8 de diciembre de 2019

ALÍ (ORIENTAL) POR RUBÉN DARÍO, HISTORIA DE LAS MIL Y UNA NOCHES

ALÍ

ORIENTAL

Al doctor Jerónimo Ramírez
Amigo mío:
A usted que tanto gusta de las cosas del misterioso Oriente; amigo de todo lo lujoso e imaginativo; a usted que tanto se engríe saboreando ese estilo mitad perlas, mitad mieles y flores, de las leyendas del Maestro Zorrilla; a usted mi querido doctor que es tan benevolente con todo lo que sale de mi pobre pluma, dedico este poemita. Ya recordará usted cuando me indicó que escribiese algo como lo presente. Ahí va, pues. Siento que no haya resultado como yo quisiera, pero desgraciadamente, no he podido encontrar en ninguna parte el haschis de Tkéophile Gautier. ¡Qué vamos a hacer!
Suyo siempre.
RUBÉN

#
— Rawí de la guzla de oro,
al son de tu suave rima,
cuenta a la hermosa Zelima
alguna historia de amor;
y el eco blando y sonoro
con su dulce resonancia,
hoy recoja de esta estancia
el viento murmurador.
#
Tocó el cantor las clavijas
del sonoroso instrumento;
y recogió el vago viento
las palabras del Rawí.
En él las miradas fijas
que ya su voz se levanta;
oídos atentos, que canta
la historia del negro Alí.
I
Fue linda la mora Zela:
no hay como ella otra hoy en día,
por su airosa bizarría
por su andar de gacela;
un pimpollo de canela
fue su breve, húmeda boca;
su mirada ardiente y loca
llegaba hasta el corazón:
pudo enamorar a un león
y conmover a una roca.
II
¡Qué color tan sin rival!
¡Qué bello rostro de hurí!
La tez limpia de alhelí
con un tinte de coral;
¡qué mora tan celestial!
Sus sonrisas, ¡qué hechiceras!
Se vía tras las ligeras
gasas de su vestidura,
lo leve de su cintura,
lo lleno de sus caderas.
III
Los rizos crespos y oscuros
de su abundoso cabello
se derraman por su cuello
mal prendidos, mal seguros;
manojo de lirios puros
es su mano tersa y breve:
si para cortar la mueve
las flores de sus jardines,
afrenta es de los jazmines
por su blancura de nieve.
IV
Su hermoso traje de seda
que el céfiro va a plegar,
deja sólo adivinar
lo que a la vista se veda;
y para que verse pueda
tanto hechizo soberano,
ha dicho un alfakí anciano
que es necesario morir,
y ser justo, y luego ir
al paraíso mahometano.
V
El alcázar en que mora
la bella ninfa oriental,
es alcázar sin igual
por lo mucho que atesora;
y cuando el cielo colora
el sol claro en mil reflejos,
se ven brillar desde lejos
en los muros, incrustados,
los arabescos dorados
y bruñidos como espejos.
VI
De las ventanas descienden
enredaderas vistosas
que en cadenas primorosas
en el aire se desprenden;
y ya de noche, se encienden
mil luces de mil colores
que con tibios resplandores
descompónense en cristales,
y en apacibles raudales
inundan rejas y flores.
VII
Alí es el etíope bello;
negro hermoso, alto y fornido;
de ojo brillante, encendido,
y de encrespado cabello;
sobre la faz lleva el sello
de un vigor que no se doma;
según el rumbo que toma,
él es en su alma altanera
feroz como una pantera,
tierno como una paloma.
VIII
Y así es bravo en campo abierto,
y no hay quien con él resista
cuando huyen ante su vista
los beduinos del desierto;
cuando de sudor cubierto
pelea con furia y tino;
y no hay cuello de beduino
que a sus alcances se allegue,
que no lo humille o lo siegue
con su alfanje damasquino.
IX
Y manso es ante los ojos
de Zela, su hermosa amada,
esclavo de su mirada,
cumplidor de sus antojos;
a sus más leves enojos
tiembla, se estremece y llora;
si de rodillas implora
cuando teme algún reproche,
es el genio de la noche
de hinojos ante la aurora.
X
Del amor esclavo es él;
él, que no tiene rival
en dar la muerte a un chacal,
o en domeñar un corcel.
Con el enemigo, cruel;
en la lucha, vencedor,
altivo, fuerte, señor,
de orgullo nunca abatido,
tiene el pecho mal herido
por el dardo del amor.
XI
Zela por su parte, en sí
tierna, pura, soñadora,
lo que en su alma siente ignora,
desde que vio al negro Alí;
siente la cándida hurí
un continuo suspirar;
siente que quiere llorar
si el etíope está ausente;
siente… muchas cosas siente
que no las puede explicar.
XII
Cuando en las noches de luna
preludia Alí alguna queja
junto a la calada reja
de la graciosa moruna,
ella ansia y valor aduna,
desciende hasta su vergel,
y allí está con el doncel,
trocándose en esas horas
palabras halagadoras
y dulces besos de miel.
XIII
El viejo padre de Zela
no ve la llama encendida
y así se pasa la vida
sin temor y sin cautela;
