4 de mayo de 2013

ALMAFUERTE Y SU POESÍA (Cap 5 Y 6: Detalles de la personalidad de Pedro B. Palacios, por Antonio Herrero)

ALMAFUERTE Y SU OBRA POÉTICA (Detalles de la personalidad de Pedro B. Palacios, por Antonio Herrero) Capítulos 5 y 6
Almafuerte, Pedro B. Palacios, ruben sada, poesía,

CAPÍTULO 5: ALMAFUERTE Y LOS POETAS

El poeta es un gonfalonero del ideal. Mantiene
viva la llama del ensueño. Inflama y enardece los
espíritus en el soplo sagrado de la Quimera. Es un
Incitador y un Inquietador. Transforma el mundo
visible y substituye la realidad con los sueños de
su mente. Un solo poeta máximo basta para dar a
un pueblo el don de la inmortalidad; asi Homero a
la Grecia; Dante a Italia, y a Inglaterra, Shakespeare.
El poeta más completo que ha existido es Goethe;
es un hombre integral que abarca los dos polos
opuestos de la vida; es armónimo, sereno y fuerte.
Pero su espíritu es frío como un témpano, y aun
cuando parezca arder a veces, como en Werther,
es sólo cerebralmente y por motivos personales. Es
un hombre todo inteligencia y sentimiento consciente,
mas sin sentido moral. Es un plácido burgués
que admira a la aristocracia y adora las jerarquías
y distinciones sociales ; que juega con el mundo de
las ideas y tras de gozar la vida, se entretiene en
descifrarla, como a un enimga. Es una abeja griega
que sabe extraer de la vida y del dolor la dulzura
y la poesía. Intensifica y eleva el espiritu, pero
le aisla y le acorcha en su mundo interior.
Dante, por el contrario, es el poeta del dolor, del
amor y la bondad. Con hondo sentido trágico penetra
en las entrañas de la existencia y anatematiza el
mal y sepulta en el infierno a los malvados. Pero
es un poeta teológico, es ideológicamente un lacayo
del catolicismo, del cual ni por un instante se emancipa.
Y solamente condena la maldad clásica;
al juzgar el bien y el mal se atiene a los valores consagrados,
a los cánones establecidos. No descubre
nuevas zonas de la vida del espiritu, ni señala nuevos
rumbos. Y tiene mucho de hiena versificando en
las tumbas, según le llamara Nietzsche. Hay en su
alma el odio y la pasión implacables de los italianos.
Shakespeare es un demiurgos. Por su linterna
mágica pasan agigantados los hombres y los héroes.
Nos muestra un mundo más grande y maravilloso
que el real, aunque realísimo también, magnificado
por el soplo de lo infinito. Pero si bien sobrepasa
el mundo externo, no sale jamás de él. Apenas si
entrevé el mundo moral, que solamente llega a plantearse
en Hamlet como un problema, como pavoroso
enigma de la esfinge, la cual devora al héroe.
Homero fue sólo un niño, un niño gigantesco,
hechura del alma griega, y al igual de ésta, puro,
equilibrado y grandioso; pero jamás sospechó los
trágicos dolores de la vida interior, que son el
patrimonio de la existencia moderna y que entonces
se desconocían ; él fue, pues, el poeta de la epopeya
exterior.
Modernamente, el alma se ha complicado más,
se ha desdoblado e intensificado ; ya encarnan ese
matiz, prometeico y sufriente, Byron, el epicúreo
atormentado, que medita y blasfema en "Manfredo"
y "Caín" ; Hugo, el profeta lírico de la democracia,
fustigador de tiranos, sublime y superficial ; Baudelaire,
el satánico ; V'erlaine, el exquisito sensualista;
Rollinat desesperado, y Laforgue sutil ; y más que
todos Poe, el genio del Misterio, de lo Abstracto y
de la tortura interna.
Estos poetas encarnan la tensión violenta del
espíritu, la exasperación del alma que se agita en
la duda y el vacío ; pero a excepción de Víctor Hugo,
carecen de ideales y de ley moral, no aman el
porvenir y desdeñan al hombre ; no creen en el
progreso ni en la ascensión humana, ignoran el sufrimiento
de la masa social y sus ansias de justicia y de liberación.
Víctor Hugo, que al decir de Pío Baroja, constituye
la vulgaridad más exquisita, es un genio del
lirismo ideológico y sentimental, mas no aporta ninguna
nueva idea al espíritu humano, ni encarna ni
concibe un ideal definido de superación humana.
Es un panideísta y un panteísta. Carece, mentalmente,
de la facultad de síntesis y de selección. No
profundiza ni soluciona ningún problema interior.
Como una reacción violenta contra el
auto-ensañamiento interno de los decadentes, aparece en Norte
América Walt-Whitman, el homérida de la epopeya
