebranche  y Lutero, 
de Chateaubriand  y Spinoza. 
63
Ronco retumba el cañón:
se estremece un continente,
y alza, orgulloso, su frente
y su espada, Napoleón. 
Vuela su altivo bridón; 
su crin encrespan las brisas...
Vencedor, danle sonrisas
y laureles y memorias.
¿Y sus glorias?... ¡Ah, sus glorias,
son de humo, sangre y ceniza!
64
Entre amarguras y penas,
encarcelado, oprimido,
arrojado a un negro olvido
y cargado de cadenas...
Sintiendo fluir en sus venas
de sentimiento oleadas,
con ideas levantadas
del genio por el delirio,
en un perpetuo martirio
Camoens escribe Os Lusiadas. 
65
¡Qué diferencia se advierte!
¡Qué polos tan encontrados!
Unos laureles ganados
con desolación y muerte...
Y otros con el alma fuerte,
con un corazón que late
del sufrimiento al embate,
y sin sentirse arrastrado
por el impulso agitado
del huracán del combate.
66
Aquél vence con la espada;
este con el libro vence;
este hace que el hombre piense...;
aquél, al hombre anonada.
Y a la pobre alma angustiada,
en un caos la derrumba,
cuando su bronce retumba,
con elocuencia sombría:
éste brinda una armonía,
aquél entreabre una tumba.
67
Yo al libro siempre he de amar;
siempre su voz he de oír,
pues me ha enseñado a sentir
y me ha inducido a cantar.
A su fulgente irradiar
se ha formado mi conciencia,
y ha visto mi inteligencia,
muda, absorta, confundida,
en el cielo de la vida,
relámpagos de la Ciencia. 
68
El libro tiene cantares,
y murmurios y sonrisas,
y quejas de blandas brisas,
cadencias de azules mares;
de los verdes olivares,
los melódicos rumores;
y esas palabras de amores
que dicen en tonos suaves
las palmeras a las aves
y las aves a las flores.
69
Hubo un alma prodigiosa,
que pensaba y que sentía
y que lo eterno veía
con mirada portentosa:
tendió su mano afanosa;
grabó en madera... ¿Qué inventa?...
La Humanidad está atenta:
de aquel pedazo de pino
brotó, radiante y divino,
el genio audaz de la Imprenta. 
70
Y el libro entonces tiene alas
para volar más de prisa,
y nos encanta y hechiza
vestido de hermosas galas:
tiene bellezas, y dalas 
al mundo con su poder;
y ahora, volveos a ver...
Los bardos todos le cantan,
y mil estatuas levantan
al inmortal Gutenberg. 
71
Mas es en vano cantar;
es muy grande mi flaqueza
y del libro la belleza
yo no podré retratar...
Pero siento chispear
en mi cerebro algo intenso,
por lo cual conozco y pienso
y por eso al libro canto;
porque amo todo lo santo,
porque amo todo lo inmenso.
72
Un día el sol se ocultaba
entre nubes de topacio;
los confines del espacio
con sus reflejos doraba;
lo recuerdo; niño, estaba
ese cuadro contemplando...;
mi corazón palpitando
sentía, pues iba viendo
el astro que se iba hundiendo...,
la niebla que iba avanzando.
73
Era un libro en que leía,
entre algo tenue que juega,
cómo la noche se llega,
y cómo se muere el día,
cuando una vaga armonía
llegó entre el viento a mi oído;
y en vago éxtasis rendido,
cerró sus ojos mi alma,
y en una tranquila calma
yo me quede adormecido.
74
Y allá entre sueños vi yo
que un ángel bajó del cielo,
y que al descender al suelo
en la frente me besó;
después mi pecho tocó,
y allí afectos soberanos
depositó, mil arcanos
que a comprender no he llegado;
y aquel espíritu alado
puso un arpa entre mis manos.
75
Entonces yo le pedí
que en mi pecho se anidara,
que jamás me abandonara,
que estuviese junto a mí.
Mover los labios le vi
y luego me dijo: «Escucha;