jamás una noche en vela
temeroso se pasó;
porque ¿quién fue aquel que osó
arrugarle el sobrecejo,
si cruel como ese viejo
ningún Bajá se miró?
XIV
Rico, orgulloso, temible,
esclavos tiene a millares,
y corre la sangre a mares
por su cólera terrible;
suerte espantosa y horrible
la de los siervos que ven
a su hija, su mayor bien,
que por ver a una belleza,
a los que alcen la cabeza
se les cortará a cercén.
XV
Es de noche. Manso y lento
céfiro las ramas mueve,
y sobre los campos llueve
fulgores el firmamento;
sutil y aromado el viento
en los jardines se cuela;
la luna plácida riela
y se ve a su luz de plata
que Alí llega y se recata
en los vergeles de Zela.
XVI
Muestra en su rostro alterado
que lo agita la impaciencia;
y espera, con la vehemencia
de su pecho apasionado;
en los pliegues embozado
de su rico traje moro,
bajo un alto sicomoro
aguarda a su bien querido,
que llega, lanza un gemido,
y da treguas a su lloro.
XVII
—¡Por fin nuestro amor concluye!
—dijo Zela— . Ya lo sabe
mi padre; y antes que acabe
contigo, Alí, presto le huye.
—¿Yo huir? —el negro arguye
—¿Yo estar, mi Zela, sin verte?
Ya que lo quiere la suerte
y mi estrella me amilana,
veré a tu padre mañana
y ante él me daré la muerte.
XVIII
Pero si tú, Zela mía,
a tu Alí no eres infiel,
las ancas de mi corcel
y mi alfanje y mi gumía;
mis joyas y pedrería
y el corazón que te he dado;
mi valor nunca domado
y otras prendas que no digo,
listos están: ven conmigo
del desierto al otro lado.
XIX
Desde aquí mi potro avisto,
bruto ligero y sin tacha
que por su brío y su facha
ninguno como él se ha visto:
brioso, rápido y listo
para surcar el desierto,
verás de sudor cubierto
su ijar, su boca de espuma,
mas lo mirarás, en suma,
antes que cansado, muerto.
XX
Ven conmigo, bella flor,
vente conmigo a gozar;
mil prendas te voy a dar
como te he dado mi amor—.
Y cargando con vigor
la niña, salió en efeto
del jardín, y a un vericueto
se dirigió, do tenía
el corcel que ya quería
correr afanoso, inquieto.
XXI
Potro de negro color,
nariz ancha, fino cabo,
crespa crin, tendido rabo,
cuello fino, ojo avizor;
enjaezado con primor,
de Alí corcel de combate,
nunca el cansancio lo abate
y casi no imprime el callo,
cuando se siente el caballo
herido del acicate.
XXII
En ése va el africano
por el desierto con Zela;
va el corcel como que vuela
para un país muy lejano;
y siguen al negro ufano,
con paso tardo, distantes,
los camellos y elefantes
do puso riquezas mil
en perlas, oro y marfil,
y rubíes y diamantes.
XXIII
Que corra en el arenal
Alí en su potro que vuela,
mientras que el padre de Zela
blandiendo agudo puñal,
en su alcázar señorial
corre, a su hija llama, y grita
con amargura infinita,
y rabia con ansia fiera
como una herida pantera
que entre los bosques se irrita.
XXIV
—¡Zela! —ruge el viejo airado
por todas partes, y junta
a sus siervos, y pregunta
por ella encolerizado.
Nadie responde; agitado
y feroz como un león,
en su loca confusión
no hay ser humano que mire,
que ante sus plantas no expire
destrozado el corazón.
XXV
Ya cansado de matar
el anciano en sangre tinto,
dioles rumbo muy distinto
a su sentir y pensar.
—Corred —dijo— a preparar
el corcel más corredor,
que me han robado mi amor
y quiero ir en busca de él;
ligero, traed el corcel,
que me ahogo de furor—.
XXVI
Ya corre el viejo Bajá
por el desierto también;
corre en busca de su bien,
pero su mal hallará;
hiriendo al caballo va
con locura, desalado;
cuando corre, acompasado
el animal, se va oyendo
que en el estribo va haciendo
ruido el alfanje encorvado.
XXVII
Del desierto el fuego es poco
para el que lleva en el pecho
en crueles llamas deshecho
y entre su cerebro loco.
Es su corazón un foco
de odio y de terrible afán;
y mil conmociones van
más ira a dar; se suceden
como aquellas que preceden
a la erupción de un volcán.
XXVIII
Castiga a más no poder
el Bajá al corcel ligero,
y el caballo loco y fiero
corriendo a todo correr,
no se pudiera tener
en la comenzada senda:
la arena que alza le venda,
el caballero le hostiga,
el acicate le obliga,
y no le ataja la rienda.
XXIX
¿Habéis visto rauda flecha
que del arco se dispara,
cómo va con fuerza rara
rompiendo en el aire brecha?
¿Al ave visteis que se echa
a volar y el ala arruga
veloz y al viento subyuga?
Pues tal corre el Bajá y gira,
como flecha que se tira,
o como pájaro en fuga.
XXX
Adrede soltó la brida
el anciano caballero,