individual, que consagra y santifica todos nuestros
impulsos y sentimientos, que despierta y fortalece
nuestro instinto. Este poeta significa la exaltación
del hecho y la glorificación del esfuerzo humano,
sea cualquiera el aspecto que presente y el
camino que tome. Es una bestia que piensa y canta
con cabeza de hombre, sin renegar en ningún instante
de sí mismo. Es como Ibsen, un exaltador de la
voluntad humana, y como Nietzsche, un apologista
del instinto. Pero también, como ellos, y tal vez aún
más que ellos, desconoce la moral.
En nuestro mundo hispano-latino aparece últimamente
esta evolución interna hacia la poesía subjetiva,
rezagada como siempre. El primero de todos
fue Darío, el exquisito creador de bellezas interiores,
el ruiseñor de la forma, de mentalidad cristiana
y de espíritu pagano. Después siguieron otros: Juan
R. Jiménez, los Machado, Carrére, Villaespesa, Herrera
Reissig, Lugoncs y, sobre todo, el aristócrata
del verbo, el genial Valle Inclán. Pero estos, más
que poetas en el alto sentido de esta palabra, son artistas,
son juglares; no cantan el dolor universal,
sino su propio dolor ; padecen un incurable provincianismo.
El más noble y elevado de todos estos es
el austero Antonio Machado.
En el ambiente moralmente achatado de Hispano-
América, Almafuerte ha pasado casi inadvertido
para las gentes de letras, quienes, en cambio,
rindieron homenaje y erigieron en pontífices a Darío
y a Rodó. Ambos eran preciosistas del lenguaje y
expresaban las modernas inquietudes como maestros
del idioma. Pero ninguno de ellos aportó una nueva
idea a la evolución humana; y sin que ello signifique
desdén hacia su obra, ni menoscabo de sus
talentos, puede afirmarse que al lado de Almafuerte
eran dos intelectos de salón.
Recientemente en España entablóse una polémica
sobre el respectivo mérito, como poetas, de Darío y
Almafuerte, en la que sostuvo Julio Cejador la superioridad
de este último sobre Darío. Desde el punto
de vista puramente artístico, y considerando el
arte, según quiere Oscar Wilde, como absoluto predominio
de la forma, Rubén Darío es el maestro insuperable
del idioma poético moderno; pero como el
arte es transitorio, y lo único imperecedero es el
ideal, Almafuerte vivirá a través de los siglos, "proyectando
su luz como los astros", mientras Rubén
Darío quedará relegado a las antologías, como un
hito indicador de la iniciación de una nueva era en
la poesía castellana y como el representante de una
época de transición en la permanente evolución ascensional
del espíritu.
Almafuerte apenas tiene de común con todos los
poetas ya citados, más que el haber escrito en verso.
Por eso él ni los nombra; sólo una vez menciona
al Dante, que es quien más se acerca a él por
su misticismo humano. Los poetas, en general, son
siervos de la Belleza; ella es su becerro de oro. Son
borrachos del vino de la emoción. Y como sus emociones
son ante todo estéticas, ellos son estetas puros.
Para ellos la moral carece de sentido, o si acaso,
lo tiene secundario ; y sólo llegan al bien por el camino del arte.
Almafuerte representa el polo opuesto; a él no
le interesan nada el arte y la belleza por si mismos.
Pocos han sido los genios que hayan llegado
a esa altura de predominio moral. Tolstoy también
profesaba ese principio, pero era por ascetismo religioso.
Carlyle, que quizá era el genio más afín al
de Almafuerte, expresaba una vez algo semejante,
dirigiéndose a Emerson : "El arte es una ilusión . . .
Un día vendrá un arquitecto que consultando tan
sólo la hosca necesidad dirá a los hombres : "Voy a
construir un ataúd para los muertos seres que sois
y los muertos propósitos que albergáis; pero carecerá
de todo adorno".
Almafuerte desdeña la belleza y cierra los ojos
voluntariamente ante los encantos de la maga naturaleza;
no porque sea incapaz de comprenderlos, ni
carezca de sensibilidad, sino porque para él tan sólo
existe el dolor y la angustia de los hombres, y la
moral que es el hilo de oro por el cual ascienden
éstos a la cima de su redención, emancipándose de
la bestia que hoy les gobierna y esclaviza.
Ningún poeta ha visto jamás tan claro como Almafuerte
este problema moral: la necesidad en que
se halla el hombre de redimirse de la naturaleza y
conquistar su ser moral, forjando, como él dice,


