2 de marzo de 2014

ALMAFUERTE EL POETA (CAP 15 Y 16: Detalles de la personalidad de Pedro B. Palacios, por Antonio Herrero)

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Narciso Ibañez Menta interpretando a Almafuerte en la película "Almafuerte" (Año 1949)
Más información: http://es.wikipedia.org/wiki/Almafuerte_(pel%C3%ADcula)

CAPÍTULO 15: 

SIGNIFICADO DE ALMAFUERTE

EN LA EVOLUCIÓN ARGENTINA

En el sentido espiritual, que es el más representativo de Almafuerte, no es éste una aparición única en la Argentina. Su anhelo de progreso, de justicia, de mejoramiento humano, están ya representados en los orígenes argentinos por Moreno, Rivadavia, Echeverría, y muy especialmente por el vidente Alberdi y el genial Sarmiento; su espíritu rebelde, ardoroso y violento, propicio al anatema contra los tiranos, tuvo por antecesor a Mármol en sus poesías contra Rosas; y su alma popular y justiciera, amiga y aun hermana de la chusma, está representada en el pasado por el autor de Martín Fierro. El genio más cercano, más análogo al espíritu prócer de Almafuerte, en el pasado argentino, es el borrascoso y férvido Sarmiento: su violencia, su entusiasmo combativo, su fe en el porvenir y su iracundo amor al progreso, culminaron más tarde en Almafuerte, quien poseía además el genio metafísico, la inspiración poética y un amor desesperado hacia los siervos y los tristes. El Emperador indiscutible del pensamiento argentino, como le llamó Almafuerte, no renovó ni acreció fundamentalmente el pensamiento humano, pero fue ejemplo magnífico y fecundo del hombre de pensamiento y de acción renovadora; y en el sentido espiritual, fue el digno precursor del poeta profético que había de abrir nuevos rumbos a la orientación moral e  ideológica del hombre. Mas, en sentido integral, Almafuerte no ha tenido antecesor. Su espíritu esencialmente metafísico y abstracto, no tiene precedente en toda la literatura castellana; (Calderón era un cura con todos los dogmatismos y limitaciones de su casta) y muy difícilmente en la poesía universal. Guerra Junqueiro con quien le ha comparado alguien es una mente vulgar al lado de Almafuerte; Carducci era moderno, renovador y rebelde, pero poco metafísico; y Verhaeren, de quien se ha hablado también, es un poeta exterior, aunque subjetivo, y sin sentido moral. Era sólo una conciencia exasperada por el dolor moderno. Almafuerte es un genio en el sentido más alto de esta palabra; y ése es un don que los pueblos obtienen difícilmente y más aún los pueblos jóvenes como lo es la Argentina. Hasta el momento en que un pueblo no ha producido un genio universal, no puede figurar en el concierto del mundo superior de la cultura. En ese mundo imperecedero, que constituye el tesoro permanente de la especie humana, Grecia está representada por una pléyade entre la cual destacan Esquilo, Sócrates, Platón y Homero; Inglaterra por Shakespeare; Italia por el Dante; Francia por Víctor Hugo; Alemania por Nietzsche, Kant y Goethe ; España por Cervantes; Norte América por Poe y Emerson, y la Argentina estará representada por Almafuerte. Desde luego, que tal afirmación será tachada de absurda y excesiva por los detractores del poeta, y de aventurada y prematura por los que no tienen fe en su propio juicio y esperan a conocer la sanción universal antes de consagrar con su admiración a un genio contemporáneo, y más aún si es connacional; pero los hechos se encargarán de justificar sobradamente el concepto expresado. En el porvenir moral e ideológico de la Argentina, ejercerá la obra de Almafuerte una profunda influencia. Dice Bovio en su obra sobre “El genio” que “en la soledad el genio elabora la propia ascensión, para presentarla como modelo a la ascensión humana” ; y afirma que “cada raza que prepara su advenimiento histórico, envía por heraldo al genio”. Tal ha sido la obra de Almafuerte y el significado que ella tiene para el porvenir de la Argentina. En un pueblo en formación, destinado a engendrar una nueva raza forjada en el crisol de las anteriores, y por lo mismo predestinada a producir un tipo más alto de humanidad, pues según Galton el cruce de las razas es favorable a la aparición del genio y de tipos humanos superiores, Almafuerte ha concebido y ha fundado una moral más perfecta y un arquetipo del hombre, que será el eje de un nuevo orden moral y el faro de una ascensión ilimitada hacia las cumbres ; la base de una más justa, más humana, más integral civilización. Almafuerte sintetiza todo lo que hay de grande, idealista y noble en el alma argentina, y reúne en sí a la vez, como en un foco, las aspiraciones y tendencias más puras y elevadas del espíritu humano en un ideal altísimo, que podría calificarse de divinización del hombre, o forjación del hombre integral. Este poeta servirá al pueblo argentino de firmísimo cimiento para su ascensión renovadora, y llegará a convertirse en lo futuro, en el símbolo más alto de la nacionalidad ideal.