que así el paso es más certero
y más veloz la corrida;
va con el alma encendida
de un raptor infame en pos;
y a trechos le ruega a Dios;
y cuando ve al firmamento,
se le mira por el viento
la barba partida en dos.
XXXI
Barba que el viento desata
luenga y limpia, se asemeja
a retorcida madeja
de hilos brillantes de plata;
por el pecho se dilata,
y el viejo de faz escueta
cuando la ira no sujeta,
brusco, feroz y zahareño,
tiene la face y el ceño
de un irritado profeta.
XXXII
Ya más en correr se afana,
su potro va más de prisa,
cuando a lo lejos divisa
del negro la caravana;
el viejo de barba cana
ya se ha acercado hasta ella;
ya pregunta por la bella
y dice un siervo arrogante:
—No prosigáis adelante
que AIí va con la doncella—.
XXXIII
El Bajá fuera de sí
vuelve a emprender la carrera,
y ruge como una fiera
entre prisiones: — ¡Alí!—
Y requiriendo el tahalí
diciendo con furia va:
—Grande y poderoso Alá,
si mi deshonra no vengo,
quítame el alma que tengo—.
Y sollozaba el Bajá.
XXXIV
Mientras tanto en su corcel
Alí camina adelante,
y Zela amada y amante
feliz se siente con él;
júranse ambos pasión fiel
en extático embeleso;
del cariño al dulce peso
se deleitan, se confunden,
y una misma alma se infunden
con el aroma de un beso.
XXXV
Débil, el brioso corcel
cayó en tierra; y el anciano
alzó la trémula mano
frente a Alí; la mora, fiel
a su amado, está con él
y sollozando se agita;
y el viejo caído grita
en la arena, con dolor:
— ¡Maldito sea el raptor;
la hija pérfida, maldita!—
XXXVI
Y ya sin poder hablar
dobló los flacos hinojos;
tendido, cerró los ojos
y cesó de respirar;
con Zela Alí tornó a andar,
y quedó el anciano yerto,
y el caballo casi muerto,
débil, herido, cansado,
y con el cuello estirado
relinchando en el desierto.
XXXVII
Cuando la noche tendía
su velo oscuro en el cielo,
denso y misterioso velo
que infunde melancolía,
por la arena se veía
con extraña confusión
medio enterrado montón
en el desierto lejano:
era el cuerpo del anciano
y el cadáver del bridón.
XXXVIII
Entre la neblina oscura
del horizonte, surgió
la luna y presto brilló
su lumbre cándida y pura;
de aquel astro que fulgura
se ve al rayo temblador,
cual miraje halagador,
del grande arenal a un lado,
el palmeral apiñado
de un oasis encantador.
XXXIX
Domeñó Alí con la rienda
al bruto noble y ligero,
y caballo y caballero
tomaron la ansiada senda
del oasis. La hermosa tienda
los esclavos levantaron;
sedas áureas se ostentaron;
pieles ricas, blancas, tersas;
y sobre alcatifas persas
Zela y Alí se sentaron.
XL
—Alí, no sé lo que siento:
ha huido de mí la calma
y llevo dentro del alma
agudo remordimiento.
De mi padre el juramento,
la maldición llevo en pos. . .
y es maldición que a los dos
quizá el pecho nos taladre:
que la maldición de un padre
desata la ira de Dios.
XLI
¡Y todo porque te adoro,
y amarte juró mi labio!
Pero Alá es justo, Alá es sabio,
y él verá mi triste lloro;
yo su clemencia hoy imploro
con mi dolor infinito;
y él oirá mi amargo grito
y aliviará mi tristeza…
—Alí alzando la cabeza,
le respondió: —¡Estaba escrito!—
XLII
Acercóse Zela a Alí
y en él apoyó la frente
y Alí diole un beso ardiente
en los labios de rubí;
pasó de la bella hurí
por la cabeza la mano,
y al contacto soberano
de dos almas de amor llenas. . .
sintió inflamarse en las venas
su sangre el bello africano.
XLIII
Zela ahogando su dolor
sintió palpitar su pecho;
y junto aquel muelle lecho
llegar sentía el amor;
estremecida de ardor
iba en transportes divinos
a soñar… cuando ¡oh destinos!
los siervos gritos lanzaron
que en el aire resonaron
espantosos: —¡Los beduinos!—
XLIV
Salta Alí con loco afán
cual furioso tigre hircano,
llevando en la diestra mano
relumbroso yatagán;
¡vano empeño! que allí están
con el semblante altanero
los beduinos. Con certero
tino lo dejan burlado,
y lo escarnecen atado
como esclavo prisionero.
XLV
—Por fin caíste hoy aquí,
león soberbio, en nuestras garras.
—Bajo nuestras cimitarras
está el orgulloso Alí.
—Rico botín tengo allí—
dice un fiero musulmán
a los que oyéndole están,
y a Zela hermosa mostrando—
muy presto irá caminando
para el harén del sultán.. .
XLVI
Al fulgurar los primeros
rayos del sol diamantinos,
caminaban los beduinos
llevando dos prisioneros;
hoscos, burlones y fieros
les predicen pena y mal.
Quedan en el arenal
tienda y haber hechos trizas,
convirtiéndose en cenizas
debajo del palmeral.