"la sublime segunda naturaleza."


Almafuerte, en realidad, es el primer poeta que
predica y encarna la doctrina redentora de Jesús.
El cristianismo que otros han cantado y han prescripto,
era, más que cristianismo, teología; y residía
en la cabeza, pero no en el corazón; era dogma
en vez de ser espíritu.
El mismo León Tolstoy, más que un cristiano, era
una conciencia perturbada que, en su profunda desorientación,
asióse al Evangelio como el náufrago a una tabla.
Almafuerte comprendió que las ideas no son las
que modifican a los hombres; pues igual que los paganos
quemaban a los cristianos primitivos, los cristianos,
después, quemaron a los herejes. Lo que únicamente
puede modificar y elevar al hombre es el
sentimiento hecho conciencia, y esto es lo que él
cultiva y educa en toda su obra.
La esencia del cristianismo que Almafuerte poseyó
tan hondamente es el espíritu de altruismo, de
tolerancia y justicia universal que empieza por aplicarse
a los siervos y los tristes, los caídos y los reprobos;
y es, sobre todo, el imperio de la vida moral
e interior sobre la externa y natural.
Y no sólo Almafuerte fue cristiano, sino que supera
el cristianismo. El no se consideraba santo y
puro; no hacía de redentor y de pontífice; se humillaba
y prosternaba ante los viles y abyectos y se
erguía con altivez ante los grandes. Así lo expresa
en "El Misionero"
:

"Yo miré con espanto al miserable,

Con el espanto del Caín primero,
Cual si yo — ¡ pobre sombra ! — todo entero
Fuese de su miseria responsable.
Yo veneré genial de servilismo
En aquel que por fin cayó del todo
La cruz irredimible de su lodo.
La noche inalumbrable de su abismo."

Almafuerte no fue, como Jesús, un aristócrata.
Descendió hasta lo más hondo de la Chusma, cual si
él fuese más vil que todos ellos, llevado por su amor
trágico ; no con el fin de evangelizar, sino de fraternizar.
Así lo declaraba al afirmar
No soy el Cristo Dios que te perdona,
Soy un Cristo mejor; soy el que te ama
Esto demuestra lo vano y limitado del concepto
que enunció Alfredo Palacios al definir a Almafuerte
como poeta bíblico. Lo era, sí, por su tono apocalíptico;
pero su moral contiene tres o cuatro mil
años de evolución posterior y superior a la de la Biblia.
Los poetas argentinos han permanecido, como
es lógico, ajenos a la influencia de Almafuerte. Un
genio de tal índole se adelanta en varios siglos a su
época. Sus coetáneos apenas se enteran de que existe.
Por otra parte, es posible imitar o plagiar al ruiseñor,
mas no se imita el rugido de un león ni se
plagian los estruendos del volcán.