CAPÍTULO 16: PRINCIPALES PRODUCCIONES
DEL POETA ALMAFUERTE

Breve síntesis y comentario de las mismas.

 Después de haber estudiado en su conjunto las obras y la vida de Almafuerte vamos a tratar de hacer una ligera síntesis de sus principales producciones para dar una idea de ellas a aquellos de los lectores que las desconozcan: Breve síntesis y comentario de las mismas Después de haber estudiado en su conjunto las obras y la vida de Almafuerte vamos a tratar de hacer una ligera síntesis de sus principales producciones para dar una idea de ellas a aquellos de los lectores que las desconozcan :

  Milongas clásicas. — Empieza por declarar que va a cantar al pueblo, a su “chusmaje querido”, y que va a plegar sus alas para que sirvan de escoba y estropajo en las piezas de los miserables. Hay aquí una soberbia inaudita y una elocuente grandiosidad al hablar de sí mismo; y al definir los motivos por los cuales se acerca y canta al pueblo, pone todas posibilidades del mal y del bien. Es ello la integral comprensión de la vida y sus instintos contradictorios. Los versos se deslizan cantarines y suaves como el agua de un arroyo por un álveo de arena. Y cada estrofa contiene una elevada sentencia. Son flechas de idealismo arrojadas desde lo hondo del pantano hacia las más remotas estrellas. Son todos estos versos una admirable fusión de la más alta y honda metafísica, con la clásica llaneza del alma popular. 

 Olímpicos. — En estos versos el poeta designa cuáles son los más altos y excelsos timbres que señalan al hombre como digno de serlo, como héroe y elegido: son los presentimientos de una vida más alta; el estoicismo en el dolor; la amargura y la nostalgia en el placer; la visión interior de una luz lejana; la conciencia de ser centro de un mundo invisible y manantial de bondad.  

Cristianas. — Todo tiende a la suprema perfección en la armonía final del universo. Cada ser calificado como espíritu del mal, no es más que una potencia que ocultamente trabaja para el bien, por caminos opuestos, en apariencia, a la senda de la vida. Son energías desviadas o que no han llegado aún a su total perfección. Pero en ellas también brilla la sacra chispa ideal. Y con genial intuición adivina el poeta los destinos más altos que se esconden en cada pecho protervo ; y ve las cimas remotas hacia las que se dirigen todos los tortuosos caminos.  “¡No; no cabe la noche completa allí donde gira la estrella de un alma! ¡Vive un juez prisionero en el hombre que jamás prevarica ni calla! ¡Hay un golpe de luz en el fondo de aquellas más viles vilezas humanas!” 

 Mancha de tinta. — Es la afirmación rotunda de la absoluta soledad del hombre en el desierto de la vida. Quiere saber el poeta quién le ama. Busca al pueblo, al “cardumen muerto de hambre” que le rodea, y éste le pone en la picota. Va tras de los amigos y le engañan todos; la mujer a quien amaba, le traiciona; muerto de dolor, entonces se remonta a los cielos y se dirige a “la dorada puerta Pía” y al acercarse no había “ni luz, ni puerta, ni nada”. Esta es la crueldad consciente de la vida. Quien no haya pasado por este sentimiento, aún no ha nacido. En este verso está contenida toda la filosofía de Max Stirner. Pero aquí no es razonamiento, sino sentimiento hecho idea; lo cual es más rotundo y verdadero. 