entra al campo de la lucha,
pero calma tu ansia loca.
La vida es poca, muy poca,
y la desventura es mucha.
76
» ¡Ha puesto la mano mía,
para que entres en el mundo
de tu ser, en lo profundo,
el germen de la poesía!...
¡Ay de ti si llega el día
en que pierdas todo, todo!...
¡En que con terrible modo
cantes el Mal, la Mentira,
y las cuerdas de tu lira
las arrastres por el lodo!
77
» ¡Ay de ti si un eco vano,
una levísima nota,
del fondo de tu alma brota
para ensalzar al tirano!
¡Ay, si con deseo insano
se mueve tu corazón!
¡Ay, si del dardo el baldón
tú mismo, ingrato, te clavas,
y en tus acentos alabas
al monstruo de la ambición!
78
» Allí tienes campo extenso
en la gran Naturaleza,
que con hermosa riqueza
te ofrece un numen inmenso;
en grupo variado y denso,
te presenta astros, torrentes,
arbustos, aves y fuentes,
perlas, corales y espumas,
ecos, mariposas, brumas,
y albas puras y fulgentes.
79
» Mas si el imperio del Mal,
con su tremenda expresión,
atacara a la razón,
al progreso liberal...
Si con goce criminal,
lleno de hiel y de saña,
a la muchedumbre engaña,
con su misterio y su pompa,
entonces, suena la trompa
y lánzate a la campaña. »
80
Dijo el ángel, y voló,
y al cruzar por los espacios,
una lluvia de topacios
sobre el mundo derramó.
Mil sones escuché yo,
ecos lejanos y vagos
como de ondinas de lagos;
armonías melancólicas,
cual de cítaras eólicas
del céfiro a los halagos.
81
Eco dulce y misterioso
que llegaba hasta mi oído,
tan tierno como un gemido,
tan triste como un sollozo.
Yo creo que ese armonioso
conjunto de notas sumas,
resonó entre ondas y brumas,
cuando divina, hechicera,
Venus radiante saliera
del seno de las espumas.
82
Entonces de temor lleno
al cielo volví a mirar,
cuando escuché el retumbar,
en lo alto, de un ronco trueno;
vi de una nube en el seno,
un libro abierto... Leí,
y decía el libro así:
« Sigue en la vida mi lumbre,
que yo soy la eterna cumbre
y el universo está en mí. » 
83
Desde ese día, al libro amo,
y su gran poder bendigo,
y su lumbre es la que sigo,
y su imperio es el que aclamo:
allá en mis dudas le llamo,
y con su inmensa grandeza,
me muestra cómo progresa,
cómo bulle y cómo flota
la llama eterna que brota
Dios en la Naturaleza.
84
Dios, cuya luz bienhechora
palpita, refleja y arde,
en las nubes de la tarde
y en las perlas de la aurora;
en la linfa bullidora,
en la silvestre azucena,
en cada grano de arena,
en cada nota sublime,
en cada ambiente que gime,
y en cada rayo que truena.
85
Dios, que se advierte en el rubio
plumero de las espigas,
en las ásperas ortigas
y en el estival efluvio;
en las llamas del Vesubio,
en las flores purpurinas,
en las gotas opalinas,
en las rugientes cascadas,
y entre las plumas nevadas
de las gaviotas marinas.
86
Dios, que vaga en los aromas,
y que vuela en los murmullos,
y que halaga en los arrullos
de las torcaces palomas;
en el césped de las lomas,
en la claridad del día...
Dios, vida, ser, y armonía
de toda la creación.
¡Ah, no encuentra una expresión
digna de Él el arpa mía!
87
Y tú, pusiste, Señor,
para recordar tu nombre
el libro a la faz del hombre,
vestido con tu esplendor;
Hosanna  a Ti, Dios creador;
Dios sin triángulo, Dios Uno,
que no eres Siva  ni Juno; 
Dios que me gozo en amarte...,
que nunca llega a tocarte
ni a comprenderte ninguno.
88
¡Hosanna al Libro! Porque él
destruye, a la faz del siglo,
el dogma, ese gran vestiglo, 