—Rawí de la guzla de oro
—llora la hermosa Zelima—.
Prosigue al són de tu rima
la amarga historia de amor— .
Enjugó Zelima el lloro,
volvió a sonar el acento,
y al són del suave instrumento
así prosiguió el cantor:
XLVII
Pasaron días. ¿Dó están
los prisioneros cuitados?
Ambos fueron entregados
al capricho del Sultán;
no valió ruego ni afán;
Alí ha perdido su bien:
que quiso tornarlos quien
reinaba en tierra morisca,
por hermosa a ella, odalisca;
y a él, eunuco del harén.
XLVIll
¡Gran profeta! Sabio Alá,
que eternamente has vivido;
que conoces lo que ha sido,
lo que es, y lo que será:
la maldición del Bajá
fue causa del cruel dolor;
porque escrito está, Señor,
que si maldice el anciano,
cuando levanta la mano
lanza el rayo vengador.
XLIX
Un día, el harén se agita
en fiestas en zambra y ruido;
es que el Sultán ha elegido
a Zela, su favorita.
Ella con pena infinita
da gemidos lastimeros,
mientras al són de panderos
y guzlas, alegres danzan
cien mujeres que se lanzan
en torbellinos ligeros.
L
¡Qué de perlas! ¡Qué de flores!
¡Qué de hermosas alcatifas
envidia de cien califas!
¡Y qué de ricos olores
saltando de surtidores
como lluvia de diamantes,
y en aljófares brillantes
de las esclavas regando
ya el cabello negro y blando,
ya los senos palpitantes!
LI
En el centro de la estancia
reclinado en un diván,
escucha el joven Sultán
la armoniosa resonancia;
siente la dulce fragancia
del aroma excitador;
y mira a su alrededor
el enjambre que se agita;
y a la hermosa favorita
por quien se muere de amor.
LII
Zela que sufriendo está
el más amargo suplicio;
Zela que irá al sacrificio
y la víctima será;
Zela que no volverá
a ver al cuitado Alí;
y lleva dentro de sí
un herida sanguinosa,
pues ya es del Sultán esposa
la dulce y cándida hurí.
LIII
Calla la música. Zela
junto a su dueño orgulloso,
ahoga el llanto, sin reposo,
por temor y por cautela;
en su semblante revela
la honda pena y crudo afán
que en su alma creciendo están;
y de horror casi está loca
cuando se junta su boca
con la boca del Sultán.
LIV
A una señal del señor
las esclavas se levantan,
como las aves se espantan
al tiro del cazador;
Zela muerta de dolor
queda sola con su dueño,
que halagador y risueño
la besa voluptuoso,
y le destrenza el hermoso
cabello oscuro y sedeño.
LV
Pero al llevar hacia sí
su tesoro, al frente mira
y se yergue ardiendo en ira
y con loco frenesí. . .
Zela grita loca: — ¡Alí!—
aterrada y vergonzosa:
salta del diván la hermosa;
y al verla en otros regazos,
Alí se cruza de brazos
con una risa monstruosa.
LVI
Flaco, la frente arrugada,
la mano huesosa y dura,
la crespa melena oscura
crecida y alborotada,
y con la vista extraviada,
el negro Alí se reía;
pena y salvaje alegría
en su mirada se ven
y el eunuco del harén
blande acerada gumía.
LVII
—Oye, amo, yo soy Alí
y ésa es Zela; tú el que ordenas;
tú la sangre de mis venas
me has arrebatado… sí.
¿Escuchas? Pues tengo aquí
en este acero tu vida;
yo, la planta destruida;
yo, el que lo ha perdido todo;
yo el miserable, yo el lodo,
yo la simiente podrida.
LVIII
Zela era mi amor; yo el de ella.
Ahora, ella alta, yo vil;
imagínate un reptil
que habla de amor a una estrella.. .
Hay un monstruo y una bella.. .
y ese monstruo tiene ardor…
y es un eunuco ¡oh dolor!. . .
Mi amada en regazo ajeno:
yo me revuelco en el cieno,
y tú… ¡tú eres el señor!
LIX
Y mientras tú, satisfecho
besas a mi ángel, yo estoy
al meditar lo que soy
en rabia y dolor deshecho;
sangran mis uñas, mi pecho,
tiemblan mis carnes; y siento
que se me infunde un aliento
de mal, de horrible venganza:
ya que mi brazo te alcanza
voy a vengar mi tormento.
LX
Zela, no quiero mirarte
que el mirarte es un martirio;
tu amor es vano delirio
cuando ya no puedo amarte;
pero no quiero dejarte
en otros brazos, paloma.
Tú, monarca altivo, ¡toma!
—dijo al tiempo que lo hería—
cierre la puerta este día
del paraíso Mahoma—.
LXI
Después, en el blanco seno
de la mora el arma hundió;
y ella al morir pronunció
el nombre del agareno;
él de ansias y ardores lleno
besó aquella boca yerta;
hirióse el pecho; la abierta
herida sangró; y lo horrible,
miró la boda terrible
de un eunuco y una muerta.
LXII
Cuando los visires fueron
al espantoso recinto,
aquel cuadro en sangre tinto
en medio la estancia vieron:
del luto se revistieron;
rogaron al santo Alá;
y la conclusión está
aquí de esta historia larga,
que hizo luctuosa y amarga
la maldición del Bajá.
#
—Rawí de la guzla de oro
—dice la hermosa Zelima—,
que tu suave y dulce rima
lleva fuego al corazón;
y que si de su tesoro
alguna joya te halaga,
ella te la brinda en paga
de tu divina canción.
#
—Guarde la hermosa Zelima
sus joyas y sus joyeles;
no son ésos los laureles
que ambiciona este Rawí;
son de más valor y estima
sus miradas; y mi gloria,
que conserve en su memoria
la historia del negro Alí.
RUBÉN DARÍO {Año 1885}