 Apóstrofes. — Es esta una bellísima poesía, donde se hermanan admirablemente lo sublime del fondo con la perfección absoluta de la forma. Para abarcar las ideas tan sabias y tan hondas, tan bellas y tan altas que se contienen en ella, sería preciso hablar extensamente. Esta sola poesía merece un libro. Encierra toda la sabiduría de la evolución humana y del destino. Concentra y funde en sí los dos acentos contradictorios de la fatalidad y de la libertad. Es el poema de la ascensión del espíritu humano, cuya libre voluntad vive esclava del Destino. Baja el poeta al fondo del ser y sorprende allí los más hondos secretos. Vibra y ondula su verso, gracioso y terso, bajando a los abismos y ascendiendo a las nubes. Es tan vasto que comprende a toda la humanidad y tan sutil que penetra lo más recóndito del espíritu. Y termina el poeta con un apóstrofe, imprecando airadamente a toda la humanidad, a quien somete y domina: “Con la luz esplendorosa Con el hierro incandescente de la fe”. 

 Trémolo. — Honda nota sombría de angustia y de dolor, terriblemente desoladora, que se alza de las entrañas del espíritu humano como un grito prometeico hasta la faz de Dios. ¿Qué valen al lado de esto las protestas de Job, sus llagas y sus dolores? El poeta recoge los lamentos del dolor universal sintetizados en su alma y se presenta ante Dios para acusarle de crueldad. Siéntense crujir aquí los andamiajes del universo, se remueven los cimientos de la vida y vacilan cuarteados los pilares que sostienen el cosmos. Es que ha nacido una nueva concepción más alta que destrona y substituye y arroja del Olimpo a la concepción judaica. El poeta prometeico se presenta ante el Júpiter del Olimpo cristiano, exigiéndole cuentas estrechísimas de su implacable dureza. El corazón del poeta y las plantas de sus pies están hechos una llaga, como el cuerpo de Job. Gimen los gemebundos algarrobos y braman los leones prisioneros en la cárcel de su instinto. Y en tanto se refugian como liebres los Genios de la Luz y Dios vive feliz en sus Edenes, rodeado de sus vírgenes. “¡Tirano sin control! . . . ¡Vete a tu cielo! ¡No mereces ser Dios!” Exclama soberbiamente el poeta que había soñado un dios más bueno; y se presenta ante él para exigirle que le pague su dolor. Las notas de estos versos resuenan clamorosas, con siniestra y solemne amargura, como un canto “De profundis” donde se hubiese volcado todo el humano dolor. Por su vasta y compleja ideación y su ritmo acompasado y grave de religiosos acentos, esta poesía parece recordar el coro de los peregrinos en el Tanhauser. Pero aquí hay un infinito desgarramiento que tortura el espíritu, y lo arrebata y eleva a la cumbre moral de la vida desde la cual se abarca y se juzga el universo.

  Gimió cien veces. — El alma del presidio formula sus pesares y se erige severa como un juez ante la sociedad que la condena. Canta la hórrida angustia de su destino en tristísimos versos tan solemnes y graves como un “Miserere”. Pide misericordia el alma del presidio, pide la misericordia de la muerte. Y se presenta ante los intachables, los perfectos sin lucha, para acusarles por su maldad, por el orgullo con que la insultan y la soberbia que muestran de su pureza irresponsable. Ella, el alma del presidio, es también irresponsable. “¿Les dije yo a mis padres... Pude decirles que amasaran mis carnes con azucenas?”, exclama tristemente el presidario. Y la suprema, total pureza sobre todos los destinos brilla aquí como un sol de mediodía, que alumbrara la vida con una nueva luz. En estas altas, magnificas estrofas, zumban como saetas las palabras de Nietzsche en su canto “Del pálido criminal”. Pero no es que las repita, no que expresen lo mismo, sino que están aquí comprendidas y superadas. Allí sólo hay conocimiento: aquí hay bondad consciente, magna bondad trocada en sabiduría y en integral potencia de ascensión, de anhelo de lo perfecto.  Siete sonetos medicinales.

 — Al leer las más grandes obras de la literatura universal, las más alentadoras y exaltadoras del hombre, encontraréis en Ibsen la ambición infinita, en Nietzsche la dureza más rotunda, en Carlyle la exaltación del heroísmo, la individualización en Stirner, en Emerson la afirmación del yo interior y en Walt Whitman el ímpetu marcial. Pero leed después estos “Siete sonetos medicinales” y decidnos si no está aquí contenido, sintetizado, todo el poder idealista y ascensional de aquellas obras, formulado de un modo absolutamente nuevo y personal. Ved también si en aquel desprecio con que se habla de los leones, no hay un sentido más alto de valoración del hombre, por encima de la Naturaleza, que jamás se había expresado antes de ahora. Aquí están superados y desvanecidos cuantos fantasmas pudieran encadenar al hombre. Este reina de un modo soberano, y su voluntad y su energía se exaltan y endurecen, se acrisolan y depuran en los sonetos estos, como en la forja de un dios. 