esa torre de Babel. 
¡Hosanna al corazón fiel,
a la idea liberal,
pues en su carro triunfal
cruza ufana la razón,
tronchando, por la extensión
del mundo, el árbol del mal!...
89
¡Hosanna al Libro!... Ese ser
que muestra, con su irradiar,
la libertad de pensar,
la libertad de creer;
que canoniza a Voltaire, 
al par que al apóstol Juan, 
Vicente de Paúl,  Renán, 
y maldice en voz de vida
aquella hoguera encendida
por Domingo de Guzmán. 
90
¡Hosanna al Libro, que es luz, 
que es bien y que es redención;
que es brújula de Colón
y palabras de Jesús;
base y sostén de la cruz,
las frases de Cormenín,
acentos de Girandín,
las comedias de Moliere.
carcajadas de Voltaire,
consejos de Aimé-Martín!
91
¡Hosanna al Libro! Que el mundo
se envuelva en su luz radiante,
y él le dé fuerza constante
para su aliento fecundo!...
Que en un abismo profundo
se precipite el error,
y que del Libro al fulgor,
conozca la Humanidad
que ha de leer la verdad
en el Libro del Señor.
92
¡Hosanna al Libro! El poeta
temple su lira y le cante,
y que con él abrillante
su imaginación inquieta.
Que se convierta en profeta
y mire lo por venir,
y allá en el cielo lucir
vea del saber la estrella,
con su candorosa huella
de nácar, oro y zafir.
93
¡Hosanna al Libro!... Que aclame
el Universo su esencia,
que triunfe la inteligencia
y que en su fuego se inflame.
Que el error vencido, brame,
y se revuelque en el lodo;
y que con diverso modo
la verdad a Dios se eleve,
y el germen de vida lleve
al hombre, al átomo, a todo.
94
¡Hosanna al Libro!... Que Dios,
con su poder soberano,
le bendiga con su mano,
le alimente con su voz;
que fuego ardiente y precoz
a la iniquidad consuma,
que del no ser en la bruma,
siempre el dogma se confunda,
y que su imperio se hunda
como se pierde una espuma.
95
¡Hosanna al Libro!... Que empieza
el alba pura a lucir,
y sus flores a esparcir
su perfume y su pureza.
Cae rodando la cabeza
del monstruo del fanatismo,
que con sangriento cinismo
lleva, para hacer el mal,
por estandarte un puñal
y por capa el cristianismo. 
96
¡Juventud, que dais al viento
voces de unión y reforma,
que lleváis por sacra norma
las leyes del pensamiento!
¡Juventud, que con aliento,
en fraternal sociedad,
hoy ante la Humanidad
trabajas, luchas, combinas,
por implantar las doctrinas
de la santa Libertad!
97
¡Juventud, que al dulce beso
del arcángel de la idea,
miras que relampaguea
el Sinaí del progreso!
¡Juventud, que en justo exceso
aplicas hierro candente
al basilisco  furente 
de añeja preocupación,
se alumbra tu Septentrión, 
pues sale el sol del Poniente!... 
98
Mira; ya cunde la oleada,
el pueblo siente su empuje,
y aunque el genio del mal ruge,
ya sus rugidos son nada.
Se estremece y se anonada
al verse sin su riqueza,
sin corona en la cabeza,
al oír conciertos divinos
de modernos girondinos 
que cantan La Marsellesa.
99
Esto hace el Libro: lo grande,
lo eternal y lo sublime,
lo que a la razón redime,
lo que el sentimiento expande.
¡Oh Dios! Deja te demande
aliento de tu poder
para que en mi humilde ser
pueda la palabra eterna,
que el Universo gobierna,
en tu gran Libro leer.
100
¡Basta ya, musa querida!
¡Ya bastante me alentaste,
y unida a mi voz cantaste
la Humanidad redimida!
¡Redimida con la vida,
no con Gólgota ni Cruz,
ni martirios de Jesús...,
sino con la fuerza inmensa,
fuerza que vibra y que piensa!
¡Con el Libro, que es la Luz! 

