2 de marzo de 2014

ALMAFUERTE EL POETA (CAP 11 Y 12: Detalles de la personalidad de Pedro B. Palacios, por Antonio Herrero)

Busto de Pedro Bonifacio Palacios (Poeta Almafuerte)

ALMAFUERTE EL POETA (CAP 11 Y 12: Detalles de la personalidad de Pedro B. Palacios, por Antonio Herrero)

CAPÍTULO 11: LA REALIDAD Y EL IDEAL

Almafuerte conocía la realidad plenamente. No había en él nada de ciego, ni de iluso. Aceptaba la existencia en su aspecto más duro y más cruel, a pesar de la distancia casi infinita que había entre ésta y sus ideales. Así estos ideales no eran el sueño rosado de un espíritu cándido e ingenuo, que, obstinado en sus quimeras se empeña en cerrar los ojos a las hoscas realidades. Más hondamente que nadie penetró él en dichas realidades, que, sin embargo, no aminoraban su idealismo, porque éste era una suprema aspiración de su alma hercúlea que bajaba a los antros más siniestros para volver con los puños cargados de verdades que arrojaba iracundo al impasible rostro de los poderosos y contra el alma pétrea del indiferente. Por eso la realidad era para él una fuente de infinitos sufrimientos que mantenían constantemente su corazón inflamado y candente como un ascua. Si en algunos momentos parecía feliz era porque su afecto desbordaba ante cualquier impresión grata y amable. Mas su ambiente natural era el dolor, la tensión interior y la violencia. Esto es lo que le daba fama de loco y apartaba de su lado a las gentes normales que no podian comprender aquella dolorosa exasperación. Para explicarse, no obstante, su dolor y su violencia bastará recordar la observación de Poe de que la irritabilidad de los poetas proviene de que tienen una percepción muy clara de lo bello y por consecuencia de lo feo, de lo verdadero, de lo falso, de lo justo y de lo injusto; según él, quien no es irritable no es poeta; también está explicado su dolor por la profunda observación de Lacuria en “Les harmonies de l’étre” “Iva dicha es una ecuación o una armonía perfecta entre el ideal y la realidad, y el ideal es todo aquello que puede concebir la inteligencia. Los que menos sufren sobre la tierra son aquellos cuyo ideal es más limitado; los que ponen muy alto su ideal, padecen infinitos sufrimientos morales”. A pesar de su intenso padecer, Almafuerte no fue nunca un amargado, aunque a veces sus palabras semejasen flechas envenenadas. Conservaba la frescura, el candoroso optimismo y la expansiva cordialidad de un niño amoroso y bueno. Ello se debió, ante todo, a que en su espíritu y su vida no separó jamás la realidad del ideal. El vivió plenamente la realidad total de sus ideas, de sus conceptos morales, que practicaba aún más que predicarlos. En él no había dos hombres como ocurre casi en todos los humanos y más aún entre escritores y moralistas : uno el que piensa y escribe, o el que predica o proclama, y otro el que vive y actúa. El era un hombre entero, de una pieza, sin dualidad ni reserva alguna. Constituye esto en su vida un mérito esencial, que le alza por encima de los tiempos y de los más grandes hombres. La vida está compuesta, principalmente, de dos principios opuestos que eternamente luchan entre sí disputándose el dominio de los seres : la carne y el espíritu, la realidad y el ensueño, el más allá y el presente, la pasión y la razón. Todos los hombres, también, están formados de una doble personalidad, correspondiente a estos dos principios, aun cuando en algunos prevalezca el ideal y en los demás los sentidos. Su vida está dividida entre las dos corrientes opuestas, y alternativamente se entregan al predominio del espíritu, o se dejan arrastrar por la fuerza sensual de sus pasiones. Pero en los héroes morales, en los genios más altos, y figuradamente en los dioses, la naturaleza se unifica, fúndense en una sola las dos tendencias y el alma vive a la vez lo ideal y lo real; el corazón quema sus pasiones y se divinizan los sentidos; la carne se espiritualiza y el espíritu se torna realidad. De este modo, las ideas eternas que en todos los tiempos flotan por encima de los hombres, en remotas lejanías inalcanzables, se convierten por obra de estos genios en un hecho viviente, en una llama clarísima y real, en una chispa divina que habita un cuerpo humano. Entonces se detiene de repente el correr velocísimo del tiempo, y alrededor de este hombre. hácese como un remanso de eternidad. Tal sucedió con Budha, con Jesús y con Sócrates. Este es el mismo milagro que Almafuerte revivió y actualizó. En Almafuerte no había intereses, ni fines, ni deseos accidentales. Todo él estaba animado de intereses y propósitos eternos. Sus amores y sus odios, sus anhelos e ideas pertenecían a la inmortalidad. En él no alentaba un hombre sino toda una raza, no hablaba un solo individuo sino el Ser. Era la naturaleza transformada en espíritu humano. Los que odiaban a Almafuerte encarnaban las pasiones de los jueces de Sócrates y de las turbas que pedían el sacrificio de Jesús. Los pocos que le amaban y le seguían encarnaban también los altos sentimientos en que se inspiraron los discípulos del nazareno y del filósofo. Repitióse, pues, con Almafuerte, en los arrabales de La Plata la eterna, y áurea, y lamentable historia de Atenas y Galilea. Sólo que ahora los tiempos han cambiado. Estamos en América la libre y por tanto este profeta se libró del cruento sacrificio; mas fué, no obstante, inmolado en cada día de su existencia por la siniestra y sombría conjuración del silencio y por la solapada indiferencia olímpica de los Zoilos consagrados.  