Así la poesía argentina sigue su evolución, que es
la hispano-latina en general. Se imitan y recogen
las enseñanzas de Darío y de los franceses decadentes.
Son los vates argentinos poetas de intimidad
y de dulcedumbre, un poco amanerados y femeninos.
Entre los poetas argentinos de la nueva antología
destácanse los siguientes : Arrieta, el más correcto
y vulgar, el más adaptado al gusto de
un vulgo bien educado; Amador, parisino y modernista;
Bravo Mario, proletario y sentimental; Carriego,
sutil y sugerente; Delheye, el más eufónico
y musical, el más fino rimador; De Diego, original;
Fernández Moreno, amable; Federico A. Gutiérrez,
ironista y rebelde, original y libre; Ghiraldo, el
anarquista; Lugones, el más fuerte y personal, renovador
e ideólogo, pero algo extravagante y poco
moralista : Marasso Roca, armonioso y razonante;
Mendióroz, elegante, demasiado elegante, y
Ugarte y Rojas, que son muy poco poetas, aunque
regulares rimadores.
El poeta más fuerte de esta generación es Arturo
Vázquez Cey, a quien por lo mismo se le aisla;
espíritu idealista y metafísico que tiene una concepción
propia del mundo, es el único, también, que
al igual de Almafuerte, aunque en forma distinta,
hállase penetrado de un profundo sentido moral.
No hay que decir que Almafuerte no ha sido
comprendido por la crítica. No habría él estado tan
alto si se hallase al alcance de los críticos. El dictador
del cenáculo "Nosotros", señor Roberto F. Giusti,
descalificó al poeta, como es justo. Ya que no
puede aspirar a la gloria de Homero, se apropia la
de Zoilo. Más y Pi fue quizá el único que si no interpretó
al poeta íntegramente, al menos lo admiró
cual merecía. José de San Martín le dedicó un
estudio en sus "Profetas locos" que tuvo la virtud
de indignar al poeta. Escrito en un estilo vargasvilesco
y disparatado, no se sabía si en él elogiaba o
insultaba al autor de "La inmortal".
Los dos más grandes admiradores, entusiastas,
conscientes y sinceros, de la obra del poeta, entre
los intelectuales, son el doctor Francisco A. Barroetaveña,
presidente de la Comisión de Homenaje Nacional
a Almafuerte y autor de varios artículos elevados
y fervientes en defensa del mismo, y el doctor
Victorio M. Delfino, quien en las diversas conferencias
que ha consagrado al estudio y difusión de las
altas creaciones de este vate profético, ha hecho plena
justicia a su grandeza, con el cariño y el entusiasmo
propios de un generoso y elevado espíritu y que tanto
repugnan y aun indignan a los seres mediocres, siervos
y cortesanos de la pálida Envidia.
Los demás profesionales de la pluma han pensado
más o menos como el crítico incipiente, con arrestos
de filosofoide, que desde esa tribuna vulgarizante
que se llama "El Hogar" injuriaba la memoria del
poeta tachándole de inculto por el hecho de no ser
pedante como él, y afirmando con descomunal aplomo
que no se puede juzgar que Almafuerte haya
sido un gran poeta hasta que no lo haya demostrado
alguna autoridad académica ! ! .

CAPÍTULO 6

EL POETA DE LA CHUSMA Y DEL DOLOR


Podría haber sido Almafuerte un poeta nacional,
cantor de glorias, de damas y de próceres, amable
y grato a la crasa aristocracia del oro. Entonces
se habría visto agasajado, favorito de la prensa y
los círculos sociales y glorificado en vida. Pero él
no era un amante de la gloriola, de la vida galante
ni del lujo. Amaba solamente el bien del hombre
y anhelaba el más alto destino de justicia y de grandeza
ideal para su patria.
Así, prefirió arrojarse al mar embravecido del dolor
y elegir para su musa la Chusma sudorosa y maloliente.
Era ése el destino impuesto a su alma formidable.
Porque él era un titán entre pigmeos. No
podía revolverse en los salones ni doblegar su corazón
homérico a cumplidos y mentiras. Estallaba su
sinceridad con la violencia del rayo. El sólo podía
vivir entre la inocencia y el dolor, entre los miserables
y los niños. No le interesaba nada en el universo
salvo el sufrimiento humano.
Él lo ha dicho genialmente en sus estrofas:

"Como las vibraciones de un necio ruido
ni Wagner, ni Rossini me dicen nada,
pero si por acaso gime un gemido...
¡ me traspasa las carnes como una espada I
Cargué la Cruz sobre mi espalda recia
Con la fé de un jayán de ardientes nervios
Y aquella Cruz no es carga de soberbios...
¡ No es un deporte olímpico de Grecia !"