Rubén Darío (01 de enero de 1882)

6 de febrero de 2016

A ROOSVELT (Poema de Rubén Darío)



A ROOSVELT

(Poema de Rubén Darío)


¡Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman, 
que habría que llegar hasta ti, Cazador! 
Primitivo y moderno, sencillo y complicado, 
con un algo de Washington y cuatro de Nemrod. 
Eres los Estados Unidos, 
eres el futuro invasor 
de la América ingenua que tiene sangre indígena, 
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español. 

Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza; 
eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoi. 
Y domando caballos, o asesinando tigres, 
eres un Alejandro-Nabucodonosor. 
(Eres un profesor de energía, 
como dicen los locos de hoy.) 
Crees que la vida es incendio, 
que el progreso es erupción; 
que en donde pones la bala 
el porvenir pones. 
No. 

Los Estados Unidos son potentes y grandes. 
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor 
que pasa por las vértebras enormes de los Andes. 
Si clamáis, se oye como el rugir del león. 
Ya Hugo a Grant le dijo: «Las estrellas son vuestras». 
(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol 
y la estrella chilena se levanta...) Sois ricos. 
Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón; 
y alumbrando el camino de la fácil conquista, 
la Libertad levanta su antorcha en Nueva York. 

Mas la América nuestra, que tenía poetas 
desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl, 
que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco, 
que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió; 
que consultó los astros, que conoció la Atlántida, 
cuyo nombre nos llega resonando en Platón, 
que desde los remotos momentos de su vida 
vive de luz, de fuego, de perfume, de amor, 
la América del gran Moctezuma, del Inca, 
la América fragante de Cristóbal Colón, 
la América católica, la América española, 
la América en que dijo el noble Guatemoc: 
«Yo no estoy en un lecho de rosas»; esa América 
que tiembla de huracanes y que vive de Amor, 
hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive. 
Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol. 
Tened cuidado. ¡Vive la América española! 
Hay mil cachorros sueltos del León Español. 
Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo, 
el Riflero terrible y el fuerte Cazador, 
para poder tenernos en vuestras férreas garras. 

Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!

Autor: Rubén Darío




Rubén Sada y el libro de Rubén Darío
"OBRAS COMPLETAS"

4 de septiembre de 2014

ESPÍRITU (Poema contra el materialismo, escrito por Rubén Darío a Enrique Guzmán)