 La sombra de la patria. — Idealista y sublime clarinada guerrera que llena los espacios infinitos con su protesta airada y dolorida ; que levanta sus acentos hasta el trono de Dios y hace estallar allí fulminador el volcán de sus ansias, reduciendo a pavesas la dorada ilusión providencial; que baja luego a la tierra y ruge sombríamente al comprobar que la virtud y el bien, la libertad y el derecho, únicamente son palabras resonantes, ilusión y mentira. Y el poeta, enloquecido de dolor, apostrofa a la Mente invisible que debiera regir el universo, y la acusa de todos los males que constituyen la esencia de la vida. La sombra prostituida de la patria pasa ante el alma del poeta, y éste siente la noche de los siglos acumularse en su mente y gravitar sobre sí todo el peso de los orbes. Y tras de haber llamado a juicio a la Naturaleza y a los dioses, diríjase a la juventud para pedirle que salve y redima y eleve a la patria mancillada. Un acento sublime de dolor y de ira santa hay en toda esta poesía, que parece la voz de los profetas. Aquí el espíritu humano se remonta a una fusión altísima del yo individual con el alma de un pueblo y el destino de una raza en la suprema aspiración del bien, a pesar y por encima de la fatalidad del mal que rige a la naturaleza.

  La canción de un hombre (En el abismo). — Esta poesía es un autoretrato psicológico del poeta, una autodefinición moral del genio. Las más altas verdades filosóficas, las más profundas afirmaciones morales y las averiguaciones ideológicas más modernas y altivas, hállanse contenidas en estos versos que pueden muy bien marcar lo sumo a que hasta hoy ha ascendido el espíritu humano. Es la expresión suprema de la intuición consciente. Es la individualidad afirmándose con rotunda fiereza, pero abarcando y conteniendo en sí la conciencia colectiva, el alma universal. Es el hombre elevándose por encima de la naturaleza, del tiempo y el espacio y proclamándose síntesis universal y eterna. Tenemos la convicción de que en ningún idioma existe otra afirmación tan formidable, tan integral y tan alta, aunque tan breve, que sintetice como ésta el espíritu del genio y la divinización del hombre.  

  Jesús. — Con altísimo vuelo ascensional y nítida pureza de idealismo, dibuja aquí el poeta el mágico perfil del Nazareno. No hay en esta poesía, al hablar de Jesús, ni la ciega admiración de los creyentes, sean católicos o no, ni el concepto mezquino de los “espíritus libres”, como el mismo Nietzsche. Hay nada más que comprensión, una comprensión total del espíritu de Cristo, una definición superabstracta y metafísica del fenómeno de la Redención y de las doctrinas de Jesús. Cierto es que aquí se contiene, como no podía menos, la afirmación de Schopenhauer : “el mundo es nuestra representación” ; pero también está comprendida la de Nietzsche : de que el bien y el mal son valores convencionales. Sólo que estas afirmaciones no tienen en aquellos filósofos el valor y el sentido que Almafuerte les da. Al decir Schopenhauer que el mundo es nuestra representación, como él no cree en otro mundo que el visible, aniquila totalmente la Realidad y cae en el nihilismo, en el pesimismo. De igual manera Nietzsche al comprender que los valores morales son un convencionalismo, destruye el bien absoluto y sólo crea un bien un mal para el hombre fuerte, para el individuo que es la única realidad en la cual él cree. Pero Almafuerte, no; si afirma que es ilusión el mundo externo, es para sostener que nuestras ilusiones son la única realidad, y que en nuestro espíritu está Dios, la eternidad y el destino; de lo cual se deduce, contrariamente a Schopenhauer, un optimismo absoluto y consciente; y al asegurar aquí el poeta que el bien y el mal humanos son palabras vacías, no atribuye a los hombres, como Nietzsche, la facultad de crearse otro bien y otro mal personales y egoístas, sino que a la vez, proclama un bien absoluto, eterno, y un transitorio mal que se cambiará por fin en bien. Estas afirmaciones, pues, en Almafuerte no son individualistas, ni engendradoras de pesimismo. Exaltan y glorifican la individualidad humana, pero unida al espíritu absoluto; destruyen el mundo externo para imponer el reinado de la vida interior; aniquilan los valores transitorios y humanos, pero proclaman el Bien eternal y divino.