3 de diciembre de 2019

ABRAZOS


ABRAZOS

Sentir por ella este amor
me hace volar por los aires,
cuando siento sus donaires
en la piel de mi dolor.
Pero un tenue resplandor
me cura de toda herida,
cada vez que bienvenida
se entrega suave en mis brazos,
la recibo con abrazos…
¡Acércate más, mi vida!
© Rubén Sada. 19-11-2019

TE VEO

Delia Arjona y Rubén Sada

TE VEO

Te veo en el mar en calma,
te veo en mi cielo azul,
en tardes que como un tul
se descuelgan en mi alma.
En cada verso que empalma
siento tu piel y tu olor,
tu perfume en cada flor
y en cada ave y su gorjeo,
entiende, amor, que te veo
en todo mi derredor.
No alcanza el cenit la altura
comparado a tu grandeza,
ni la luna y su belleza
a reflejar tu hermosura.
Es tu beso de agua pura
más grande que el ecuador,
más volcánico tu amor
que el Bombalai de Borneo,
entiende amor que te veo
en todo mi derredor.
¡Mi abeja reina nupcial,
haces que mis alas mueva
con dulzura que se abreva,
en un cósmico panal!
En agite colosal
polinizaré tu flor,
con besos de picaflor
tu néctar caerá en goteo,
entiende amor que te veo
en todo mi derredor.
© Rubén Sada. 29/11/2019.

ESPINELA A LORENZO OSCAR MACHO


ESPINELA A

LORENZO OSCAR MACHO

Para el amigo Oscar Macho 
quien nos dio la bienvenida,
con una actuación fluida,
esta espinela despacho.
Baila con piel de muchacho
y recita de memoria,
contagia alegría, euforia,
y transporta en su maleta
la musa de un gran poeta
de experiencia y trayectoria.

BERNAL (Autor: Juan Arrestía, de su libro “Por esas calles de Quilmes”)

BERNAL

I
De la estación de Bernal
hasta la calle Belgrano
si habremos andado, hermano,
cuando aún estaba el Ideal.
Viejo y querido Bernal
de una época de oro,
hoy como muchos añoro
tu romántico pasado,
que aunque lejos ha quedado
dentro del alma atesoro.
II
Moderna edificación
y suntuosas galerías
matan la policromía
de esa lejana visión.
Cuando el timbre la función
del viejo cine anunciaba
y el taconear se escuchaba
del pintudo Robertino
que con el tango argentino
por esos tiempos tallaba.
III
Cuando allá en los Papeleros
bailaba el Chino Fatiga
luciendo como una espiga
su estampa de milonguero.
Allí se jugaba entero
su amor por el dos por cuatro
mientras la Tita Galatro
representaba a Bernal,
allá en Radio Nacional
y también por los teatros.
IV
Honor y Patria ¡Salud!
Mi viejo cuadro glorioso
que nos llenaste de gozo
allá por la juventud.
Fuiste acá en la zona sud
representante cabal
de esa hinchada que en Bernal
vitoreaba tus colores
¡viejo club de mis amores!
Has sido, y sos inmortal.
V
Agustín Bardi ¡Salute!
Viejo y querido maestro
que enalteciste lo nuestro
con tus tangos bien debute.
Hasta los mismos franchutes
en París, su capital,
aún bailan lo que en Bernal
por vos un día nacieran
tangos de estirpe orillera
pero de garra inmortal.
VI
Tino Tori ¡gracias Tino!
Por aquellas carcajadas
que con tu fina humorada
sembraste por el camino.
Fuiste del teatro argentino
genuino representante
mientras Guido, el gran cantante
de hermosa y lírica voz
triunfaba llevando en pos
a Bernal siempre adelante.
VII
Viejo Marcelo Ruggero,
los tanos que interpretaste
en el alma los dejaste
de todo un país entero.
Gracias Marcelo Ruggero,
artista dúctil, cabal,
también fuiste de Bernal
aunque en Don Bosco vivías,
sé que por esto sentías
un cariño sin igual.
VIII
Vieja barriada escuchame:
no creas que me olvidé
si es que aún no te nombré
te lo ruego, perdoname.
Esquinas de Villa Crámer
que ayer nos vieron pasar
cuando íbamos a bailar
al Giusepe Verdi aquel
donde tocaba Berté
y Rosi y Bianchi a la par.
IX
Cuando en la puerta parados
del viejo café Regina
veíamos pasar las minas
de la Fábrica de Hilados.
Muchos años han pasado
pero aún me parece ver
a José Cheli caer
con su fuelle y con presteza
darle al tango sin pereza
hasta el otro amanecer.
X
Cuando frente a la estación
la estatua de Mitre estaba
y en el café se escuchaban
las quejas del bandoneón.
Tocadas con emoción
por Acosta y por José
también Chochi dos por tres
con su guitarra caía
y entre los tres componían
un trío, gloria de ayer.
XI
Viejo Bernal, hoy al verte
tan moderno, tan pujante,
marchando siempre adelante
airoso sin detenerte,
mis versos quise ofrecerte
en nombre de los que ayer
han sabido recorrer
tus barrios, calles, veredas,
de lo cual ya nada queda
ni volveremos a ver.
Autor: Juan Arrestía (de su libro POR ESAS CALLES DE QUILMES)