ESPÍRITU

A Enrique Guzmán

¡Materialismo!... La moderna ciencia 
de su ser lo desprende, 
infundiendo pavor a la conciencia 
por doquiera se extiende...
   Se extiende, pero no llevando vida, 
que su seno está yerto; 
se extiende como la ola corrompida 
que vaga en el mar muerto.
   Es torrente de hiel que ahoga y abrasa 
a la razón humana; 
que entre los sueños de la vida pasa 
como una sombra insana.
   Deja el mar que un momento su miseria 
vuele a Dios que le atrae; 
pero al golpe infernal de la materia, 
de los cielos se cae.
   El pensamiento, eterna maravilla, 
que el alma mira absorta, 
es tundido a la llama de una hornilla, 
dentro de una retorta.
   Sentir y amar, alientos que palpitan 
en el pecho convulso, 
son dos chispas que chocan y se agitan 
al eléctrico impulso.
   ¡Comed! ¡Bebed! El cielo se derrumba, 
y tras la losa helada, 
más allá de lo oscuro de la tumba, 
sólo reina la nada.
  ¿Dios?... Ya cayó de su elevado trono; 
ya se hundió su palacio... 
Le reemplazan el ázoe y el carbono; 
el tiempo y el espacio.
   ¡Horror! ¡Horror! Avanza este torrente... 
¡Su impulso detened!... 
¡Se ahoga el alma en la atmósfera candente! 
¡Tiene sed!... ¡Tiene sed!
   Contemplad ese impulso rudo y fiero; 
apagad esa hornilla, 
o bajad a Jesús de su madero, 
y escupid su mejilla.
   Contened, por favor, la fuerza bruta 
de ese inmenso torrente, 
o a Sócrates quitadle la cicuta, 
y abofetead su frente.
   ¡Horror! ¡Horror!... El hombre exhala un grito 
al ver que Dios se esconde; 
y pregunta por él a lo infinito, 
pero éste no responde.
   Dirige al cielo su palabra fría, 
y de vigor desnudo, 
su palabra se pierde en el vacío, 
porque el cielo está mudo.
   Lleno de miedo y de dolor profundo, 
al mundo habla un instante;
pero al fijar sus ojos en el mundo, 
ve la hornilla chispeante.
   Oye el sonido que en agudo tono 
da la fragua que chilla, 
y el espíritu mira entre el carbono, 
fundiéndose en la honilla.
   ¡Mefistófeles! —grita el hombre airado. 
¡Mefistófeles cruel! 
¡Genio eterno!... Gigante dibujado 
por lírico pincel.
   Mefistófeles cruel: dime, te ruego, 
¿dónde hallo al Dios que brilla?...
Y ve una roja masa junto al fuego 
de la chispeante hornilla.
   Mefistófeles cruel: dime tú, ¿dónde 
hallo alma, hallo razón?...
Y la chispeante hornilla le responde 
con sorda confusión.
   ¡Horror! ¡Horror! ¡Avanza este torrente!... 
¡Su impulso detened!
Se ahoga el alma en su atmósfera candente... 
¡Tiene sed!... ¡Tiene sed!
   Allá viene entre nieblas dilatadas 
horrenda procesión... 
Son momias que se mueven agitadas 
en sorda confusión.
   Cantan al son del mazo que martilla 
la caída de Dios;
y en derredor de la candente hornilla 
soplan de dos en dos.
   Mefistófeles: deja tus carbones...
dame agua: tengo sed... 
Contempla cómo soplan los tizones 
las brujas de Macbet.
   ¡Tengo sed del espíritu gigante, 
Mefistófeles cruel!...
Y contempla la hornilla chispeante 
brillar delante de él.
   ¡Corre el hombre!... Por fin el cielo clama 
por la segunda vez:
¡se extiende ante su frente hermosa llama!
¡Tiembla el cielo a sus pies!
   ¡Es que Dios no ha caído! ¡Refulgente 
se mira en su palacio! 
Y es eterno, sublime, omnipotente, 
en tiempo y en espacio.
   Mira el hombre la aurora que le halaga, 
y que en el cielo brilla, 
y contempla también cómo se apaga 
el fuego de la hornilla.
   Y revestido de celestes galas, 
envuelto en luz bendita, 
el espíritu vuela con sus alas 
por la escala infinita.
   Ya hay vida en las estrellas, en los soles; 
ya se mira extendido 
entre nubes y bellos arreboles, 
progreso indefinido.
   Ya la vida del hombre no es un mito; 
no es fósforo y carbón. 
Hay un espacio espléndido, infinito... 
¡Hay alma y corazón!
   ¡Ya no se forma en hornos el talento! 
¡Ya no es débil cristal!... 
¡Ya bulle con ardor el pensamiento! 
¡Ya existe el ideal!
   Ya la ley de las almas nos gobierna; 
ya se canta victoria... 
La vida del espíritu es eterna... 
¡Hosanna!... ¡Gloria!... ¡Gloria!...

