Se trata realmente de un poema colosal, de altísimo y comprensivo pensamiento; de un proceso histórico-literario sin ejemplo, para hundir al personaje que aspira, entre catástrofes y sangre, al dominio del mundo; de una serie de inculpaciones, de invectivas aceradas y terribles, de flagelaciones implacables, que al enrostrar en cada canto crímenes extraordinarios de lesa humanidad, cae sobre el gran culpable el castigo condigno, lógicamente, proporcionado, como el estigma de los siglos, como una lápida enorme, ilevantable.
Suscita tanta más extrañeza esta creación genial de Almafuerte, cuanto que su inspiración 'no nace del dolor propio, ni de su pueblo — pues escribe desde un país que se encuentra a tres mil leguas de los acontecimientos trágicos; abstraído de ellos por una ingeniosa, menguada y lucrativa neutralidad, — sino que nace de principios de moral, de justicia y de humanidad, que los ve naufragar entre horrores, entre vilezas, entre olas de sangre y de lodo. Esta gallarda actitud de Almafuerte desafina en la misión vergonzosa de la literatura refinada, ditirámbica[4] y laudatoria, que florece con frecuencia a la sombra de los césares, de los conquistadores, de los grandes tiranos, que conturban y subyugan al mundo. Desde Sesostris[5], Alejandro[6], César Augusto[7], Luis XIV[8] y Napoleón[9]; desde Tamerlán[10], Atila[11], Nerón[12] y Claudio[13], Felipe II[14] e Iván el Terrible[15], Luis XI[16], Abdul-Hamid[17], Francia y Rosas[18]. — todos esos personajes deformes han contado con la aducción[19] de contados Juvenales[20], Víctor Hugos[21], Dantes[22] y Carducéis.[24]
Almafuerte empieza por desalojar al kaiser del trono de nubes y de omnisciencia levantado hasta el Olimpo por el candor de los extraños y por la adulación cesárea.
Fuera de la tragedia contemporánea, no encontrando en todas sus manifestaciones mentales y aficiones oratorias, musicales, filosóficas, escultóricas, rituales, pictóricas, arqueológicas y poéticas, más que lugares comunes, vanidades amenazantes, como "la pólvora seca", "la espada afilada de mis antepasados"' y algunas trivialidades estentóreas[28], aclamadas por la claque[29] militarista, —principia el poema por llamarle "mentecato", "amoral", "bilioso", "mediocre", "medio histrión"[30], "medio chacal" (por su predilección al terrorismo pretoriano), con "necios cascabeles" y "místicos remiendos", que lo magnificaron a su "inflada medianía", a su "'enorme fatuidad".
En apoyo o disculpa de esta humanización del personaje, basta recordar la teatralidad del kaiser en todo; sus 200 trajes pintorescos, su mínimum de diez cambios diarios de uniformes, su manía ambulatoria, de hablar, de entrometimiento en todo, hasta en representaciones teatrales, en la fábrica Krupp[31] y en ganancias sórdidas de estanco.
El poeta responsabiliza al kaiser de todos los atentados, porque en su omnipotencia cesarista, no los ha impedido, ni castigado, sino estimulado con odios y premios que extravían el carácter y pervierten la moral.
Palacios, con su espíritu generoso y analítico de Germania, abstrae un tanto de los "desplantes" grotescos del kaiser a "los jóvenes artistas de Alemania", reconociéndoles ''prodigios del ingenio, grave y hondo, noble y fuerte''; ''pueblo manso, que a virtud del cientifismo más brutal que los azotes", lo ha "hundido en el abyecto gran trajín de los insectos laboriosos", de "helado mecanismo", con "disciplina de colmena", "encasillada", "sin historia", "mecánica", "de resortes aceitados", de "inconscientes", "donde todos son felices", "porque nadie es personal"; "democracia subalterna", inalterable, donde la omnipotencia imperial "la somete" a las "liturgias de la higiene", o la "conduce al asalto en batallones", como en plena servidumbre romana, de los emperadores más torpes, más crueles y más locos.
