31 de marzo de 2016

EL SECRETO (Un cuento de terror, de Rubén Sada)

EL SECRETO 

(un cuento de terror, de Rubén Sada)

Los personajes y situaciones de este cuento, son ficticios y mera imaginación del autor. Cualquier semejanza con algún suceso real, si la hubiera, es sólo una coincidencia.

—¡Él está vivo! ¡Él está encerrado! ¡Tiene que estar vivo! ¡Sáquenlo de allí!- aseguraba con gritos desgarradores el hombre, mientras se autoflagelaba, golpeando su cabeza contra las acolchadas paredes de una habitación hermética, en el neuropsiquiátrico santacruceño donde estaba detenido desde hacía cinco años. Estaba allí inmovilizado con un chaleco de fuerza y abundantemente medicado con drogas psiquiátricas tan fuertes que tenían el propósito de quemar poco a poco sus recuerdos. ¿Acaso guardaba un "secreto"?
 Él era Néstor Quiroga, guardia de seguridad presidencial, militar de la Gendarmería Nacional. Como “custodio”, tenía a su cargo la vigilancia estricta de una de las mansiones que su homónimo “patrón” -como lo llamaba- poseía entre las trescientas veinticinco mil hectáreas que había comprado a precio vil, en la época de bonanza de su gestión presidencial.
 La fastuosa propiedad era la “favorita” del potentado expresidente, porque algunos fines de semana era un hecho su escapada secreta allí, acompañado de su secretaria y valijas. La asistente y amante, al mismo tiempo era hermana del custodio del lugar. El exmandatario había pedido al único testigo de estas escapadas de pasión furtiva, que guardara el más riguroso secreto de los hechos, ya que si su esposa, la primera dama se enteraba, el custodio y su hermana correrían riesgo de muerte. Así lo declaró éste ante el médico psiquiatra que firmó su inmediata internación en la habitación blanca del “Instituto Mind” de Salud Mental de Río Gallegos.
 La declaración del custodio fue archivada y caratulada como “secreto de estado”, no obstante, en parte revelaba que él siempre quiso saber cuál era “el secreto” que el presidente escondía en aquella mansión. Sus ventanas permanecían siempre cerradas, lo que hacía más intrigante y comprometedor el interior de la casa y mucho más desafiante y riesgoso el conocerlo.
 La casa que escondía “el secreto” era un punto desconocido del mapa, al que sólo se accedía por un largo camino de tierra, punto y línea imperceptibles en la extensa meseta patagónica. Allí, cubierta por una frondosa arboleda que impedía el acceso de cualquier intruso, por no verse siquiera desde el aire, estaba la propiedad que había pertenecido hacía más de un siglo a un colono inglés, a quien unos pobladores, criadores de ovejas, habían encontrado muerto en soledad, encerrado en ella. Muchos decían que en la morada habitaba su “fantasma”, mito que el custodio nunca creyó. No obstante, el deseo de ver ¡qué había allí dentro! se iba transformando en una “obsesión” para él.
 Luego de las visitas furtivas del patrón con su curvilínea secretaria, su codicioso dueño trababa las ventanas por dentro con un hermetismo tal, que la tenebrosidad se apoderaba de las paredes. Pero al custodio esto no le tenía que importar, porque su trabajo era impedir que alguien se acercara siquiera a la casa. Mejor dicho, no le importó hasta que un día el patrón se olvidó de cerrar una de las ventanas y se marchó hasta el siguiente fin de semana, en que como todos, volvería cargado de valijas cuyo contenido vaciaba en la casa.