Rubén Darío (Poemas de juventud)

28 de marzo de 2013

COLOQUIO DE LOS CENTAUROS - De Rubén Darío

coloquio de los centauros, ruben dario, poesia modernista


COLOQUIO DE LOS CENTAUROS



A Paul Groussac

En la isla en que detiene su esquife el argonauta
del inmortal Ensueño, donde la eterna pauta
de las eternas liras se escucha —isla de oro
en que el tritón elige su caracol sonoro
y la sirena blanca va a ver el sol— un día
se oye el tropel vibrante de fuerza y de harmonía.

Son los Centauros. Cubren la llanura. Les siente
la montaña. De lejos, forman son de torrente
que cae; su galope al aire que reposa
despierta, y estremece la hoja del laurel-rosa.

Son los Centauros. Unos enormes, rudos; otros
alegres y saltantes como jóvenes potros;
unos con largas barbas como los padres-ríos;
otros imberbes, ágiles y de piafantes bríos,
y robustos músculos, brazos y lomos aptos
para portar las ninfas rosadas en los raptos.

Van en galope rítmico, Junto a un fresco boscaje,
frente al gran Océano, se paran. El paisaje
recibe de la urna matinal luz sagrada
que el vasto azul suaviza con límpida mirada.
Y oyen seres terrestres y habitantes marinos
la voz de los crinados cuadrúpedos divinos.


QUIRÓN

Calladas las bocinas a los tritones gratas,
calladas las sirenas de labios escarlatas,
los carrillos de Eolo desinflados, digamos
junto al laurel ilustre de florecidos ramos
la gloria inmarcesible de las Musas hermosas
y el triunfo del terrible misterio de las cosas.
He aquí que renacen los lauros milenarios;
vuelven a dar su lumbre los viejos lampadarios;
y anímase en mi cuerpo de Centauro inmortal
la sangre del celeste caballo paternal.


RETO

Arquero luminoso, desde el Zodíaco llegas;
aun presas en las crines tienes abejas griegas;
aun del dardo herakleo muestras la roja herida
por do salir no pudo la esencia de tu vida.
¡Padre y Maestro excelso! Eres la fuente sana
de la verdad que busca la triste raza humana:
aun Esculapio sigue la vena de tu ciencia;
siempre el veloz Aquiles sustenta su existencia
con el manjar salvaje que le ofreciste un día,
y Herakles, descuidando su maza, en la harmonía
de los astros, se eleva bajo el cielo nocturno...


QUIRÓN

La ciencia es flor del tiempo: mi padre fue Saturno.


ABANTES

Himnos a la sagrada Naturaleza; al vientre
de la tierra y al germen que entre las rocas y entre
las carnes de los árboles, y dentro humana forma,
es un mismo secreto y es una misma norma,
potente y sutilísimo, universal resumen
de la suprema fuerza, de la virtud del Numen.


QUIRÓN

¡Himnos! Las cosas tienen un ser vital; las cosas
tienen raros aspectos, miradas misteriosas;
toda forma es un gesto, una cifra, un enigma;
en cada átomo existe un incógnito estigma;
cada hoja de cada árbol canta un propio cantar
y hay un alma en cada una de las gotas del mar;
el vate, el sacerdote, suele oír el acento
desconocido; a veces enuncia el vago viento
un misterio; y revela una inicial la espuma
o la flor; y se escuchan palabras de la bruma;
y el hombre favorito del Numen, en la linfa
o la ráfaga encuentra mentor —demonio o ninfa.


FOLO

El biforme ixionida comprende de la altura,
por la materna gracia, la lumbre que fulgura,
la nube que se anima de luz y que decora
el pavimento en donde rige su carro Aurora,
y la banda de Iris que tiene siete rayos
cual la lira en sus brazos siete cuerdas, los mayos
en la fragante tierra llenos de ramos bellos,
y el Polo coronado de cándidos cabellos.
El ixionida pasa veloz por la montaña
rompiendo con el pecho de la maleza huraña
los erizados brazos, las cárceles hostiles;
escuchan sus orejas los ecos más sutiles:
sus ojos atraviesan las intrincadas hojas
mientras sus manos toman para sus bocas rojas
las frescas bayas altas que el sátiro codicia;
junto a la oculta fuente su mirada acaricia
las curvas de las ninfas del séquito de Diana;
pues en su cuerpo corre también la esencia humana
unida a la corriente de la savia divina
y a la salvaje sangre que hay en la bestia equina.
Tal el hijo robusto de Ixión y de la Nube.