EZPELETA (Recuerdos de Juan Arrestía, por esas calles de Quilmes)


EZPELETA

I
Te conocí cuando eras
de Quilines La Cenicienta,
allá por el año 30
caminé por tus veredas.
Cuando solo enredaderas
en tus cercos florecían
y en tus calles se veían
los huellones de los carros
que luchaban entre el barro
llevando sus mercancías.
II
El que ayer te ha conocido
al verte hoy tan pujante
sencilla, pero elegante
no puede echar al olvido
los sacrificios vividos
por esos viejos pioneros.
Muchos de ellos ya se fueron
pero por siempre han quedado
en el recuerdo grabados
por lo que por vos hicieron.
III
Quién no se acuerda de aquella
calle La Guarda de ayer
donde después de llover
no quedaban ni las huellas.
Mas nunca te hicieron mella
los sacrificios y así
a todos podes decir
que con tesón y trabajo
desde allí, desde muy bajo
muy alto has ido a subir.
IV
Mi viejo pueblo querido,
pedazo grande de Quilmes,
seguí tu camino firme
siempre airoso y aguerrido.
Sos orgullo del partido
por tesonero y capaz,
sin mirar nunca hacia atrás
has de llegar a la meta
para que seas Ezpeleta,
nunca menos, siempre más.
Juan Arrestía (De su libro POR ESAS CALLES DE QUILMES).

COSAS LINDAS QUE SE HAN IDO (de Juan Arrestía)


COSAS LINDAS QUE SE HAN IDO

I
Cuántas veces recordando
esos años que se han ido,
años que nunca el olvido
podrá del alma ir matando,
uno se queda pensando
en tantas cositas gratas
como dulces serenatas
de vieja recordación
que inundan al corazón
y los recuerdos desatan.
II
Entonces yo vuelvo a ser
aquel pibe quinceañero
que encontraba en el sendero
solo dichas y placer.
Cuando a la mesa a comer
con los viejos me sentaba
y con ellos conversaba
de esos sueños juveniles,
cuando estos cuantos abriles
a mi rostro no surcaban.
III
La primera sin tocar,
la billarda, el rango y mida
cosas lindas de la vida
imposibles de olvidar.
Cuando le iba a llevar
a la hora del medio día
allí a la Cervecería
el morfi al viejo querido
que aunque hace mucho se ha ido,
recuerdo todos los días.
IV
Y al volver ya me encontraba
con la comida en la mesa,
sopa, papa, milanesa
que la vieja preparaba.
Y al terminar me fregaba
las orejas con la toalla
pues siempre quiso que vaya
al colegio con aseo,
si parece que aún la veo
teniéndome bien a raya.
V
Y aquella pilcha primera
de los pantalones largos
baratieri y sin embargo
dos temporadas enteras
duró la pilcha primera
que yo lucía con cancha,
mas tanto darle a la plancha
como un espejo brillaba
y la aureola se notaba
de un eficaz quita manchas.
VI
Los pantalones cambrona
pa’ los días de semana
que los planchaba mi hermana
o el que les habla en persona.
Pantalones de cambrona
a tres con cincuenta el par
que al empezarlos a usar
ni bien salían de la tienda
dos rodilleras tremendas
se empezaban a notar.
VII
Y me veo caminando
por aquellas viejas calles,
Aristóbulo del Valle,
por Rivadavia paseando.
O me quedaba esperando
en la romántica esquina
a la diquera vecina
que al pasar me sonreía
y mil cosas prometía
su mirada cristalina.
VIII
Años que el tiempo llevó
por las huellas del recuerdo,
por eso cuando me acuerdo
se me achica el corazón.
Como una vieja canción
llegan a mí en tropel
y al pensar en ese ayer
que ya nunca volverá
dan ganas de lagrimear,
muchachos; perdónenmen.(sic)
Autor: Juan Arrestía. (El poeta nochero, de Quilmes)
De su libro POR ESAS CALLES DE QUILMES.

