20 de enero de 2013

QUE ME PERDONE LA CIENCIA de Claudio Martinez Paiva





QUE ME PERDONE LA CIENCIA

- (Claudio Martínez Paiva) -


Estoy solito en mi rancho, 
me he quedado solo en casa. 
Ladran los perros afuera
como si vieran fantasmas, 
y alumbran mis pensamientos 
candiles de luces malas. 

Alones de pájaros negros 
me ponen luto en las mangas,
y es tan grande el sufrimiento 
que voy llevando en el alma
que no lo explican las cosas, 
ni lo dicen las palabras. 

Ocho años tenía apenas
el gurisito de mi alma 
y despertó una mañana 
con los ojos encendidos 
y el cuerpito echando llamas. 
—Me muero mama,- decía...
—Me muero tata,- gritaba. 
—Siento una sed de martirio, 
tengo un fuego que me abraza.- 

Besé al cachorro en la frente 
y a la madre en la mirada,
y volé en mi caballo al pueblo
siete leguas de distancia, 
siete puñales de punta 
clavados en mi garganta, 
y el grito de mi hijo adentro...
"Agua mama, agua tata". 

Le expliqué al doctor el caso. 
Se acomodó en su butaca. 
Me miró de arriba abajo 
y me dijo:—Leoncio, ¡lo siento mucho! 
Pero el camino que va a tu rancho es malo 
y me va a estropear el auto. 

Ahí comprendí yo, entonces 
que la ciencia, no es tan ciencia 
cuando no tiene conciencia. 
¡Porque en esos mismos caminos
donde muchos médicos no andan,
cruza a galopes la muerte
y va y viene la desgracia!

Me ordenó que le comprara 
al pasar por la botica 
un frasco de limonada 
y que trajese al enfermo 
cuando la fiebre pasara.
Yo regresé a mi rancho
como regresaría todo padre
en iguales circunstancias:
El corazón en los labios
y la tristeza en el alma.
El médico no venía... el médico no venía 
no porque fuera mala la senda que va a mi rancho 
sino porque no tenía con qué pagarle a la ciencia 
siete leguas, ¡siete leguas de distancia!

La fiebre, duró poquito, 
se le cortó una mañana 
entre un canto de zorzales 
y el suave clarear del alba. 
La madre abrazada al hijo,
mi hijo, la frente helada. 
Y yo sin voz ni presencia 
parado junto a la cama.

Poco después de enterrarlo
se empezó a turbar mi Juana,
Se la pasaba llorando
con las manos sobre el pecho 
lo mismo que si acunara
a un niño recién dormido.
Y así se me fue la pobre,
así la tierra la guarda,
con los brazos sobre el pecho
acunando mi desgracia.

Estoy solito en mi rancho, 
me he quedado solo en casa.
Ladran los perros afuera
como si vieran fantasmas. 
Y alumbran mis pensamientos
candiles de luces malas. 
Y afilo a la media noche 
mi cuchillo, cabo de plata 
la única plata del pobre 
que no le sirve pa´ nada. 

Y medito mi venganza.
Por eso le grito al mundo: 
Que me perdone la ciencia, 
no me culpen si mañana, 
me dicen que soy bandido. 
o un mal hombre sin entrañas. 
Nací can y me hacen puma. 
fui cordero y me ponen garras. 
¡Dios! ¡Dios Todopoderoso! 
Haz que despunte el alba 
y arráncame de mi pecho 
este grito, este grito que me mata: 
—"Agua mama, agua... agua tata."