QUIRÓN

Sus cuatro patas bajan; su testa erguida sube.


ORNEO

Yo comprendo el secreto de la bestia. Malignos
seres hay y benignos. Entre ellos se hacen signos
de bien y mal, de odio o de amor, o de pena
o gozo: el cuervo es malo y la torcaz es buena.


QUIRÓN

Ni es la torcaz benigna, ni es el cuervo protervo:
son formas del Enigma la paloma y el cuervo.


ASTILO

El Enigma es el soplo que hace cantar la lira.


NESO

¡El Enigma es el rostro fatal de Deyanira!
MI espalda aun guarda el dulce perfume de la bella;
aun mis pupilas llaman su claridad de estrella.
¡Oh aroma de su sexo! ¡O rosas y alabastros!
¡Oh envidia de las flores y celos de los astros!


QUIRÓN

Cuando del sacro abuelo la sangre luminosa
con la marina espuma formara nieve y rosa,
hecha de rosa y nieve nació la Anadiomena.
Al cielo alzó los brazos la lírica sirena,
los curvos hipocampos sobre las verdes ondas
levaron los hocicos; y caderas redondas,
tritónicas melenas y dorsos de delfines
junto a la Reina nueva se vieron. Los confines
del mar llenó el grandioso clamor; el universo
sintió que un nombre harmónico sonoro como un verso
llenaba el hondo hueco de la altura; ese nombre
hizo gemir la tierra de amor: fue para el hombre
más alto que el de Jove; y los númenes mismos
lo oyeron asombrados; los lóbregos abismos
tuvieron una gracia de luz. ¡VENUS impera!
Ella es entre las reinas celestes la primera,
pues es quien tiene el fuerte poder de la Hermosura.
¡Vaso de miel y mirra brotó de la amargura!
Ella es la más gallarda de las emperatrices;
princesa de los gérmenes, reina de las matrices,
señora de las savias y de las atracciones,
señora de los besos y de los corazones.


EURITO

¡No olvidaré los ojos radiantes de Hipodamia!


HIPEA

Yo sé de la hembra humana la original infamia.
Venus anima artera sus máquinas fatales;
tras sus radiantes ojos ríen traidores males;
de su floral perfume se exhala sutil daño;
su cráneo obscuro alberga bestialidad y engaño.
Tiene las formas puras del ánfora, y la risa
del agua que la brisa riza y el sol irisa;
mas la ponzoña ingénita su máscara pregona:
mejores son el águila, la yegua y la leona.
De su húmeda impureza brota el calor que enerva
los mismos sacros dones de la imperial Minerva;
y entre sus duros pechos, lirios del Aqueronte,
hay un olor que llena la barca de Caronte.


ODITES

Como una miel celeste hay en su lengua fina;
su piel de flor aun húmeda está de agua marina.
Yo he visto de Hipodamia la faz encantadora,
la cabellera espesa, la pierna vencedora;
ella de la hembra humana fuera ejemplar augusto;
ante su rostro olímpico no habría rostro adusto;
las Gracias junto a ella quedarían confusas,
y las ligeras Horas y las sublimes Musas
por ella detuvieran sus giros y su canto.


HIPEA

Ella la causa fuera de inenarrable espanto:
por ella el ixionida dobló su cuello fuerte.
La hembra humana es hermana del Dolor y la Muerte.