CAPÍTULO 12:  LA MORAL DE ALMAFUERTE 


El sentido moral es el solo centro y eje alrededor del cual gira toda la obra de Almafuerte. Las evangélicas constituyen un evangelio moral para el hombre moderno y sus poesías son la anunciación de las más altas leyes morales, que jamás habían sido proclamadas tan rotunda y elevadamente.  Porque Almafuerte nunca escribió por pasatiempo, ni con fines lucrativos, ni en calidad de artista o literato. Escribía solamente cuando le apremiaba la necesidad interior de expresar una ley moral, de revelar un problema, un hecho del espíritu. Así, toda su obra es sólida y definitiva, de un máximo valor ideológico. Cada poesía representa un aspecto culminante de la evolución interna, de la evolución moral ; y cada evangélica es un conjunto de sintéticas, originales y profundas enseñanzas. Su obra es dogmática, afirmativa y rotunda, pero no es pontifical ni circunscripta. El no cierra los límites del horizonte humano, sino los ensancha y los aleja. Posee, como nadie más, el que llamó Laforgue sexto sentido, o sea el sentido de lo infinito. No se apoya en la autoridad exterior de una creencia, o de un dogma, sino en la autoridad de su conciencia propia, de su firme sentido moral y de su honda intuición. No se dirige tampoco al cerebro del hombre, sino, sobre todo, a su alma, a su conciencia, a su personalidad total, que él procura exaltar y desenvolver, elevándola al más puro idealismo, pero sin salirse de la realidad. Su palabra es una fuerza envolvente y ascendente que vigoriza y eleva al hombre. La moral que él enseña y practica no es jamás la moral clásica, hecha de prohibiciones y preceptos negativos, de carácter restrictivo y formalista, que atrofia al individuo y paraliza el alma, inmovilizando los resortes motrices del espíritu. Es, por el contrario, una moral afirmativa, áspera y bravía como el mal, y fragante y delicada cual la inocencia y el bien. Se dirige a las fuerzas interiores y las impulsa y despierta para que tomen el predominio y la dirección sobre las fuerzas externas y los instintos inconscientes. El dice, en sustancia, al hombre : Ante todo, sé tu mismo ; ten el valor de tu sinceridad ; ya sea en el mal o en el bien; yérguete sobre tu propia personalidad. “Satán tiene una virtud que es su cinismo”. Afirma y constituye tu carácter; hazte cuenta que eres solo en el universo y con tus únicas energías tienes que luchar contra todo el resto de los seres y las fuerzas naturales. No te entregues confiado jamás a nada ni en nadie. “Aunque residas entre alienados, calcula; aunque vivas entre mujeres, teme; aunque duermas entre niños, vigila. Hasta los lobos reposan entre los lobos; pero tú no duermas tranquilo — ¡«o! ¡nunca! — ni sobre el corazón de tu propio hijo; nada te ama”. Trata de ser independiente. “Sé grande en miniatura, reposa sobre ti mismo. Manéjate de manera que nadie pueda exigirte fidelidad. Esquiva la dirección extraña como a una mutilación vergonzosa; y la ocasión de la gratitud como a una cadena, como a una argolla de hierro en la ternilla de la nariz. Haz todos los sacrificios imaginables a fin de que no te veas alguna vez en la espantosa necesidad de devorar tu misma persona moral, en el pan de cada día. “Erígete señor de algo: impera, aunque más no sea, sobre tu propia insignificancia cerebral y sobre tu propio estómago hambriento. Un