  La inmortal. — Baja el poeta al fondo de la “chusma sagrada” y vuelve de allí cargado de amargas verdades que arroja a los poderosos, a la faz de los grandes de la tierra. La inmortal es la chusma que labra y forja el mundo con su esfuerzo, que con su sangre ha regado toda la tierra y ha impregnado con la esencia de su ser hasta las aguas del mar. De ella sale, de su seno y sus entrañas, la chispa luminosa de los genios y el amoroso fuego de los santos. Y sin embargo es la esclava y la condenada, la sometida y la proscrita. Pero ella ve o adivina la justicia y la razón y por eso a los códigos del bien que le dictan los amos, a las divinas pragmáticas que se le imponen, contesta con una risa demoníaca y sarcástica, con una risa de bestia libre de freno, carcajada desgarrante que conmueve y desgaja los cimientos sociales y las columnas de los cielos; carcajada nihilista que desmiente y destruye todas las perfecciones y progresos conquistados aparentemente por la humanidad. Como los canes que vuelven a la madrugada y arañando y aullando en la puerta solicitan albergue de sus amos, así los genios más grandes, los consagrados y los héroes aguardarán el día de la justicia ante las puertas de bronce que separan la sombra de la luz. Tú, poderoso y señor, no temas nada, aunque se hunda el templo, mientras queden creyentes. Teme, sí, cuando tu ley sin ley moral, tu concepto salvaje de cruel egoísmo, de déspota sin freno, penetre hasta el fondo mismo de la chusma ; cuando ella vea que no va su ración en la carga y se canse de ser pedestal y abandone la cruz ; porque entonces se desquiciará todo el mundo presente. Este poema es el más extenso de Almafuerte y también el más vasto, el más grandioso. Es de una grandeza cósmica y de un altísimo sentido moral. ¿Cuándo se escribió nada tan profundamente justo y moral como ésto? Aquí no hay la conformidad burguesa y la complicidad del silencio que se ve en todos los poetas respecto a la gravísima transgresión moral que implica la injusticia humana, el predominio de la fuerza y de la astucia. Pero tampoco hay las “rebeldías necias de lacayo” que constituyen la protesta anarquista, ni el desconocimiento de la ley moral que profesan los ácratas. El alma y la esencia de este poema es una ley interior sublime que cual hilo de oro corre por encima de los hombres, sin que haya llegado nadie, hasta hoy, a reconocerla ni acatarla. Almafuerte, como un dios, restablece el imperio de esta ley, y la pone por eje espiritual y por cimiento y base de los pueblos. Aquí sintetiza el poeta, más que en ninguna otra de sus producciones, la tendencia de toda su obra a realizar lo que podría llamarse apocatastasis humana, es decir, a reintegrar en la humanidad todas las almas y a dar a cada espíritu la conciencia de toda la humanidad. Tiende también su acción a realizar lo que ha llamado Saint - Ivés “sinarquía”, o sea gobierno de los principios, de las leyes morales. Pero Almafuerte no predica esto, como no predica nada. Con su genial vista interior vislumbra la ley moral desconocida por todos y él la enuncia y la obedece. Esta es, en síntesis, su misión y su obra.