VIEJA CALLE RIVADAVIA (de Juan Arrestía – Por esas calles de Quilmes)



VIEJA CALLE RIVADAVIA

I
Rivadavia más o menos
del 25 al 40,
todavía se comenta
de nostalgia el cuore lleno.
Cuando había terrenos
en esa arteria querida.
Lógicamente la vida,
con su eterno caminar,
cambia todo de lugar
y al progreso nos convida.
II
Pero aunque uno lo quiera
los recuerdos nos dominan,
aún creo estar en la esquina
campaneando la diquera.
Muchachita quinceañera,
los domingos por la noche,
cuando no andaban los coches
y de una a la otra punta,
tratábamos de ir en yunta
dando amorosos reproches.
III
De cuando el corso doblaba
por Mitre hasta Olavarría,
y el Clown nunca se aburría
pues Colombina lo amaba.
De cuando se intercambiaban
esos ramitos de flores,
y mil promesas de amores
escuchaba la princesa,
que lucía su belleza
en el palco de colores.
IV
Cuando “mamá” y la vecina
a ese corso nos llevaban,
y por 5 nos compraban
rollitos de serpentinas.
Las sillas de la cocina
poníamos junto al cordón,
lejana y bella visión
de carnavales pasados,
que en el recuerdo han quedado
pero firmes de emoción.
V
Recuerdan muchachos de antes
al salir de la Colón
en cruz con la Exposición
el almacén de Durante.
Pa’recetarte un calmante
justito enfrente Dorado,
los chops que habrás tomado,
te acordás Oscar Damiano
con Adrogué, mano a mano,
allá en el Maxim sentados.
VI
Semáforos no existían
en esa esquina bendita,
un botón en la garita
el tráfico dirigía.
En el quiosco nos vendía
Garufi los cigarrillos,
ya entraba a vender anillos
Butín en la librería,
y Persichini cosía
pa’darle a las pilchas brillo.
VII
La pizza del Tropezón
con porciones de fugazza
que llevábamos pa’casa
al terminar la función
del viejo cine Colón.
Otro crimen del progreso,
yo no la bronco por eso,
pero a veces de pasada
le tiro de madrugada
el más rante de mis besos.
VIII
Cuántas damas del lugar,
en ese tiempo pebetas,
pasaban por la Silueta
pa’hacerse fotografiar.
En la Casa Nina entrar
a buscar el par de lentes,
siempre atento y diligente
vendiéndonos las camisas,
estaba José Camicia
atendiendo a sus clientes.
IX
Una altura que da susto
hay al llegar a la esquina,
si se habrán vestido minas
allá en la tienda El Buen Gusto.
En la otra vereda justo
el almacén Merediz,
época linda, feliz,
donde también tuvo brillo
el quiosco de cigarrillos
del padre de Kontomich.
X
La antigua Mina de Oro
y de Sabri La Ben Hur,
que aquí por la zona Sur
tallaban en tiempos de oro.
Rivadavia, que hoy añoro,
cuando aún te ensuciaba el barro
y en la Bouquet un par de tarros
los pagaba 7 mangos,
y eran compases de tangos
cuando los carros pasaban.
XI
Y la farmacia de Roca,
el crédito radical,
que supo ser caporal
en épocas como pocas.
No caminaba la coca
ni cítricos envasados,
empanadas, vino, asado,
por esos tiempos corrían,
y Chorroarín nos barría
la calle de lado a lado.
XII
Justo en la esquina de Alvear
estaba el café de Viola,
donde afinaba la gola
Pancho Roumieu pa’cantar.
Como invitándote a entrar
don Pánfilo con su tienda,
aflojándote las riendas
ya Fornabaio vendía
billetes de lotería
pa’el Ministerio de Hacienda.
XIII
El viejo cine Sarmiento
donde ahora está el Rivadavia,
cuando lo bancaba Palla,
fotógrafo del momento.
Si me parece que siento
el timbre cuando anunciaba
que la función comenzaba,
y pegada en la pared
la foto de Mae West
y Tom Mix que galopaba.
XIV
La iglesia frente a la plaza
donde con gran emoción
yo tomé la comunión
en esa sagrada casa.
La vida que pasa y pasa,
no ha conseguido borrar
el beso que supo dar
mi madre aquella mañana,
clara, límpida, lejana,
que jamás podré olvidar.
XV
La escuela Nº 1
donde cursé el sexto grado,
los años que allí he pasado
en mis recuerdos acuno.
No he visto más a ninguno
de aquellos, mis compañeros,
la maestra de tercero,
la Fracuellí, la Mariana,
qué lindo sería mañana
volver a estar en primero.
XVI
La Municipalidad
en la esqiuna de Sarmiento,
donde hombres de talento
bregaron por la ciudad.
Hoy te sobra autoridad
mi vieja calle quilmeña
para gritar que sos dueña
de una hermosura sin par
muy difícil de igualar
en esta zona sureña.
XVII
Rivadavia de un pasado
romántico y emotivo,
son los versos que te escribo
por el cariño inspirados.
Cuando me lleve a su lado
la que a todos nos iguala,
cuando se quiebren las alas
del gorrión que hay dentro mío,
perdurará el albedrío
con el cual canté tus galas.
Juan Arrestía (de su libro POR ESAS CALLES DE QUILMES)