Nadie penetró jamás tan hondamente como el autor
de "El Misionero" en el abismo espantoso del
dolor. Porque él no era un literato que analiza las
almas fríamente como en un laboratorio y descubre
y expone sus lacerias. Era un explorador del alma
humana que se hundió en la selva virgen del sufrimiento,
abrasado por el ansia de aniquilar el mal y
de calmar la angustia de sus hermanos o de hurgar
en sus llagas para excitar en ellos el deseo de curarlas.
Él lo ha dicho también en una de sus conferencias
en el Odeón: "dijo que su musa era una musa extraña,
poco amada de los poetas modernos ; ella era
el amor al bien de los hombres, el amor al hombre
mismo. Y como el hombre mismo — agregaba — no
es otra cosa que un haz vibrante, que un manojo
ardiente de dolores, mi musa es la musa del dolor,
tiene que ser la musa del dolor".
Esa fue la inagotable fuente de energia en que se
inspiró el poeta. En ninguna obra humana, ni siquiera
en el impío y anticristiano infierno dantesco
que parece todo él una maldición gitana, o venganza
calabresa, canta y ruge el dolor universal tan
desesperadamente como en toda la obra de Almafuerte.
Porque él no pinta un dolor externo ni canta sus
dolores personales, aun hablando de sí mismo. Expresa
solamente el trágico dolor que es la esencia
misma de la existencia. No es como Verhaeren, con
quien se le ha comparado, un torturado neurótico
que mira la existencia y la describe a través de su
alma perturbada de refinado hiperestésico.
Almafuerte es un alma equilibrada y pura cuyo magno
corazón sufre con el dolor de toda la humanidad.
El no siente dolores personales, más que aquellos
que brotan del alma universal. Es él mismo el Cristo
negro, santo hediondo, Job por dentro, vaso infame
del dolor, de su "Dios te salve";

"el que aguanta en sus dos lomos
como el peso indeclinable,
como el peso punitorio de cien orbes, de cien siglos,
de cien razas delincuentes."

No existe en toda la literatura una poesía de moral
tan alta, y tan profunda psicología, como ésa
en que se ha volcado todo el secreto del alma atormentada
y formidable de los Redentores y los Cristos.
La gran pasión de Almafuerte, su ídolo más querido,
a quien consagró lo más intenso y hondo de
sus poesías y también sus más rudos apostrofes, fue
la "Chusma sagrada", en cuya tosca alma enorme,
él esculpió la excelsa figura del superhombre futuro,
luchando contra Dios que la moldea.
Y esto no lo realizó en la poesía solamente, como
algunos poetas populares que aún cuando cantan
al pueblo se alejan de él y hasta lo reniegan, sino
con su vida misma, debatiéndose en medio del barro
humano, amasando con las manos de su espíritu
el alma informe de los miserables para forjar un
alma mejor.
Tal obra es superior a la realizada hasta hoy por
los poetas, cuya bestia negra fue precisamente el
pueblo, porque las finas manos ducales y femeniles
de los portaliras no se humillaron jamás a estrechar
las manos puercas y callosas de las almas de
combate, de los hijos del trabajo y del dolor, ni
menos se atrevieron a palpar las fétidas lacerias y
la trágica sarna de la Chusma, por miedo de contagiarse,
Ningún poeta pudo hasta hoy decir con Almafuerte:

"Como madre sensual dejé mi beso

Sobre cada bubón de los leprosos
Y aquellos besos... ¡ ah ! son espantosos,
¡ Pudren hasta la médula del hueso !"

( CONTINUARÁ)...

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