  El misionero. — He aquí el más bello, el más rotundo y trascendental de los poemas de Almafuerte. En él está formulada y concretada toda su vida y su fe. Cada estrofa es una sentencia de bronce y todo él está escrito, no “con sangre y medio loco”, como Nietzsche decía, sino con la esencia misma de su existencia. Porque las afirmaciones que aquí se contienen las ha amasado el poeta con su propio dolor, en una lucha heroica y solitaria contra el cieno y el mal. Larga y difícil tarea sería el señalar ahora todas las altas verdades definitivas, absolutas, de iniciación reciente o antiguamente expresadas por los más altos espíritus y por él coloreadas con un matiz personal, que se contienen profusamente en este poema. El es un evangelio de idealismo, de bondad, de sabiduría interior, y merece profundos y extensos comentarios que desentrañen y formulen la honda filosofía encerrada en sus versos. Hállanse aquí sintetizadas, como hemos dicho, las más modernas ideologías, pero a la vez están superadas por la visión integral del poeta, por su ímpetu inexorable de ascensión, por la llama que arde en él, de heroica y de fierísima bondad. El vasto ideal que le inspira de liberación total y superación del hombre, de imperio del espíritu y de bondad consciente, solamente lo hemos visto expresado con igual intensidad en José Antich, el autor de “Andrógino”, apóstol y fundador, filosóficamente, del ideal de divinización humana. Pero como poeta propiamente, como hombre que canta en verso y encarna en su existencia sus propios ideales, no le encontramos semejanza ni antecedente alguno. Es el primero que toma como único sujeto de sus cantos al hombre, al espíritu del hombre, de manera sintética y ascendente, con un criterio nuevo y audacísimo de moral ego - altruista. En todo este poema se destaca la figura del Cristo dictador, del heroico creador de una nueva ley moral, del tirano del bien, cuya cruel energía se consagra íntegramente a servir e imponer el ideal de amor.

  Apóstrofe. — Esta poesía ha coronado y sintetiza toda la obra y la vida del poeta. Lacerada su alma por el bárbaro espectáculo de la fuerza agresora y humanicida que pisotea el derecho y pretende erigirse en dictadora y soberana de la humanidad, busca al principal culpable de este cataclismo, con el seguro instinto de su intuición, y alzándose por encima de todas las cobardías y vacilaciones que atan el pensamiento universal, él apostrofa y condena al responsable de la horrorosa tragedia con la violencia infinita y la sagrada indignación que sólo pueden prestar un alma gigantesca y un corazón sin mácula. Ya hemos hablado de la forma de esta poesía — tan reprobada por los estetas y por los vasallos espirituales del déspota germano — y por lo tanto no insistiremos en su análisis. Pero sí aseguramos que sobrevivirá como un monumento humano de rebeldía consciente, de alto sentido moral y de espíritu altruista y justiciero.  

  Evangélicas. — Las “Evangélicas” de Almafuerte son una serie de artículos compuestos de pensamientos en forma de versículos. En ellos se razona y sentencia sobre todas las cosas divinas y humanas, pero siempre desde el punto de vista del sentido moral y de la vida interior del hombre. Contienen una filosofía áspera y ruda, original y bravía ; recuerda los aletazos de las águilas y el selvático olor que las fieras exhalan. Pero el criterio y el fondo de todos estos pensamientos es fuerte y sano, edificante y austero. Expresan un concepto de rigidez moral, de dureza consciente, de individualismo interno, a la vez que de bondad exquisita y de suprema civilización humana. Son estas evangélicas un verdadero código moral, un método de individualización; despiertan y fortalecen, humanizan y elevan. A pesar de que, sin pretenderlo, reflejan las corrientes de pensamiento actuales,” tienen además una originalidad singularísima por su brusca expresión, por su tono candente de realidad. Compréndese muy bien que no son pensamientos de hombre sentado, como decía Nietzsche ; que han sido elaborados no ya andando, sino viviendo ; que se los ha forjado en el yunque de la vida y con el martillo de la idea. Elévase también aquí el poeta a cumbres de idealidad formulando profundas y penetrantes sentencias, al hablar del carácter, al definir el genio, al meditar sobre el hombre y sobre la vida. Consideramos como uno de los más conscientes y hondos pensamientos éste que forma parte de una de sus evangélicas : “El estado perfecto del Hombre es un estado de ansiedad, de anhelación, de tristeza infinita : una tremulación interrogante de tentáculo”. 

 Discursos y conferencias. — Muchas son las producciones de este género que existen del poeta y todas ellas versan sobre temas morales. Se caracterizan por la construcción de largos periodos sostenidos en que el poeta se elevaba a las cumbres de la ideación, con la tenaz insistencia, la intensa pasión moral para expresar una idea hasta en sus consecuencias más remotas y en su sentido más recóndito, que era lo más peculiar y lo más resaltante de su genio. Los límites obligados de este trabajo no nos permiten entrar en el análisis de esa parte de su obra; pero señalaremos entre las más bellas de sus piezas oratorias el discurso sobre Mitre, la conferencia “La gran misión”, el discurso en homenaje de Carducci y la conferencia sobre el niño.

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