instante de pie sobre la propia miseria, vale toda una vida de hartura, arrastrada sobre las rodillas. “Tener carácter en el sentido social de este vocablo, es tener en sí mismo soberanía bastante para subordinar las circunstancias ambientes, o por lo menos, para resistirlas con éxito. Los fuertes, los indomables, los irreductibles, tienen un locatario siempre vigilante dentro de sus pechos que replica sin intimidarse nunca, cada vez que llaman a su puerta. Los que carecen de ese guardián han deja do de ser hombres; o, mejor dicho: no han llegado a serlo. “Marchar por entre estoques que amenazan y no claudicar; por entre manoseos voluptuosos y no olvidarse de sí mismo por entre cabezas que se agachan y no erguirse más altanero; por entre frentes soberanas y no agacharse... ¡eso es tener carácter! “Subir, ascender, prosperar, en el mejor sentido de las palabras, no es encaramarse en los sitios más visibles como los gatos en las chimeneas. Subir es evolucionar; evolucionar es desbestializarse; desbestializarse es adquirir la prerrogativa de ser creído y ser seguido; asumir el derecho del mando, que es el más alto de los derechos porque es el que impone más deberes. “Que sirvas de algo, que produzcas algo, que dejes el recuerdo de algo ; los árboles que no dan fruto o que no dan madera o que no dan leña son inferiores a las patatas. “Refiere todos tus actos al bien ageno, pero muy pocos de ellos al juicio ageno. Sé prudente, discreto y conciliador, pero no tanto que reniegues de tí mismo. No tengas el afán de parecer sino el afán de ser. No rehuyas el dolor. “No seas ciudadano correcto e inofensivo; sé hombre útil y azotador de inútiles y perjudiciales. Lucha contra tus propias imperfecciones, que no son nada más que las imperfecciones de todos, para que surja al cabo de los tiempos, el hombre perfecto, la humanidad luz. “Haz lo que mejor te parezca si quieres hacer lo que debes; y haciéndolo asi no tiembles. Aquel que no siente el orgullo de si mismo todos los días y después de cada una de sus acciones, ya no es antes de dejar de ser, no ha sido nunca. “La solidaridad humana es tan necesaria para cada individuo como la gravitación universal para cada uno de los astros. La naturaleza culmina en el ser humano más que en los astros, se manifiesta dentro de él cada vez más armoniosa y más ideal. “Como se ejercitan y desenvuelven metódicamente los órganos materiales y las facultades psíquicas, sin olvidar ni una sola fibra ni menospreciar una sola célula, así, también, deben ser cultivados y ordenados en series los sentimientos en el corazón del hombre; todos ellos son indispensables para el fin individual y para el bien general, que es el Progreso. La verdadera moral, el perfecto estado de moralidad es el equilibrio de la totalidad de los sentimientos, la posesión de todos ellos, y el uso de cada uno, en su oportunidad misma y para su solo objeto. “Educa y regimenta los sentimientos con que hayan nacido tus hijos, de una manera integral: y serás un buen padre”. Tal es lo culminante de sus enseñanzas, extraídas de sus evangélicas. Pero donde se contienen sus ideas más eminentes y sus conceptos más profundos, es en las poesías, que no pueden extractarse por la intensidad de todas ellas; y es allí, sobre todo, donde se muestra como una cumbre su espíritu idealista y filosófico y su vasta alma integral.