Alguien reprocha al poema de Almafuerte excesivo rigor y crueldad en las flagelaciones implacables de cada canto, sobre todo en el coronamiento aplastador del último verso de los procesos parciales; en las síntesis brillantes de una versificación de oro; en los contrastes despiadados del valor sublime de las enfermeras y de Miss Cavell, entre los escombros y horrores de los campos de batalla, y la avilantez[32] fugitiva del divino kaiser; a quien no ha rozado todavía una sola bala en su fastuosa carrera a la cumbre del cesarismo, que la consiente su nación universitaria arrodillada; entre las mujeres violadas y masacradas y la marina de guerra, embotellada bochornosamente, sin más rayo heroico que los hundidos cerca de Malvinas, aunque empañados por la falta de humanidad en Coronel; en aquellas conclusiones magistrales, al terminar el cuadro de los estragos de la guerra: "¡sin honor la humanidad!"; el final de la matanza de niños belgas: "padre triste, padre lleno de vergüenza"; al juzgar la comunidad del kaiser con Dios: "Charlatán"; al compararlo con los Atilas y Alaricos[33]: "por jactancia, por barbarie enardecida, por llenar de espanto al mundo, por maldad"; en la sentencia dantesca: "para ti la Eternidad", "vida eterna, fuego eterno, sin Plutarcos[34], sin si quiera la sonrisa de Caín el fratricida: dolor pleno, dolor sumo, dolor puro por los siglos de los siglos; y en aquella angustia eterna, tú y Satán".
¿Hay en este poema grandiosas calumnias, exceso de invectivas [35], de cargos deshonrosos y aplastadores, falta de proporción y de equidad entre la delincuencia y el castigo? Se trata, dice el poeta, de "la serie larga y negra de tus crímenes horrendos". ¿Hay en ello calumnia? Reflexionemos sobre el atentado sin nombre contra Bélgica y las crueldades inauditas perpetradas allá; sobre el naufragio del derecho internacional, violando las leyes de la guerra, envenenando el aire, bombardeando poblaciones indefensas y abiertas, asesinando masas de mujeres, ancianos y niños con ataques alevosos, estilo Lusitania (glorificado hasta en las escuelas germanas), Ancona, Arabic, etc.; los tratados, base de la comunidad de las naciones, convertidos en simples "tiras de papel", para la insolencia de las invasiones vandálicas imperialistas; la ciencia, puesta al servicio de la destrucción y de la muerte, en formas condenadas por la moral y la tradición; la moralidad, pervertida por la astucia y el espionaje sin escrúpulos, que relaja todos los vínculos más respetables, en obsequio servil de un predominio criminal; los implacables fusilamientos de mujeres, por faltas leves; las rapacidades y los incendios; la extrema brutalidad en los combates y un odio feroz de pueblo a pueblo, como el proclamado y aun premiado, contra Inglaterra, contra Rusia, contra Servia y contra Italia. Todas estas enormidades, que desconciertan y horrorizan, han sido desatadas sobre el mundo por la guerra de imperialismo conquistador provocada por Guillermo II. No se necesita ser germanófobo para encontrar entre las condenas de Almafuerte y esos atentados, la primordial base del derecho represivo: la proporcionalidad, prescindiendo, naturalmente, de la eficacia de los castigos de la imaginación de los poetas.
El poema ''Apóstrofe" de Palacios resplandece en las cumbres del arte literario; no morirá; para encontrarle parangón, hay que elevarse hasta la '' Divina Comedia"; y constituye un timbre de gloria para su autor, para su carácter y para su moral humanitaria. Muy pronto lo harán circular por el mundo los tipos de Gutenberg, en los idiomas de Cervantes, de Shakespeare, de Voltaire y de Alighieri, perpetuando en las edades más remotas la protesta sublime y valiente del Nuevo Mundo, contra el genio de destrucción que enluta a la humanidad.