 El custodio, obsesionado por ver qué escondía el interior de la mansión, aprovechó este olvido y se subió a uno de los pedestales que hacía de cimiento de la centenaria construcción. Por allí subió, abrazado a los ladrillos y trepando de costado, hasta que llegó al alféizar y con el fuerte impulso de sus brazos llegó a presenciar a través del vidrio de esa ventana, lo que siempre había sospechado: la mansión escondía “una bóveda secreta”, celosamente asegurada por una gran puerta circular de acero macizo, similar a las que tienen las entidades bancarias más seguras. Una manivela redonda y una gran botonera electrónica en su frente, advertían al intruso que sería imposible abrirla, a menos que… alguien supiera la combinación, y el único que la sabía, supuestamente, era “el patrón”. Pero ahora él, el custodio, era el único que sabía el secreto de la existencia de esta bóveda. Aunque, mejor dicho, también lo sabía la primera dama, la esposa “legal” de su patrón.
 Acerca de ella, el custodio declaró que el martes 26 de octubre de 2010, luego que su marido llegara a la secreta mansión y descargara el contenido de las valijas, como lo hacía habitualmente, la despechada mujer atravesó la garita de seguridad, manejando su auto a baja velocidad para no ser escuchada. Luego estacionó a unos treinta metros de la entrada y descendió con visible ofuscación, en la suposición de que iba a encontrar a su marido “infraganti” con la secretaria, pero esto no sucedió. No obstante y al rato de su entrada en la vivienda, comenzó a escuchar risas, las fuertes carcajadas de una enajenada mental y los gritos de ella diciendo:
 —Ahora sí tendrás para siempre lo que buscaste, dinero y mujeres, ja, ja, ja, ja. Beberás de tu propia medicina, corrupto avariento, ¿acaso pensabas que yo no podré acumular más plata que vos? ¿Para qué estudié de abogada? ¡Ahora tendrás para siempre lo que siempre codiciaste! Pero no te preocupes, te dejé adentro una botella de whisky y una foto de ella, así podrán amarse en la intimidad “por los siglos de los siglos”. Ah, me olvidaba: si al beberlo le sentís un gusto raro, bebételo todo igual, porque te ayudará a mitigar “tus horas finales”.¡Festejen, tortolitos! Jaaa, ja, ja, ja, ja.
 En el silencio de la inmensidad patagónica, el custodio pudo oír desde la garita de vigilancia a unos cien metros de la casa, esos gritos burlones, provenientes de la garganta despechada de la esposa del patrón. A continuación, ella, ocultando su odio detrás de unos anteojos oscuros, abandonó la mansión, cerrando la infranqueable puerta con llave.
 Luego de media hora sin saber qué hacer o a quién avisar, debido al riguroso secreto que lo ponía en peligro, el custodio fue relevado por su superior en el mando y llevado detenido para ser interrogado, a partir de lo cual se le “recetó” su internación en el Instituto de Salud Mental, debido a su declaración. Al día siguiente, la televisión transmitía el Censo Nacional 2010 informando su desarrollo con toda normalidad, censo en el que todas las casas de la república eran visitadas por censistas para obtener información sobre sus habitantes, mejor dicho, todas las casas menos una: la mansión que hasta el día de hoy sigue escondiendo un intrigante secreto: ¿Qué hay adentro de “la bóveda”? Al mismo tiempo, el país se consternaba por la desaparición física de su favorito presidente. Aunque nadie hasta hoy, seis años después,  haya visto su cadáver y el féretro en el que se lo veló era treinta centímetros más corto que la altura del óbito.
 —¡Él está vivo! ¡Él está encerrado! ¡Tiene que estar vivo! ¡Sáquenlo de la bóveda! — aseguraba con gritos desgarradores el hombre, mientras se autoflagelaba, golpeando su cabeza contra las acolchadas paredes de la hermética habitación del neuropsiquiátrico santacruceño donde estaba detenido desde hacía cinco años. Cuando los médicos oyeron su pedido desgarrador, entraron dos fornidos enfermeros, uno de los cuales portaba en su mano un trapo embebido con éter en cantidad suficiente como para dormir a un caballo, y el otro lo escoltaba portando una jeringa de unos treinta centímetros que translucía una baba amarillenta.
El "secreto de estado", estaba a resguardo.

Autor: Rubén Sada. 31/03/2016.