3 de diciembre de 2019

ALLÁ POR EL AÑO 30 (de Juan Arrestía, el poeta nochero, de Quilmes)


ALLÁ POR EL AÑO 30

I
La otra noche me paré
en Gaboto y Rivadavia,
no sé si fue pena o rabia
la verdad de que aflojé.
Por más que miré y miré
no vi la confitería,
a Marino no se oía
sus diarios pregonando
ni a los mozos esperando
los express que le pedían.
II
Las luces me encandilaron
de una imponente vidriera
pues también a la “piojera”
abajo me la tiraron.
Cuando mis ojos miraron
hacia donde el teatro estaba,
nada de él allí se hallaba
porque el progreso en su andar
también lo hizo claudicar
y tirado se encontraba.
III
Quedé en la esquina parado
entre el vaivén de la gente,
mil letreros fluorescentes
daban brillo al alfaltado.
Queriéndome ir al pasado,
mis ojos se entrecerraron,
esos sueños me llevaron
a los años juveniles
de cuando mis veinte abriles
estas veredas pisaron.
IV
Pues soy del Quilmes aquel
de cuando el Cine Colón
se estremeció de emoción
con los tangos de Gardel.
Campanié la pinta de él
desde la esquina e’Durante,
donde un chop bien espumante
te lo fajaban diez guitas
y el tango La Cumparsita
se oía de un viejo parlante.
V
Yo soy quilmeño del 30
de cuando Pancho Gorrindo
se deschavó de lo lindo
en su tango “Las 40”.
Años floridos, polentas,
de la Vieja Serenata
donde sus almas desatan
Sandalio y Teófilo Ibáñez
inspirados no se extrañen
vaya a saber en qué ñata.
VI
Yo soy de un Quilme lejano
de aquel gran doctor Iriarte,
don Isidoro, estandarte
médico gaucho y humano.
Como quisiera las manos
de ellos volver a estrechar
cómo quisiera gritar
la gambeta sobradora
de Zito, la bordadora
de Arrillaga y Sandoval.
VII
Aclaro que soy quilmeño
de cuando Roberto Amigo
cantaba Tomo y Obligo
o algún estilo sureño.
Quilmes del viejo diseño
de Seti, Aspitia, Canesa,
que nos dieron las bellezas
de aquellas obras teatrales,
versos, prosas inmortales
de inconfundible pureza.
VIII
El viejo cine La Paz
de nuestra infancia querida,
el Emphire, el Avenida,
que no han de abrirse jamás.
Hoy que todo queda atrás
y que en la zurda nos pega,
de Vázquez, Sívori, Ortega,
yo no me puedo olvidar,
pues dejaban al cantar
el alma de Santos Vega.
IX
También recordarlo quiero,
pues de Quilmes fue un pedazo
a Héctor Wilde, Bolazo
jovial y dicharachero.
Y ahora a quitarse el sombrero
que es un orgullo nombrarlo
porque a Barbieri escucharlo
cuando pulsa el instrumento
es ternura, sentimiento,
es quilmeño, no olvidarlo.
X
Yo era pibe todavía,
y al autor de Adiós Muchachos,
sin arrugas, el escracho,
en la Colón lo veía.
Qué lindos aquellos días
los del Café Nacional,
la guitarra magistral
de don Alberro Martín,
la orquesta de Francisquín
que fue del tango un puntal.
XI
Allá por el 37
paré en la Fonda de Festa,
donde esperaban la Sexta
los puntos del cubilete.
La Nápola de un tresiete
allí la aprendí a trincar,
aún la contemplo al pasar
Mitre y Brandsen, vieja esquina,
si a veces como una mina
dan ganas de lagrimear.
XII
Yo soy quilmeño de cuando
Campolo, el tano gigante
se llevaba por delante
a todo el mundo boxeando.
Me parece ver bailando
en el viejo Patria Unita
o allá en Villa Margarita
al Pibe Ríos, Romano,
[*…*]
infaltables a la cita.
XIII
Yo por Quilmes caminaba
en los tiempos del tranvía
que de la estación salía
y hasta la Rambla llegaba.
Después por Brandsen doblaba
hacia el punto de partida.
Como el tranvía, la vida,
se va tomando el espiante,
y de aquel Quilmes de antes
ni una luz se ve encendida.
XIV
Hoy estás lleno de casas
y pisos horizontales,
te quedan pocos barriales,
bacán el tiempo te hizo.
Si hasta parece un hechizo
que hayas ido tan arriba;
si a veces el cuore chiva
no es porque esté en desacuerdo,
es que tallan los recuerdos
y los años nos derriban.
Juan Arrestía (de su libro Por las calles de Quilmes)

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