ALLÁ POR EL AÑO 30 (de Juan Arrestía, el poeta nochero, de Quilmes)


ALLÁ POR EL AÑO 30

I
La otra noche me paré
en Gaboto y Rivadavia,
no sé si fue pena o rabia
la verdad de que aflojé.
Por más que miré y miré
no vi la confitería,
a Marino no se oía
sus diarios pregonando
ni a los mozos esperando
los express que le pedían.
II
Las luces me encandilaron
de una imponente vidriera
pues también a la “piojera”
abajo me la tiraron.
Cuando mis ojos miraron
hacia donde el teatro estaba,
nada de él allí se hallaba
porque el progreso en su andar
también lo hizo claudicar
y tirado se encontraba.
III
Quedé en la esquina parado
entre el vaivén de la gente,
mil letreros fluorescentes
daban brillo al alfaltado.
Queriéndome ir al pasado,
mis ojos se entrecerraron,
esos sueños me llevaron
a los años juveniles
de cuando mis veinte abriles
estas veredas pisaron.
IV
Pues soy del Quilmes aquel
de cuando el Cine Colón
se estremeció de emoción
con los tangos de Gardel.
Campanié la pinta de él
desde la esquina e’Durante,
donde un chop bien espumante
te lo fajaban diez guitas
y el tango La Cumparsita
se oía de un viejo parlante.
V
Yo soy quilmeño del 30
de cuando Pancho Gorrindo
se deschavó de lo lindo
en su tango “Las 40”.
Años floridos, polentas,
de la Vieja Serenata
donde sus almas desatan
Sandalio y Teófilo Ibáñez
inspirados no se extrañen
vaya a saber en qué ñata.
VI
Yo soy de un Quilme lejano
de aquel gran doctor Iriarte,
don Isidoro, estandarte
médico gaucho y humano.
Como quisiera las manos
de ellos volver a estrechar
cómo quisiera gritar
la gambeta sobradora
de Zito, la bordadora
de Arrillaga y Sandoval.
VII
Aclaro que soy quilmeño
de cuando Roberto Amigo
cantaba Tomo y Obligo
o algún estilo sureño.
Quilmes del viejo diseño
de Seti, Aspitia, Canesa,
que nos dieron las bellezas
de aquellas obras teatrales,
versos, prosas inmortales
de inconfundible pureza.
VIII
El viejo cine La Paz
de nuestra infancia querida,
el Emphire, el Avenida,
que no han de abrirse jamás.
Hoy que todo queda atrás
y que en la zurda nos pega,
de Vázquez, Sívori, Ortega,
yo no me puedo olvidar,
pues dejaban al cantar
el alma de Santos Vega.
IX
También recordarlo quiero,
pues de Quilmes fue un pedazo
a Héctor Wilde, Bolazo
jovial y dicharachero.
Y ahora a quitarse el sombrero
que es un orgullo nombrarlo
porque a Barbieri escucharlo
cuando pulsa el instrumento
es ternura, sentimiento,
es quilmeño, no olvidarlo.
X
Yo era pibe todavía,
y al autor de Adiós Muchachos,
sin arrugas, el escracho,
en la Colón lo veía.
Qué lindos aquellos días
los del Café Nacional,
la guitarra magistral
de don Alberro Martín,
la orquesta de Francisquín
que fue del tango un puntal.
XI
Allá por el 37
paré en la Fonda de Festa,
donde esperaban la Sexta
los puntos del cubilete.
La Nápola de un tresiete
allí la aprendí a trincar,
aún la contemplo al pasar
Mitre y Brandsen, vieja esquina,
si a veces como una mina
dan ganas de lagrimear.
XII
Yo soy quilmeño de cuando
Campolo, el tano gigante
se llevaba por delante
a todo el mundo boxeando.
Me parece ver bailando
en el viejo Patria Unita
o allá en Villa Margarita
al Pibe Ríos, Romano,
[*…*]
infaltables a la cita.
XIII
Yo por Quilmes caminaba
en los tiempos del tranvía
que de la estación salía
y hasta la Rambla llegaba.
Después por Brandsen doblaba
hacia el punto de partida.
Como el tranvía, la vida,
se va tomando el espiante,
y de aquel Quilmes de antes
ni una luz se ve encendida.
XIV
Hoy estás lleno de casas
y pisos horizontales,
te quedan pocos barriales,
bacán el tiempo te hizo.
Si hasta parece un hechizo
que hayas ido tan arriba;
si a veces el cuore chiva
no es porque esté en desacuerdo,
es que tallan los recuerdos
y los años nos derriban.
Juan Arrestía (de su libro Por las calles de Quilmes)

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