QUIRÓN

Por suma ley un día llegará el himeneo
que el soñador aguarda: Cenis será Ceneo;
claro será el origen del femenino arcano:
la Esfinge tal secreto dirá a su soberano.


CLITO

Naturaleza tiende sus brazos y sus pechos
a los humanos seres; la clave de los hechos
conócela el vidente; Homero con su báculo,
en su gruta Deifobe, la lengua del Oráculo.


CAUMANTES

El monstruo expresa un ansia del corazón del Orbe,
en el Centauro el bruto la vida humana absorbe,
el sátiro es la selva sagrada y la lujuria,
une sexuales ímpetus a la harmoniosa furia.
Pan junta la soberbia de la montaña agreste
al ritmo de la inmensa mecánica celeste;
la boca melodiosa que atrae en Sirenusa
es de la fiera alada y es de la suave musa;
con la bicorne bestia Pasifae se ayunta,
Naturaleza sabia formas diversas junta,
y cuando tiende al hombre la gran Naturaleza,
el monstruo, siendo el símbolo, se viste de belleza.


GRINEO

Yo amo lo inanimado que amó el divino Hesiodo.


QUIRÓN

Grineo, sobre el mundo tiene un ánima todo.


GRINEO

He visto, entonces, raros ojos fijos en mí:
los vivos ojos rojos del alma del rubí;
los ojos luminosos del alma del topacio
y los de la esmeralda que del azul espacio
la maravilla imitan; los ojos de las gemas
de brillos peregrinos y mágicos emblemas.
Amo el granito duro que el arquitecto labra
y el mármol en que duermen la línea y la palabra...


QUIRÓN

A Deucalión y a Pirra, varones y mujeres
las piedras aun intactas dijeron: "¿Qué nos quieres?"


LÍCIDAS

Yo he visto los lemures florar, en los nocturnos
instantes, cuando escuchan los bosques taciturnos
el loco grito de Atis que su dolor revela
o la maravillosa canción de Filomela.
El galope apresuro, si en el boscaje miro
manes que pasan, y oigo su fúnebre suspiro.
Pues de la Muerte el hondo, desconocido Imperio,
guarda el pavor sagrado de su fatal misterio.


ARNEO

La Muerte es de la Vida la inseparable hermana.


QUIRÓN

La Muerte es la victoria de la progenie humana.


MEDÓN

¡La Muerte! Yo la he visto. No es demacrada y mustia
ni ase corva guadaña, ni tiene faz de angustia.
Es semejante a Diana, casta y virgen como ella;
en su rostro hay la gracia de la núbil doncella
y lleva una guirnalda de rosas siderales.
En su siniestra tiene verdes palmas triunfales,
y en su diestra una copa con agua del olvido.
A sus pies, como un perro, yace un amor dormido.


AMICO

Los mismos dioses buscan la dulce paz que vierte.


QUIRÓN

La pena de los dioses es no alcanzar la Muerte.


EURITO

Si el hombre —Prometeo— pudo robar la vida,
la clave de la muerte serále concedida.


QUIRÓN

La virgen de las vírgenes es inviolable y pura.
Nadie su casto cuerpo tendrá en la alcoba obscura,
ni beberá en sus labios el grito de la victoria,
ni arrancará a su frente las rosas de su gloria...


          *           *           *

Mas he aquí que Apolo se acerca al meridiano.
Sus truenos prolongados repite el Oceano.
Bajo el dorado carro del reluciente Apolo
vuelve a inflar sus carrillos y sus odres Eolo.
A lo lejos, un templo de mármol se divisa
entre laureles-rosa que hace cantar la brisa.
Con sus vibrantes notas de Céfiro desgarra
la veste transparente la helénica cigarra,
y por el llano extenso van en tropel sonoro
los Centauros, y al paso, tiembla la Isla de Oro.

Autor: Rubén Darío - Prosas Profanas - 1896

Con tu visita yo vibro./ Tu regalo apreciaré,/y te obsequiaré mi libro/ si me invitas un café.

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